Son pocos, imprecisos e incluso contradictorios los datos que se
conocen sobre Juan Fernández Franco, figura clave del siglo XVI en el estudio de la
epigrafía hispana, especialmente de la Bética. Según apuntan las escasas noticias
conocidas nació en Pozoblanco y no en Montoro como señalaron algunos de sus biógrafos.
Tras recibir formación jurídica quizá en Granada junto a su hermano Pedro Fernando, se
trasladó a Alcalá a mediados de la década de 1530 o principios de la de 1540, para
estudiar Retórica en la universidad, donde tuvo como profesor a Ambrosio de Morales.
Completó más tarde sus estudios en Salamanca, ciudad en la que, en 1550, ya era
bachiller en Jurisprudencia y posteriormente licenciado. Vuelto a Andalucía, fijó su
residencia en Montoro. En 1549, entró al servicio de los Marqueses de El Carpio llegando
a ser gobernador de sus Estados; más tarde ejerció como juez de apelaciones en Los
Pedroches. Así mismo impartió justicia en diversas localidades de la provincia de
Córdoba. En 1599 se estableció en Bujalance, ciudad en la que
residió hasta su muerte.
La doble nomenclatura que presentaba su nombre, unas veces escrito
Juan Alfonso (o Alonso) Franco y otras Juan Fernández Franco, así como su costumbre de
firmar sus primeras cartas simplemente como el Bachiller Alonso Franco sembraron dudas
sobre su identidad, pero hoy sabemos que existió un único Fernández Franco epigrafista,
el cual debió de ser bautizado con el nombre completo de su padre. El desdoblamiento del
personaje circuló, sin embargo, desde el siglo XVII y fue aprovechado más tarde por el
llamado "pseudo Fernández Franco", quien, probablemente a mediados del siglo
XVIII, inventó una colección de cartas epigráficas y, con el fin de autentificar sus
falsificaciones, les atribuyó el nombre y títulos del emisor y del destinatario que
aparecían en las cartas originales del Bachiller Alonso Franco.
Juan Fernández Franco desarrolló una ingente labor epigráfica
desde poco antes de la década de 1540 hasta prácticamente el final de sus días. Su
interés y aprendizaje de esta disciplina se desarrolló en Alcalá junto a su maestro Ambrosio de Morales, que difundía entre sus alumnos un
nuevo método para la reconstrucción histórica que partía del estudio y análisis de
las fuentes documentales y arqueológicas, fundamentalmente inscripciones y monedas. A
esta primera etapa pertenecen los primeros diseños de epígrafes de Juan Fernández
Franco, recogidos en el Codex Valentinus (Madrid, Bibliotea Nacional ms. 3610) y,
precisamente, entre ellos dos de inscripciones complutenses (CIL II 3033 y CIL II 3034), testimonios
de extraordinario valor al constituir la primera fuente conservada para ellos. En esta
etapa el autor todavía diletante se muestra prudente y cauteloso en la copia, en el
dibujo de los soportes, y en la interpretación de los textos, por lo que esos textos y
dibujos son de extraordinario valor por la fidelidad en la copia aunque contengan algunos
errores. A medida que sus conocimientos literarios e históricos se incrementaban, iba
también en aumento el prurito por entender los textos epigráficos, llegando a veces a
falsas interpretaciones.
Son documentos excepcionales para la epigrafía de Complutum,
los dibujos de las dos inscripciones que trasladó en su juventud, ambas perdidas. Una de
ellas (CIL II 3033), probablemente el dado
central de un pedestal con el campo epigráfico rebajado y enmarcado por molduras estaba
"en la puerta de un caballero que se dize don Diego Mendoça". Gracias a
Fernández Franco, tenemos ahora la descripción de primera mano, porque sólo había sido
dada a conocer, dos siglos más tarde, por L. J. de Velázquez que la encontró descrita
entre los papeles de Vergara y por
L. Muratori, una de cuyas fuentes son los papeles del padre Cattaneo (cf. P. Díaz de Ribas). No es
imposible que el dueño de la casa a la que se refiere hubiera sido el poeta y humanista
Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575), hijo de Pedro López de Mendoza (1440 - 1515, I
Marqués de Mendoza) gran aficionado a las letras. Sabemos que el título pasó a su hijo
Luis Hurtado de Mendoza (II Marqués de Mondéjar) por tanto hermano de Diego, y que las
casas principales de la familia estaban "juntas y pegadas a la cerca de la puerta de
Guadalajara (hoy plaza de los Mártires), lindando con dicha puerta por un lado y por otro
con las de Pedro Sánchez, bedel de la Universidad, delante tenían la calle Real y
detrás daban a la calle de los Colegios (hoy Libreros)" (J. Hidalgo Ogáyar, Los
Mendoza y Alcalá de Henares. Su patronazgo durante los siglos XVI y XVII, Alcalá
2002, 37). La otra inscripción (CIL II 3034)
se conservaba "en la calle Mayor debaxo de los portales frente al hospital de Nuestra
Señora", o de Atenzana, y según el dibujo era redonda por arriba y con dos
acróteras en los extremos, soporte que no nos disgustaría identificar con el conocido
tipo de cupa complutense.
Aparte de estas dos inscripciones, no conocemos ninguna otra
relación de Fernández Franco con las antigüedades complutenses. A partir de su retorno
a Andalucía realizó allí un ingente trabajo epigráfico con autopsias personales de las
informaciones de primera mano que le llegaban, que se vieron favorecidas por el poder que
emanaba de su cargo y por la gran movilidad que requería su ejercicio en el territorio
por él administrado. Pudo así continuar -en su entorno más inmediato- con los
"viajes arqueológicos" que ya desde muy joven había practicado en La Mancha o
en la provincia de Salamanca. Así constituyó la mayor colección de textos epigráficos
de la Bética; los que no comprobaba se los proporcionaban un amplio círculo de amigos.
Su infatigable labor epigráfica incrementó notablemente el número de inscripciones que
se conocían de la Península Ibérica a finales del siglo XVI, razón por la cual aportó
una gran cantidad de datos nuevos a los estudiosos de la Antigüedad Clásica, tanto para
la Historia Romana como para la Filología. Así, si los anticuarios españoles buscaban
sus manuscritos, éstos eran insistentemente solicitados por los humanistas europeos. De
hecho fue el epigrafista hispano de mayor renombre en Europa: la calidad de sus trabajos,
basados en las autopsias de los epígrafes, lo convirtieron en el referente más fiable
para las inscripciones de la Bética. A través, principalmente, de Antonio Agustín o de
agentes de las cortes europeas que viajaban por España, su obra fue conocida y utilizada
por la mayoría de los historiadores y filólogos europeos.
Sus apuntes originales, al menos los hoy perdidos «Cuadernos de
Inscripciones Grande y Chico», a su muerte, fueron a parar a manos del erudito cordobés Pedro Díaz de Ribas, quien
realizó una copia de los mismos, la cual, trasladada por el padre G. Cattaneo en el siglo
XVII a Italia y conservada hoy en la biblioteca Estense de Módena, nos permite conocer su
contenido. Otros manuscritos, autógrafos suyos, llegarían por vías distintas a
diferentes bibliotecas europeas, entre ellas la Británica, la pública de Turín o la
Brera de Milán. En España, se conservan autógrafos suyos en la Biblioteca Nacional, en
la Real Academia de la Historia y en la Biblioteca Capitular y Colombina de Sevilla. Sus
principales obras que permanecen inéditas y de las que se produjeron múltiples copias
hasta el mismo siglo XX tratan en su mayoría de la Bética romana pero también de otros
temas de antigüedad. Entre ellas cabe citar: Antigüedades de Martos (1555); Breve
Exposición y compendio de Numismas (1564); Suma de las inscripciones y memorias
romanas de la Bética (s.a.); Monumento de antigüedades y de inscripciones romanas
lapídeas (1565); Demarcación de la Bética Antigua y Tratado de las antigüedades
de Estepa (1571); Sumario y compendio breve de la fundación romana de la villa de
Agreda (1574); Itinerario e Discurso de la via publica que los romanos
dejaron edificada en España para pasar por toda ella desde los montes Pirineos por la
Celtiberia hasta la Bética y llegar al mar Océano (1596).
© H. Gimeno Pascual
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BIBLIOGRAFÍA: F. J Sánchez Cantón, Cartas epigráficas del
Licenciado Fernández Franco (1569-1571), Anuario del Cuerpo Facultativo de Archiveros,
Bibliotecarios y Arqueólogos, 1935, 273-291; R. García Serrano, J. L. Valverde
López, Documentos para el estudio de la Arqueología española. I Cartas de Diego y Juan
Fernández Franco, Boletín del Instituto de Estudios Giennenses 65, 1970, 41-56;
R. García Serrano, Documentos para la historia de la Arqueología española. II: Textos
referentes a Martos (Jaén), Boletín del Instituto de Estudios Giennenses 77,
1973, 23-50; A. Mª Jiménez Garnica, "La falsa identificación de Agreda con
Gracurris. El origen de una confusión, Celtiberia 63, 1982, 17-26; H. Gimeno
Pascual, Historia de la investigación epigráfica en España en los siglos XVI y XVII
a la luz del recuperado manuscrito del Conde de Guimerá, Zaragoza 1997; M. Almagro
Gorbea, Real Academia de la Historia. Catálogo del Gabinete de
Antigüedades:Epigrafía prerromana, Madrid 2003, 416-422.
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