Historiador, arqueólogo y cronista del reino, Ambrosio de Morales
fue hijo de Antonio de Morales, médico y catedrático de la Universidad de Alcalá de
Henares, y gran aficionado a la Antigüedad. Pero quien más influyó en su
educación humanística fue su tío, Fernán Pérez de Oliva, quien, tras una prolongada
estancia en Roma y París en las más famosas instituciones de enseñanza, regresó a
España como catedrático y rector de la Universidad de Salamanca, ciudad a la que se
trasladó hacia el año 1526 o 1527. A ella le acompañó, en calidad de discípulo, su
sobrino Ambrosio, que entonces contaba catorce años, para estudiar la lengua castellana.
En 1531, muerto su tío, regresó a Córdoba y en 1533 profesó en la Orden Jerónima. En
la década de 1540 culminaría su formación en la Universidad de Alcalá, donde tendría
como maestros a los humanistas más prestigiosos del momento ya que, desde su fundación
por Cisneros, esta institución había formado un selecto grupo de
filólogos-historiadores que ya empezaban a valorar como fuentes la epigrafía y la
numismática en la enseñanza de la lengua griega, latina y hebrea. En esta Universidad
él mismo, hacia 1550, obtuvo la Cátedra de Retórica. A partir de entonces alternó una
vasta producción científica con la docencia en la Universidad y en su propia casa a la
que acudieron alumnos de las más nobles familias, entre ellos D. Juan de Austria o D.
Juan de Zúñiga y Cárdenas, sexto conde de Miranda, que juntaría una colección de
antigüedades en su palacio de Peñaranda (Burgos).
Pero su proyección científica como arqueólogo e historiador
comenzó hacia 1559 cuando Morales recibe los primeros encargos por parte de la
monarquía, y, culminará con su nombramiento como Cronista Real en el año 1563. A partir
de entonces su participación no cesa en aquellos asuntos oficiales, especialmente los
relativos a cuestiones hagiográficas, en los que el testimonio del historiador es clave:
en 1567 es designado como procurador en el proceso de canonización de fray Diego de
Alcalá. Un año después, actuó de juez en uno de los certámenes celebrados con
ocasión de las fiestas conmemorativas del traslado desde Huesca a Alcalá de las
reliquias de los mártires Justo y Pastor. A partir de 1578 se instaló en Puente del
Arzobispo, después de su nombramiento, en 1577 por el cardenal y arzobispo de Toledo
Gaspar de Quiroga como vicario y administrador de los hospitales de la localidad; pero
pronto, por problemas de salud, regresó a Córdoba en 1582, donde residió hasta su
muerte.
Encargo regio fue también el incremento de los fondos de la
biblioteca de El Escorial, para la cual obtuvo, entre otros fondos, el códice Emilianense
de los Concilios, que poseía Pedro Ponce de León, obispo de Plasencia. Este prelado le
encomendó la edición de otra obra, la del poeta cordobés del siglo VIII Eulogio, lo que
brindó la ocasión para la realización de un tratado, que añadió al final, sobre el
origen de su ciudad natal De Cordubae urbis origine situ et antiquitate.
Pero su verdadera dimensión como
historiador se manifiesta en la Crónica de España: en el mismo año de su nombramiento
como cronista, las Cortes solicitaron a Felipe II que continuase la publicación de las
Crónicas de España, iniciadas por Florián
de Ocampo. Para ello realizó numerosos viajes en los que recopiló
crónicas, anales y otros documentos históricos al tiempo que intentó recabar
información o comprobar in situ los vestigios arqueológicos que conocía de las
diversas localidades que visitaba. Fruto de uno de ellos es la Relación del viaje que
Ambrosio de Morales Chronista de S.M. hizo por su mandato el año de 1572 a Galicia,
Asturias y León. Con el mismo objetivo persuadió al Rey para que ordenase la
realización de unas relaciones de la historia y topografía de los pueblos de
España basadas en las respuestas a unos cuestionarios en los que se solicitaban, entre
otros, datos toponímicos, arqueológicos, históricos y eclesiásticos. Las respuestas o
"Relaciones" se compendiaron en ocho volúmenes y muchas de los datos,
entre ellos notas y dibujos de inscripciones, los utilizó para su Coronica. No
menos importantes fueron las informaciones que numerosos colaboradores le facilitaron
sobre cuestiones históricas y antigüedades, como Juan Fernández Franco, Antonio Agustín, Jerónimo Zurita o
Andrés Resende.
La parte de la crónica general de España escrita por su
predecesor Florián de Ocampo (libros I-V) terminaba justo antes de la conquista de Hispania por Roma, por tanto Morales se ocuparía de proseguirla a partir del año 209 a. C. Obra
suya son los libros VI al XVII editados en tres volúmenes: en 1574 (libros VI a X), en
1577 (libros XI y XII) y en 1586 (libros XIII a XVII). El primer volumen contiene desde
las hazañas de Lucio Marcio hasta el fin de la dominación romana; el segundo abarca
desde el Inicio del reino visigodo hasta la "destrucción de España por los Moros".
El último narra el alzamiento del infante Pelayo en Asturias contra los invasores y su
posterior huida; la obra añade unas memorias posteriores al fallecimiento de Bermudo III.
Como historiador y filólogo considera elemento básico para
escribir la historia antigua y tardoantigua de Hispania el conocimiento de las
autores antiguos como Polibio, Estrabón, Livio, Valerio Máximo, Plinio, Frontino,
Plutarco, Apiano, Juan de Bíclara, Gregorio Magno o Isidoro, pero igual o mayor valor
concede a los testimonios arqueológicos, en particular a las inscripciones y monedas. La
combinación y el contraste entre ambas fuentes permite al historiador una aproximación
mucho más fiel a los acontecimientos. A su método, particularmente novedoso en España,
le dedica un capítulo en Las Antigüedades de las Ciudades de España que van
nombradas en la Coronica, con la averiguación de sus sitios, y nombres antiguos (Alcalá
de Henares, 1575) publicadas al final del segundo volumen de la Crónica (libros XI
y XII). En él expone los principios a tener en cuenta en el estudio de las antigüedades;
particularmente marca las pautas para un estudio riguroso de las inscripciones, un modelo
que serviría de referente a los historiadores españoles durante siglos.
Morales, vinculado a Alcalá gran parte de su vida, tomó partido,
correctamente, con aquellos que defendían que los restos romanos que se descubrían en
sus cercanías así como los que estaban en reutilizados sus edificios pertenecían a Complutum,
ciudad que otros querían ubicar en la vecina Guadalajara. En relación con Alcalá su
obra magna La vida, el martyrio, la invención, las grandezas y las translaciones de
los ... niños martyres San Iusto y Pastor y el solemne triumpho con que fueron recebidas
sus santas reliquias en Alcalá de Henares, impresa en Alcalá por Andrés de Ángulo
en 1568, trata de Justo y Pastor, dos niños de corta edad y familia cristiana, naturales
de Complutum, que habían comenzado sus estudios en la escuela pública, fueron
martirizados y decapitados por orden de Daciano fuera de la ciudad, sobre una piedra que,
según el mismo Morales, todavía conservaba dos huellas hundidas de las cabezas o de las
rodillas de los mártires. En el lugar donde habían sido martirizados, en el campo que
llamaban "Loable", los cristianos edificaron, sobre su sepultura, una capilla.
Su interés por las antigüedades complutenses se manifiesta también en la
correspondencia mantenida con el anticuario Alfonso Chacón, entonces aún en Sevilla,
sobre cuestiones epigráficas mínimas como cuando le comunica que "traxeron a vender
aquí a Alcalá un pedazuelo de oro que hallaron en Vayona que es un lugar siete leguas de
aquí, cerca del famoso Aranjuez". Era un asa de un vaso de oro y antes de que un
platero la fundiera Morales copió la inscripción que rezaba utere felix Simplici
(cf. Opúsculos Castellanos II, Madrid 1793, 295).
Fue Morales uno de los primeros en describir las inscripciones de Complutum indicando los lugares en donde se encontraban como un ara dedicada a Tutela que estaba en
la iglesia de los santos mártires dentro en la capilla (CIL II 3031;
Antigüedades, f. 18), o una funeraria que se guardaba en la calle de la Justa, en el
monasterio de Santa Ursula (CIL II 3036; Antigüedades, f. 12 v.), u otra ara que, dedicada a los
dioses, se encontraba en la Venta de San Juan, en el camino de Alcalá a Guadalajara (CIL
II 3024; Antigüedades, f. 18 y 66 v.), así como la
consagrada al Numen que estaba en la torre de la iglesia de Aldea el Pardo, hoy Alalapardo
(II 3032;
Coronica I, f. 175 v.). Pero incluso se preocupó por la conservación de algunas
inscripciones como el "gran cipo" que se conservaba en el colegio del Rey y que
él había hecho trasladar desde Alcalá la Vieja, a donde debió de ser llevado en época
musulmana para su reutilización (CIL II 3035; Antigüedades, f. 30 v.).
© H. Gimeno Pascual.
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