El Maestro Alvar Gómez de Castro, figura clave del humanismo español, conocido especialmente por ser el autor de la biografía de Francisco Ximénez de Cisneros -cardenal regente de Castilla a la muerte de la reina Isabel y fundador de la Universidad de Alcalá-, como epigrafista sólo muy recientemente ha sido valorado. Catedrático de Griego en la Universidad de Alcalá ya en el año 1542, compartió aula con hombres de la talla de Ambrosio de Morales, que lo considera mi grande y antiguo amigo (Coronica XI, fol. 8v.). Su amplísima formación y su enorme capacidad de trabajo hicieron pronto que fuera reclamado para dar clases en el Colegio de Santa Catalina de Toledo como Catedrático de Retórica y Griego. Esta ciudad, entonces inmersa en una arrebatada pasión erudita y anticuaria centrada en su vinculación con un pasado remoto, que le concediera la legitimidad necesaria a través de su entronque con el mundo godo, atraía a los más notables humanistas y artistas del momento, sobre todo por las grandes expectativas que despertaba una incipiente arqueología, las cuales podían servir para reforzar o desmentir los testimonios de las fuentes literarias. Así tanto Alcalá como Toledo le brindaron la oportunidad de contactar y mantener estrechas relaciones con los mejores conocedores del mundo antiguo en España y el resto de Europa. El intercambio de conocimientos en materia de antigüedad fue recíproco: unas veces discípulo, otras maestro de humanistas dedicados a la epigrafía, su correspondencia con Florián de Ocampo, Ambrosio de Morales, los hermanos Vergara, Honorato Juan o Antonio Agustín, entre otros, así lo demuestra.

Su inquietud intelectual le condujo a ocuparse de diversos periodos históricos y materias. Además de editor y traductor de los clásicos, le fue encomendada la primera edición de las Etimologías de Isidoro, en la que colaborarían, entre otros, Antonio Agustín, el cronista Juan de Mariana o García de Loaysa, editor de los concilios de Hispania. Su faceta como compositor de epigramas latinos, muy probablemente, suscitaría en él un interés por la epigrafía antigua. Sin embargo el silencio secular recaído sobre Alvar Gómez en relación con la epigrafía y su ausencia de los corpora epigráficos han ocultado su no despreciable labor respecto al conocimiento de las inscripciones romanas y visigodas de Hispania, pero gracias a sus manuscritos conservados en la Biblioteca Nacional (Madrid), uno autógrafo (ms. 7896) y su copia realizada en el siglo XVIII por Andrés Marcos Burriel (ms. 13007), quien trasladó otros manuscritos de Alvar Gómez, entre ellos uno de la misma biblioteca que también presenta inscripciones (ms. 13009); al conjunto de papeletas del siglo XVIII contenidas en un legajo de la Real Academia de la Historia (ms. 9/3936), algunos de cuyos textos -de inscripciones de distintos lugares de la península, sobre todo de Andalucia- fueron extraídos de un manuscrito de la Biblioteca Real, que según su transcriptor, el anticuario José Antonio Conde, son de Alvar Gómez, y, a las inscripciones utilizadas por él en su correspondencia e impresos podemos recuperar para la Epigrafía al Maestro complutense Alvar Gómez. Su conocimiento de la lengua latina se transluce en los textos que nos ha transmitido, los cuales suelen ser precisos y fieles a los originales, si bien no respeta la división de líneas del soporte, al que no presta, en la mayoría de los casos, ninguna atención, así como tampoco a las interpunciones y a los nexos, mientras que sí se aventura a proponer restituciones o a desarrollar abreviaturas que le son desconocidas. Sin embargo llaman la atención los errores en las procedencias de algunas inscripciones así como las escuetas indicaciones topográficas de las papeletas transcritas por J. A. Conde, las cuales muchas veces contienen la primera edición conocida de los textos, puesto que en sus propios manuscritos los datos de hallazgo son más extensos y además su interés por las piezas en sí, amén de otras no epigráficas y sobre todo por las monedas, queda demostrada en la narración de algunos viajes que conocemos a través de su correspondencia. Así, en una carta que dirige a Antonio Gracián (Biblioteca Nacional ms. 13009, f. 96-101v.), secretario de Felipe II, relativa a un viaje a Plasencia en busca de códices para la edición de las Etimologías, describe la antigua Augustobriga (Talavera la Vieja, Cáceres) y afirma cada día me dicen que sacan muchas cosas y assí dejé encomendado que me traxesen algunas dellas. Para alguna no pudo esperar, pues en su viaje de vuelta se llevó a Toledo una piedra quadrada de media vara [que] pesa ocho arrobas. Pero su colección, además de las elegantes inscripciones al husso romano que cita Jerónimo Román de la Higuera (Biblioteca Nacional ms. 1293, fol.185v.), se componía también de piezas numismáticas: aquellas monedas que fueron del Maestro Alvar Gómez, a las que se refiere su amigo, el arzobispo de Tarragona, Antonio Agustín en el séptimo de sus Diálogos de medallas, inscripciones y otras antigüedades (Tarragona 1587) y al que Alvar Gómez dejaría en su testamento un ara de Consuegra (Toledo; CIL II 4048.). Colocada en el hortus tarraconense pasó a formar parte del corpus epigráfico de dicha ciudad del que debe ser eliminada.

© H. Gimeno Pascual