"Antiquarius"
era el sobrenombre (Agustín 1587, 454) de Ciriaco de Pizzicolli (Ancona 1391
1455?), el primer indagador de la Antigüedad que tuvo la clarividencia y la conciencia de
que los monumentos antiguos debían ser preservados y descritos para la posteridad, el
mismo que utilizaron los humanistas y eruditos de los siglos XVI y XVII para designar al
individuo que sentía la "pasión por el mundo clásico y por sus antigüedades"
(Gómez Moreno 1994, 258). En España, a partir de 1763 dicho término se revistió
además de una aureola oficial y adquirió un amplio prestigio al aplicarse al académico
encargado de la custodia de los fondos del Gabinete de Antigüedades de la Real Academia
de la Historia, institución a la que el gobierno de la nación había otorgado la máxima
autoridad en materia de antigüedades. El desarrollo de la ciencia a partir de mediados
del siglo XIX, que conllevó la diferenciación y especialización de las distintas
disciplinas, afectó al término anticuario pues otros vocablos vinieron a hacerle la
competencia: arqueólogos y filólogos clásicos, epigrafistas, numismáticos, o
historiadores de la Edad Antigua y del Arte Antiguo abordan el estudio e investigan sobre
la Antigüedad desde técnicas y metodologías propias. A pesar de ello la palabra
"anticuario" continúa vigente: en el siglo XXI sigue designando al académico
encargado del Gabinete de Antigüedades de la Academia de la Historia así como a la
persona que "hace profesión o estudio particular del conocimiento de las cosas
antiguas" (Diccionario de la lengua española, RAE, Madrid 2001) y es esta
definición la que hemos aplicado a los "anticuarios complutenses", cualquiera
que directa o indirectamente, entre los siglos XVI y XVIII, se ocupara de las
inscripciones de Complutum y su territorio reservándonos para futuros proyectos los que
lo hicieron en los siglos XIX y XX.
La
Epigrafía hispánica es deudora absoluta de F. Ximenez de Cisneros por haber fundado la
Universidad Complutense con un programa ideológico que permitió la puesta en práctica
de la renovación cultural que ya se había producido en otros lugares de Europa y que en
España -no por falta de anticuarios formados en el humanismo europeo-, las viejas
universidades se resistían a adoptar. El cardenal con el objetivo prioritario de crear
una minoría selecta de filólogos-historiadores que construyese el soporte histórico
necesario para la legitimación de la monarquía hispana y su imperio así como el de la
iglesia primitiva hispana, intentó que impartiesen en ella docencia los mejores maestros
del momento en materia de antigüedad y lenguas latina, griega y hebrea fuera cual fuese
su nacionalidad. La arqueología, pero sobre todo la epigrafía y la numismática se
convirtieron en útiles habituales de los talleres de filólogos, historiadores, cronistas
y artistas.
A
la Universidad Complutense acudió, entre otros, Antonio de Nebrija, uno de los primeros
humanistas hispanos que utilizó la epigrafía latina antigua como documento filológico,
histórico, y, geopolítico y que se preocupó por los monumentos romanos desde el punto
de vista arqueológico. De su doctrina anticuaria se impregnarían las primera
generaciones de humanistas que salieron de la universidad y que, como cuerpo de elite,
alcanzarían los más altos cargos, entre ellos el de cronista o historiógrafo del reino.
Así en el siglo XVI quiénes se dedicaron a las antigüedades hispanas y, en concreto a
la epigrafía, de alguna manera pasaron por el tamiz complutense bien directamente bien
por las enseñanzas recibidas de maestros que en dicha universidad hubieran estudiado. Por
ello los primi inter antiquarios hispanos como Florián de Ocampo, Alvar Gómez de Castro, los hermanos Vergara, Hernan Núñez de Guzmán, el Pinciano denominado
el Comendador Griego, Honorato Juan, Jerónimo Zurita,
Antonio Agustín, Juan Fernández
Franco, Andreas Resende y, amén de otros muchos, Ambrosio de Morales deben parte de su formación anticuaria a
la universidad complutense. Ésta después de casi un siglo de apertura a las corrientes
europeas y de un enriquecedor intercambio intelectual se vería afectada como el
resto de las universidades españolas por las corrientes contrarreformistas y,
aunque con la Ilustración volvió a adquirir un cierto prestigio formando a ilustrados,
nunca volvería a alcanzar el esplendor intelectual renovador que había tenido por obra
de su fundador, pero no por ello dejó de producir fecundos cultivadores en materia
anticuaria como Enrique Flórez. A la fama de su universidad se unía la excelente
posición que tenía Alcalá en la vía natural de acceso a la capital del reino y en la
que se detenían todo tipo de viajeros llegados de Europa por causas muy diferentes; unos,
simples curiosos, como D. Cuelbis,
otros en los séquitos oficiales de los reyes o, en viajes diplomáticos, como B. Bourdelot, pero todos interesados
por los vestigios romanos de la ciudad para incluirlos en sus informaciones. No faltaron
en Alcalá eruditos locales que, a partir del siglo XVII, escribieran la historia de la
ciudad incluyendo en ella la parte correspondiente a época romana, motivo por el cual
buscaron y descubrieron inscripciones que hasta entonces habían permanecido ocultas, como
reflejan los Annales Complutenses.
Estas historias locales se verán ensombrecidas, en el siglo ilustrado, por otros
proyectos de mayor envergadura auspiciados por la monarquía para la elaboración de la
historia de la nación como los viajes arqueológicos y de revisión documental
emprendidos por A. Burriel y L. J.
Velázquez el marqués de Valdeflores que incluirían, por supuesto, las
inscripciones de Complutum, las cuales se difundirían en medios europeos sobre todo al
aparecer en el corpus de L. A. Muratori. También otros
viajes encaminados a las Bellas Artes recogieron las antigüedades de Alcalá como el
emprendido por Antonio Ponz.
Al
territorio de Complutum perteneció también Madrid, la villa elegida por Felipe II para
capital de su reino. Antes de este nombramiento, los cronistas y asesores de su padre,
tanto españoles como de otros lugares de Europa, se preocuparon por buscarle un pasado
romano y por la identificación de su nombre antiguo. En la década de los treinta los
humanistas Mariangelo Accursio y Nicolás Mamerano, ambos vinculados
a la corte imperial, viajaron por España y recogieron numerosas inscripciones, también
en Madrid, la ciudad que concentraba ya gente venidas de todas partes que propiciaban un
rico intercambio cultural. Además, en ella, los reyes y a imitación suya los nobles
competían por poseer las mejores bibliotecas y colecciones de antigüedades que, en
definitiva, de lo que más se nutrían era de monedas e inscripciones. Pero para ello
necesitaban el asesoramiento de expertos y de obras específicas que les proporcionasen
los conocimientos necesarios para satisfacer sus aspiraciones. Por ello también se
hacían necesarias ediciones destinadas a la difusión tanto de inscripciones romanas como
de monedas. En cuanto a las primeras, los efectos de la formación humanista anticuaria
complutense se materializaron en la más antigua edición de inscripciones de España, Las Antigüedades de España de Ambrosio de Morales, impresa en
1575, en Alcalá de Henares, que cayó como agua de mayo -ante la escasez de obras de
referencia- entre los círculos anticuarios hispanos y también fue utilizada en el corpus
de J. Gruter.
Madrid,
con la corte ya instalada en ella, tuvo la suerte de que el rey, obsesionado por la
antigüedad de su reino, constituyera una gran biblioteca e hiciera acopio de materiales
referentes a dicha materia, entre ellos manuscritos epigráficos. Madrid pasó a ser, a
partir del siglo XVII, punto de convergencia de eruditos e intelectuales; pero al mismo
tiempo bastión de resistencia a numerosas invenciones históricas -con el soporte de
iscripciones inventadas- que se habían prodigado sin medida para contentar al rey y a la
iglesia. La lucha, iniciada por Nicolás Antonio, maduraría muy lentamente y con fuertes
contratiempos hasta culminar en el siglo XVIII con la renovación ilustrada, siglo en que
para dirimir en cuestiones relativas al pasado se reconoció la "auctoritas" del
"anticuario", oficio que debió mucho ab origine a la Universitas
Complutensis, mucho antes de que conveniencias administrativas acabaran con ella
usurpándole hasta el nombre
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«Escrivo en
defensa de la Verdad, de la Patria, del Honor de nuestra Nacion. El intento es encender
una luz a los ojos de las Naciones Politicas de Europa, que claramente les de a ver los
engaños que ha podido introducir en ella la nueva invención de los Chronicos de Flavio
Dextro, i Marco Maximo, i los de Luitprando, i Julian Perez, con lo demás que se les
atribuye, fingidos en el todo, o en la mayor parte, con sacrilega temeridad. Entre lo mas
sencillo i puro de nuestras Historias se ha mezclado una semilla inutil, i vana, que con
hermosura aparente se quiere alzar con toda la tierra, que indignamente ocupa: a cuya
vista el verdadero i fecundo grano de las antiguas verdades se halla defraudado de la
alabanza, i aprecio que merece: porque los ojos sin querer passar a la experiencia
suave, i colmada de los frutos. Mi deseo es restituir en su possesion a la Verdad, i a
limpiar las Historias de España de la torpeza, i fealdad que las desacredita en el juicio
de aquellos que saben pesar quanto mas infaman, que ennoblecen, honores falsamente
atribuidos, i algunos a sus propios i legitimos dueños injustamente usurpados. Harè en
èsto, la causa de la Verdad, de la Patria, de nuestro Honor como propuse ... No se ha de
medir el credito entero de la nuestra, por los que han flaqueado en la facilidad con que
admitieron esta invencion, i con afecto mal gobernado la defienden. Otros que callan, i se
rien, o lastiman de la buena fortuna con que ha corrido hasta aqui, que no son los menos
doctos, bastan para hacer rostro i parangon a los primeros, i tener en pie la reputacion
que no hemos perdido de Constancia, de Entereza, de Erudicion, con que ni engañamos, ni
podemos facilmente ser engañados. Ha padecido en esto nuestra Nacion la injuria que suele
hacer a todas la destemplanza del afecto, con que se desea la propia excelencia, sin
reparar en la honestidad de los medios, ni en el detrimento que se causa, o a la fama
agena, o la propia ... Amo a la verdad con los buenos : i abomino, como ellos mismos, la
mentira» (Censura de Historias Fabulosas, Valencia 1752, Lib. I, cap. I) 1587.
- A. Gómez Moreno, España y la Italia de los Humanistas. Primeros ecos, Madrid
1994.
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