Cuando en 1539 Florián de Ocampo fuera nombrado cronista de Carlos V a petición de las
Cortes, ya los monarcas de los reinos hispanos que habían precedido al emperador,
conocedores de la importante función que podía tener el pasado que, a la par que
ilustraba las hazañas y hechos pretéritos, proporcionaba prestigio a la monarquía y
consolidaba sus derechos al trono, habían encomendado la elaboración de las historias de
sus reinos a personalidades que, en ocasiones, habían sido de origen italiano; entre
éstos no faltaría quien, por iniciativa propia, dedicaría su obra a los monarcas
hispanos como Giovanni Annio de Viterbo a los Reyes Católicos. La elección de italianos
se debía, entre otras razones, a su mayor facilidad para escribir en latín, la
"lingua franca" preferida en dichas ediciones por la proyección que se
pretendía dar fuera de sus fronteras a la historia de los distintos reinos peninsulares,
muy mal conocida en Europa. La reacción de los intelectuales hispanos no se haría
esperar y pronto se levantaron voces contra ellos acusándolos de haberse burlado de los
españoles en sus historias y, aunque esto fuera cierto, no menos real era la ausencia de
escritores que escribiesen en un latín correcto. La reina Isabel había tenido el firme
propósito de corregir esta carencia y encomendó a Antonio de Nebrija (1441-1522), el
"debelador de la barbarie", la composición de una gramática latina, que se
vería complementada por el diccionario latino-español, así como vocabularios de
términos geográficos y nombres antiguos. Pero también el castellano parecía atravesar
una situación semejante a tenor de las quejas del mismo Nebrija por lo que, con gran
sentido práctico, compuso también una Gramática Castellana, en cuya introducción
equipara el valor de las lenguas vernáculas con el del latín para la narración
histórica y expone los motivos por los que recomienda la utilización del castellano en
la misma: Y porque mi pensamiento e gana siempre fue engrandecer las cosas de esta
nacion e dar a los hombres de mi lengua obras en que mejor puedan emplear su ocio; que
agora lo gastan leyendo novelas o istorias envueltas en mil mentiras e errores, acorde
ante todas las otras cosas reduzir en artificio este nuestro lenguaje castellano, para que
lo que agora e de aqui adelante en el se escriviese pueda quedar en un tenor, e entenderse
en toda la duracion de los tiempos que esta por venir. Como vemos que se a hecho en la
lengua griega e latina, las cuales por aver estado debaxo de arte, aun que sobre ellas an
passado muchos siglos, todavia quedan en una uniformidad. Porque si otro tanto no se haze
como en aquellas, en vano vuestros cronistas e istoriadores escriven e encomiendan a
inmortalidad la memoria de vuestros loables hechos, e nosotros tentamos de passar en
castellano las cosas peregrinas e estrañas, pues que aqueste no puede ser sino negocio de
pocos años. Y sera necessaria una o dos cosas, o que la memoria de vuestras hazañas
perezca con la lengua, o que ande peregrinando por las naciones estrangeras, pues que no
tiene propia casa en que pueda morar... Y seguirse a otro no menos provecho que aqueste a
los ombres de nuestra lengua, que querran estudiar la gramatica del latin. Porque despues
que sintieren bien el arte del castellano, lo cual no sera mui dificil porque es sobre la
lengua que ia ellos sienten, cuando passaren al latin no avra cosa tan escura, que no se
les haga mui ligera: maiormente entreveniendo aquel arte de la gramatica que me mando
hazer vuestra alteza contraponiendo linea por linea el romance al latin. Por la cual forma
de enseñar no seria maravilla saber la gramatica latina no digo io en pocos meses, mas
aun en pocos dias, e mucho mejor que hasta aqui se deprendia en muchos años. (A. de
Nebrija, Gramatica de la Lengua Castellana, Salamanca 1492, 6-7). Nebrija aún
alcanzaría a ver el nombramiento de Carlos, nieto de los Reyes Católicos, como rey de
España (1517), un rey que desconocía la lengua de sus súbditos, pero que quiso hacer
realidad las recomendaciones del Maestro: Carlos además de aprender el castellano lo
potenció hasta el punto de pretender que se convirtiera en la lengua de las relaciones
internacionales.
Florián de Ocampo, nacido en Zamora en una fecha imprecisa en torno a principios del
siglo XVI, había acudido a Alcalá de Henares, en 1521, acompañando en calidad de
secretario al obispo de su ciudad natal, el comunero Antonio de Acuña, para que la ciudad
se sumase a la rebelión. Cuando Acuña se vio obligado a abandonar la ciudad Ocampo
permaneció en ella a las ordenes de otro destacado comunero, el rector de su Universidad
Juan de Hontañón. La estancia de Ocampo junto a Nebrija en la universidad complutense,
sin duda fue muy provechosa para su aprendizaje de la arqueología: las inquietudes de
Nebrija por el pasado de Hispania le habían llevado a elaborar unas Antigüedades de
España de las que, por desgracia, apenas se conservan las primeras páginas. Además
fue el primero en describir algunos monumentos antiguos como el puente de Alcántara, la
vía de la Plata o las ruinas de Mérida y de los más tempranos autores hispanos que
utilizaron la epigrafía para abordar el estudio de la geografía e historia antiguas. Su
denuncia sobre las novelas o istorias envueltas en mil mentiras e errores, que
abundaban en las crónicas medievales, unida a las invenciones que circulaban por Europa
sobre la historia antigua de España difundidas por italianos como Annio de Viterbo,
sirvieron de estímulo para que el nombramiento de cronistas del reino acabará por
institucionalizarse y financiarse por la corona. El cargo otorgaba gran prestigio y
quienes lo ejercían se convertían en "autoridades" en la materia.
Fue Florián de Ocampo uno de los primeros cronistas de Carlos V y a él le fue
encomendada la redacción, en castellano, de La Crónica general de España; cuyos
primeros cuatro libros salieron a la luz en Zamora, en 1543. Diez años más tarde se
publicó un quinto libro en Medina del Campo. La obra inconclusa sería continuada por Ambrosio de Morales, bajo los
auspicios del rey Felipe II. Los libros confeccionados por Ocampo llegan hasta el periodo
romano; en ellos recurre a invenciones salidas de su pluma -como el autor fingido Julián
Lucas- y, en ocasiones, acepta las de cronistas anteriores españoles o italianos. Esto ya
fue denunciado por Andreas Schott quien le acusa de haber difundido las ficciones de Annio
de Viterbo (verum enim vero ut in Chronicis mire deceptus est Ocampius per Berosium
praeterasque supposittios libellos Annii Viterbiensi, sic et qui Historiam eius pertexit,
apud Mayans 1999, 64-65), sin embargo no carecería de seguidores tanto en su siglo
como en los siguientes. Tampoco le faltaron escrúpulos a la hora de utilizar las
inscripciones manifiestamente espúreas que, según los humanistas españoles, había
fabricado Ciriaco de Ancona y cuyos textos confirmaban acontecimientos, personajes,
héroes o dioses por regla general relativos a la época de la conquista romana. Las
críticas le vinieron ya por parte de su continuador Ambrosio de Morales: Y no le mueva
a nadie el aver affirmado Florian de Oca(m)po en el capitulo treynta y dos de su quinto
libro, que la Aurigi antigua es nuestra Arjona de agora, prova(n)dolo co(n) dos piedras
que el alli puso. La primera es aquella de Marco Fabio Probo, que esta en Jaen, y no en
Arjona, y esto puedo yo certificar, por aver estado en ambos lugares, y mirado con
diligencia las piedras que ay. La otra ta(m)poco no esta en Arjona, y esta errada, porque
el nombre del muerto se dize alli Quinto Fabio Ficulno, y es Quinto Fabio Florino el de la
otra piedra de Jaen. Assi que Florian fue engañado, que le dixeron estar aquellas
piedras, estando en Jaen y le diero(n) la una errada en el nombre propio. Y el mismo
muestra alli claramente, como no las vio el, ni estuvo en aquellos lugares, sino que le
dieron las piedras (Las Antigüedades de las ciudades de España, Alcala de
Henares, 1585, 74 v.; cf. Mayans 1999, 29). Mayans se mostró aún más duro y le acusó
de mentiroso: Florianus Campensis, qui anno 1552 edidit quatuor libros Chronici
Generalis Hispaniae (quos solum ad manus habeo) Lib. IV. cap. 37 in fine gloriatur se dum
per Hispaniam iter perageret, vidisse magnam partem inscriptionum quas collegerat Cyriacus
Anconitanus: quo splendidissimo mendacio fidem nam elevavit ... (Mayans 1999, 50). Si
bien es cierto que muchas de las inscripciones atribuidas a Ciriaco nunca habrán
existido, no menos cierto es que Ocampo asegura haber copiado algunos de sus textos muy
"depravados" en Alemania, entre ellos las inscripciones del puente de
Alcántara, por lo que se vería obligado a cotejarlos personalmente (Gimeno 1997, 223).
Este descrédito de la historiografía hacia Ocampo -igual que ocurre en el caso del
cronista contemporáneo suyo Lorenzo de Padilla- no deja de ser injusto por lo que atañe
a la Epigrafía, sobre todo si tenemos en cuenta que algunos de los que le desacreditaron
cayeron en la misma trampa como, sin ir más lejos, el propio Morales. Pero todavía es
más grave la injusticia porque, probablemente con vistas a la redacción de la parte
correspondiente a Roma en la península, Florián de Ocampo había compuesto una sylloge
de más de doscientas cincuenta inscripciones de Hispania agrupadas según las antiguas
provincias, que se ha transmitido a través de la copia realizada por Honorato Juan del libro de inscripciones quem manu Floriani
Docampi habet H. Surita (apud Gimeno 1997, 23) y que se conserva en la
Biblioteca Nacional de Madrid (ms. 3610) en un códice denominado Codex Valentinus
por E. Hübner. Esta sylloge contiene textos que entroncan por un lado con las
tradiciones más antiguas de textos epigráficos hispanos pero por otro con aquéllas que,
a mediados del siglo XVI, se difundieron a partir del humanista y amigo de Antonio
Agustín, Jean Matal (I. Metellus) y del anticuario Jacobo Strada. Distinguir qué textos de su colección pueden
haber sido autopsias suyas o no es difícil, pero algunas inscripciones sí fueron
descritas de visu por él, como las rupestres dedicadas a Diana en Segóbriga.
Tampoco es posible saber si las frecuentes interpolaciones -quizá mejor dicho
"glosas" de los textos, uno de los graves defectos de la época que, debido a un
desmedido afán por restituir y explicar los textos, a veces los transformaban en
auténticos monstruos- de que adolece la colección son obra del mismo Ocampo o no.
Hübner atribuyó a Ocampo otro manuscrito anónimo de la misma biblioteca (B.N., ms.
5973), una miscelánea, que además de inscripciones romanas contiene poemas
renacentistas. Sin embargo, varios factores, entre ellos, algunas de las fechas que
figuran en él, muy avanzadas dentro del siglo XVI, desaconsejan dicha atribución. Sea
quien fuere el autor, el valor de este manuscrito para la epigrafía hispana es grande
pues se trata de una fuente que coteja lecturas de las inscripciones con los originales o
las describe directamente. En él se encuentran descritas dos de Complutum (CIL II 3038. 3040), hoy perdidas,
que se hallaron juntas cuando se excavaba un pozo; da fe de que fueron vistas y descritas
por el anónimo autor la observación que hace sobre dos líneas de la primera de ellas
que no pudo leer: sunt hic et duo alii versiculi litteris parvulis, sed quae non
possunt legi.
Estas mismas inscripciones, más otra (CIL II 3034), se
encuentran en el Libro de Ocampo y son asimismo autopsia de las piezas aunque de
tradición diversa a la anterior. Gracias a Ocampo sabemos que la segunda, con toda
seguridad una estela, estaba decorada en la parte superior con una roseta inscrita en
círculo con dos escuadras a ambos lados. No es descabellado pensar que Ocampo hubiera
copiado estas inscripciones en Complutum en su época de estudiante como tampoco lo es que
algunos de esos textos que proceden de tradiciones anteriores a él en su sylloge
los hubiera recibido de Nebrija, porque es más que probable que el Maestro hubiera
formado una colección de textos epigráficos para su obra sobre las Antigüedades de
Hispania dedicada a la reina Isabel: ¿qué otras antigüedades esperaríamos salvo
inscripciones o, en todo caso, monedas?
Anotaba J. Matal en su ejemplar del
libro de J. Mazochio: Florianus Ocampus, qui historiam Hispaniae scripsit, dicitur
omnes Hispaniae inscriptiones in unum volumen congesisse (apud CIL II p. XIII).
Honorato Juan hizo posible que no se quedara en un rumor infundado.
© H. Gimeno Pascual |
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