A
principios del XVIII, tras casi un siglo de reclusión en sí misma y sacudida por la
conmoción política y cultural que supuso el cambio de dinastía, España se verá
afectada por los primeros aires de renovación procedentes de la Europa ilustrada.
Representante de los mismos, en un primer momento, fue el deán Manuel Martí que, formado
en el Iluminismo y en contacto con historiadores como Ludovico
Antonio Muratori, marcará a toda una generación de intelectuales hispanos. A esta
corriente se sumará Andrés Marcos Burriel que, con Gregorio Mayans i Siscar y Enrique
Flórez, intentarán reconducir y corregir el quehacer histórico de la desviación que,
por razones de justificación de falsos acontecimientos del pasado en beneficio de los
poderes fácticos, falseaba la historia de la nación. Esta batalla ya había sido librada
en vano por un sector intelectual en el siglo XVII encabezado por Nicolás Antonio.
A. M. Burriel,
educado en la tradición jesuítica en la que la lectura de los clásicos era fundamental
para la Retórica, estudió Filosofía y Teología, llegando a ser Maestro de Gramática
en Toledo y, en 1747, de Filosofía en el Colegio de la Compañía de Alcalá de Henares.
No parece que esta ciudad fuera en principio el destino deseado por el jesuita, sin
embargo en ella gozó de un retiro forzoso que le sirvió de descanso y recuperación para
su frágil salud debida a la tuberculosis. En ella redactaría el prólogo para el tomo
tercero de la España Sagrada (ES) de Enrique Flórez, que constituye una
auténtica loa a la Universidad de Alcalá por la que siente un gran orgullo como
historiador: si tenemos algo bueno de Historia, se puede decir sin injuria de nadie que
a ella sola se debe (Aprovación ... ES tomo III, 2ª ed. 1754, s. p.);
en él incluye también un comentario sobre cada uno de los autores que han salido de las
aulas alcalaínas, unos ciento cincuenta escritores de las más diversas materias.
Miembro de la
Compañía de Jesús, la cual en aquél momento gozaba del favor de la monarquía y
ejercía una preponderancia en el terreno cultural, fue encargado de coordinar, en el
marco de la renovación de la investigación histórica promovida por Fernando VI, el gran
proyecto de una nueva edición de fuentes para la historia de España, cuyos principios
fundamentales coinciden en líneas generales con los expuestos por él en sus Apuntamientos
de algunas ideas para fomentar las letras enviados al también jesuita F. de Rávago
confesor del monarca. Esta gran empresa, mediante un equipo de historiadores pretendía
editar de forma crítica los concilios españoles, las inscripciones, las crónicas, los
fueros, los breviarios, etc. y expurgar, al mismo tiempo, en los archivos eclesiásticos,
los documentos relativos a los derechos de regalía necesarios para amedrentar a la Curia
Romana con el objeto de utilizarlos como prueba en la pugna que mantenían Iglesia y
Monarquía por sus derechos. Se trataba, pues, de un proyecto político con carácter
científico. El apoyo del por entonces equipo gubernamental, formado por el Marqués de la
Ensenada (Zenón de Somodevilla), el secretario de Estado José de Carvajal y el Padre
Francisco de Rávago, hicieron que el proyecto gozara del favor necesario, algo que
cambiaría de forma sustancial con la llegada al poder del ministro Ricardo Wall. Los
esfuerzos de Burriel fueron encaminados principalmente a la lucha contra la superstición,
el escolasticismo y la historia falseada de la centuria precedente, así como también
contra los privilegios señoriales y eclesiásticos.
No se equivocaba
pues Mayans al definir a su amigo Burriel como hombre nacido para promover las letras (vir
natus ad promovendas litteras; apud Abad Abascal 1999, 84 nota 337)
aunque, lamentablemente, su muerte a los cuarenta y dos años privó a la epigrafía
hispana de uno de los representantes más ilustres de esa generación de sabios que vio
frustrada su esperanza de que los historiadores españoles se abriesen a las nuevas
corrientes europeas ilustradas. Como G. Mayans, intentaba inculcar y difundir entre los
intelectuales hispanos del siglo de la Ilustración la necesidad de una edición
escrupulosa de las inscripciones y así acabar de una vez por todas con los fantasmas que
se cernían sobre la Historia de España. En consonancia con su método hermenéutico
propugnaba una lectura directa de los textos y una transcripción rigurosa de los mismos (hemos
vuelto a cotejar las copias con las piedras originales letra por letra y punto por punto ...
Carta de A. M. Burriel a J. de Carvajal, ed. Gigas, 1914, 481) para en una segunda fase
ser correctamente estudiados en el Introducción donde fueron generados; para ello
era imprescindible estar en posesión de los conocimientos suficientes de la lengua en la
que se hallaban escritos, circunstancia que la mayoría de las veces no se daba entre los
eruditos hispanos; así refiriéndose a F. de Santiago Palomares se lamenta de las
posibles imperfecciones existentes en una transcripción de un epígrafe medieval
porque éste no ha estudiado el latín (apud Reymóndez 1908, 197) hecho que le
obligaría a cotejar los originales. Burriel trató en su correspondencia de diversas
inscripciones hispanas como las que al hilo de su tarea en la revisión de archivos de
Cuenca, se encontró en un manuscrito de Francisco de Alarcón (1627), Piedras de
sepulcros romanos hallados en Valera de Arriba, la antigua Valeria, en el que se
recogían más de una veintena; fiel a sus principios metodológicos fue a comprobar las
lecturas y se las comunicó a Mayans (apud Abad Abascal 1999, 85). También
las envió a Alexander Xavier Panel, a la sazón encargado por el rey de su monetario, que
las insertó en su obra De coloniae Tarraconae nummo Tiberium Augustum, Juliam augustam
Caesaris augusti filiam, Tiberii uxorem, et Drusum Caesarem utriusque filium exhibente (Tiguri
1748) y a Enrique Flórez que las incluyó en el tomo octavo de la España Sagrada (1752).
Asimismo se las comunicaría a L. J Velázquez de Velasco (Real Academia de la Historia legajo 9/4106), marqués
de Valdeflores, a quien participaría también las únicas inscripciones que Burriel
reporta en relación con su estancia en Alcalá. En 1752 fue descubierta una estela (CIL II 3037) en el
termino de Alcalá, yendo desde Madrid, pasado Torote, en una cuesta a la izquierda, q(ue)
hace linde de una tierra de n(uestr)o Col(egi)o de Alcalà; estos datos constan en una
papeleta autógrafa de Burriel en la colección Velázquez de la Real Academia de la
Historia (Real Academia de la Historia, legajo 9/4125) que conserva el único dibujo de
esta inscripción hoy perdida. Mal interpretados por E. Hübner, la inscripción se había
atribuido siempre a Torrejón de Ardoz, lugar al que sería llevada para su conservación.
Además describió otra que se encontraba en el Colegio del Rey donde la había copiado ya
Ambrosio de Morales (CIL II
3035). Un último texto (CIL II 3039) lo conseguiría a través de
un amigo.
El interés de
Burriel no se limitaba a utilizar las inscripciones para escribir la Historia, su gran
deseo hubiera sido conservarlas para la posteridad. Le faltaran poder y dinero: España
está llena de monumentos romanos que se destrozan y pierden. La Junta hará velar a los
jesuitas de todas las ciudades y lugares principales del reino para que los recojan; yo
soy un pobre hombre sin poder y sin autoridad y gastando en esto y en libros los pocos
cuartos que he tenido he llegado a juntar sin grande afán más de mil y quinientas
monedas romanas, de las cuales he dado muchas a los amigos para completar museos... Tengo
dos urnas grandes romanas y otras curiosidades y si hubiera tenido poder, tuviera mucho
número de lápidas romanas transportadas, como los ingleses lo han hecho con muchas de
Cádiz, Cartagena y Tarragona en las últimas guerras y aún en Grecia, Asia y Egipto
(Apuntamientos de algunas ideas para fomentar las letras en : Echánove 1971, 263).
© H. Gimeno Pascual |
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Gregorio Mayans |
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BIBLIOGRAFÍA: F. Fita, Fragmentos de la correspondencia epistolar del P. Andrés Marcos Burriel
existentes en el Museo Británico, Boletín de la Real Academia de Historia 52,
1908, 287-292. - J. Reymóndez del Campo, Correspondencia epistolar del P. Burriel
existente en la Biblioteca Real de Bruselas, Boletín de la Real Academia de Historia 52,
1908, 181-267; 273-286. E. Gigas, Cartas del P. Andrés Marcos Burriel, Revista
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Españoles en 1750-1756, Revista bibliográfica y documental 4, 1950, 131-170. - A.
Echanove Tuero, La preparación intelectual del P. Andrés Marcos Burriel, S.J.
(1731-1750), Madrid 1971 - A. Mestre (ed.), Gregorio Mayans y Siscar, Epistolario
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Mayans i Siscar, Introductio ad veterum inscriptionum historiam litterariam, Madrid
1999. |