Historiador y
poeta áulico el luxemburgués Nik Wagener adoptó como apellido el nombre de su lugar de
origen latinizándolo tal y como estaba de moda entre los intelectuales de su época. Su
pertenencia a una familia acomodada le proporcionó una sólida y amplia formación
humanística que completaría con estudios de filología y literatura clásica en 1525 en
Emmerich. En 1533 se licenció por la universidad de Colonia y en 1535, en Orléans,
cursó estudios jurídicos. Colaboraron a un mayor y profundo conocimiento de las
diversidades culturales de Europa y de la costa africana del Mediterráneo no sólo los
viajes que realizó, muchos de ellos a sus expensas, siguiendo a la corte en épocas de
paz, sino también su participación en las guerras de religión como soldado en las filas
del Emperador, a quien sirvió durante veintidós años defendiendo la causa católica.
Uno de ellos le llevó a España a mediados de la década de los treinta; otros le
permitieron ser testigo de acontecimientos políticos decisivos para la historia de Europa
en el siglo XVI como la batalla de Argel que terminó en un fracaso para el Emperador en
el año 1541, y tras la cual Mameranus quizá volvió a España en 1542. Como cronista de
Carlos V gran parte de su obra histórica está dirigida a narrar las gestas de este
emperador como el Iter Caesaris ex inferiore Germania ab anno 1545 usque Augustam
Rheticam in superiore Germania anni 1547, quo usque singulis diebus & ad quot
milliaria perrexerit (Augsburg 1547), o el Catalogus omnium Primorum et Ducum
totius exercitus Caesaris super rebelleis et inobedienteis conscripti (Ingolstadt
1548), en el que da una relación de los hombres principales del ejército imperial en la
campaña de 1546 contra los príncipes alemanes que se habían rebelado, o la descripción
de acontecimientos como la elección y coronación de Carlos V (Coronatio Caroli V
Caesaris Augusti apud Aquisgranum imperatoris Augusti ..., Coloniae 1550).
Si para muchos epigrafistas la Roma del cinquecento había sido la
referencia, para Mameranus fue Augsburgo, ciudad emblemática del humanismo centroeuropeo,
donde realizó algunas estancias. En ella residían Konrad Peutinger (1465-1547),
humanista y anticuario, cuyo nombre ocupa un lugar principal en la historia de la
epigrafía, al haber sido pionero en la colección y edición de textos epigráficos
antiguos, así como la familia Fugger, los ricos banqueros y mecenas de las artes y
antigüedades, cuyos préstamos sostenían en buena medida la economía del imperio. De la
importancia política de este lugar dan cuenta los numerosos acontecimientos que
acaecieron en él como, entre otros, los preparativos de la sucesión imperial. Fue
también uno de los lugares visitados por el príncipe Felipe, entre 1548 y 1551, en su
recorrido por Europa, acontecimiento conmemorado por Mameranus en el poema Domino
Philippo, Caroli V Caesaris Augusti filio, Hispaniarum principi, de felici ipsius in
Germaniam adventu carmen gratulatorium. Su fidelidad a la familia se vio recompensada
en 1555 cuando gracias a la intervención del emperador recibió grandes honores: fue
nombrado poeta laureatus y le fue concedida la muy ventajosa dignidad de comes
palatinus. Además consiguió diversos privilegios para la impresión de libros para
él y otros miembros de su familia como su hermano Heinrich, impresor en Colonia y editor
de muchas de sus obras.
Como la mayor parte de los acontecimientos de su vida, su primer
contacto con las antigüedades de Hispania fue resultado de un viaje cortesano, que
comenzó con el embarque en Génova el 9 de abril de 1533 y le condujo a Barcelona, aunque
para Hübner ese viaje se habría realizado en 1538. Atraído por el pasado romano de la
Península Ibérica permaneció en ella hasta 1535 procurando conocer sus ruinas y
vestigios y, particularmente, las inscripciones; algunas acababan de ser editadas, en
Ingolstadt, por P. Apianus y B. Amantius (Inscriptiones sacrosanctae vetustatis non
illae quidem romanae, sed totius fere orbis ... Ingolstadt) en 1534, en parte con
materiales recibidos de Peutinger. Quizá el contacto con este círculo de Augsburgo,
impelió a Mameranus a hacer una colección de textos epigráficos de Hispania. En
su colección nos ha legado más de 150 inscripciones latinas antiguas, cristianas, una
griega, una ibérica y una hebraica. A pesar de que nunca fue editado, su manuscrito
autógrafo ya fue utilizado por Adolph Occo en su obra publicada en Augsburgo Inscriptiones
veteres in Hispania repertae collectae digestae et nunc primum in lucem editae
(Augustae 1596) editada bajo los auspicios de Mark Fugger, y, por Georg Fabricius, quien
en su tratado sobre antigüedades y monumentos notables publicado en Estrasburgo Antiquitatis
aliquot Monumenta insignia, ex aere, marmoris, membranisque veteribus descripta atque
collecta, per Georgium Fabricium, (Argentoratum 1549) sólo manejó como fuente para
sus inscripciones hispanas a Mameranus.
De la colección de textos hispanos de Mameranus se conservan dos
apógrafos del siglo XVI: uno en Augsburgo (Staats- und Stadtbibliothek 4º Cod. H(alder)
26) y otro en Hannover (Niedersachsische Landesbibliothek, ms. XXVIII 1653); ambos parecen
haber sido confeccionados a partir de un ejemplar común titulado Epitaphia et
Antiquitates Romanorum per Hispaniam. E. Hübner cuando preparaba la edición del
volumen del Corpus Inscriptionum Latinarum correspondiente a Hispania ya
manejó estos dos ejemplares e indicó sus particularidades señalando que prácticamente
venían a ser iguales, salvo que el ejemplar de Hannover era más completo y que el de
Augsburgo estaba más desordenado. Efectivamente el ejemplar de Hannover contiene algunas
inscripciones más de las dos que decía Hübner y, en general, es una copia con menor
número de errores. Si el orden del manuscrito de Hannover, el no desordenado, reproduce o
no el itinerario del viaje de Mameranus es algo que no podemos asegurar, pues hay
evidencias de que no sólo algunas de las inscripciones no las transmite "de
visu" y las intercala equivocadamente, sino porque también es posible que trajera ya
consigo una colección de inscripciones, quizá proporcionada por Peutinger o su círculo.
Por otra parte, si como historiador Didier ensalza su gran precaución en el manejo de las
fuentes y, como consecuencia, su trabajo de cotejo de manuscritos y ediciones impresas
para descartar interpolaciones o falsificaciones hasta el punto de preferir la
utilización de los clásicos como Livio, César, Tacito, Ptolemeo o Estrabón a las muy
distorsionadas fuentes medievales, hay que decir que en su interpretación de las
inscripciones no faltan interpolaciones o falsas interpretaciones, así como algunas
lecturas no siempre correctas.
El manuscrito de
Hannover tiene dos partes con numeración interna independiente. En la primera (1- 21) se
inicia la serie con el único texto que prueba su estancia en la provincia de Madrid para
buscar inscripciones, aunque curiosamente sólo incluya un texto (CIL II 3055), que
interpola, grabado en un fragmento que se encontraba en la misma capital, en la iglesia de
Santa María situado en posición invertida, aunque no hay que descartar que estas copias
sean incompletas y otras inscripciones, como las de Complutum, hubieran estado en
otras partes del manuscrito. Antes de llegar a Córdoba reproduce inscripciones que
estaban en Ciudad Real (CIL II 3226), en Granátula de Calatrava (IHC 171) y en Almagro,
localidades en la que sí parece haber estado, pues es el primero que transmite las dos
últimas inscripciones traidas de Oretum. Del primer epígrafe se decía que tenía
más texto (ab altera parte quoque esse conscriptus), sin embargo como estaba
embutida en la pared no podía verificarlo ofreció un ducado para que la descubriesen,
aunque sin éxito (obtuli unum ducatum ut denudaretur, et noluit hospes).
Después de anotar seis inscripciones de Córdoba, entre ellas (CIL II 2206) una que
otra vez le costó dinero que limpiasen para poder leerla (conspurcatum sordibus et
oppletum lapidem lavari iussi purgarique mea pecunia per conductum rusticum), nos
proporciona veintiocho de Sagunto y su alfoz. Gracias a algunos de estos textos podemos
decir que Mameranus traía ya consigo algunos textos copiados como una dedicación a
Tutela (CIL II 4056), que ya figuraba con duplicidad de procedencia y con diferente
lectura -en Sagunto y en Dertosa- en las colecciones hispanas más antiguas, entre ellas
la de Peutinger. Ambas versiones las incluye Mameranus pero, mientras que la lectura de la
que ubica en Sagunto es la misma que aparece en la tradición antigua y seguro que no la
encontró aunque no lo manifieste, la segunda versión es la que tenía una lápida de
Tortosa en una esquina de la iglesia enterrada (in angulo templi, sub terra
fundame(n)tis imposito a me renudari iusso); aunque la hizo sacar para copiarla ya
estaba muy deteriorada (hic lapis totus vetustate exesus est). En Sagunto volvió a
emplear su propio peculio a causa de la epigrafía: no alcanzaba a leer una inscripción
(CIL II 3862) que se encontraba muy alta, en posición inversa, y que nadie había leído,
y dio dinero a dos paisanos para que le trajeran unas escalas desde la ciudad hasta el
castillo; orgulloso anotó en su manuscrito: primus et legi et descripsi. Entre las
saguntinas no falta el falso con letras hebreas (CIL II 373*) que alude al sepulcro de
Adoniram, recaudador de impuestos del rey Salomón (Liber Regum 1, 4.6), y una ibérica
(J. Untermann, Monumenta linguarum Hispanicarum III. Die Iberischen Inschriften aus
Spanien 1, 2, Wiesbaden 1990, F. 11.6) no transmitida hasta el siglo XVIII, que
Mameranus confunde con letras árabes. En Barcelona encontró cinco inscripciones, de las
cuales dos estaban próximas al lugar ubi leones stabulantur (CIL II 4498. 4545),
es decir, cerca de la "devallada dels lleons" (hoy calle de Ataulf), donde en
tiempos de la reina Leonor, mujer de Pedro IV (1319-1387), se construyó un jardín de
plantas y animales exóticos entre los cuales había leones, animales de los cuales
todavía parece haber habido ejemplares, en dicho lugar, en época de Mameranus; en
Tarragona, cinco inscripciones y en Tortosa, tres, entre las que intercala una de los
toros de Guisando (Ávila) que, a todas luces no copiaría entonces.
La segunda parte del manuscrito (21-44), a la que le falta el
comienzo porque encabeza con un "ibidem" sin antecedente, empieza con uno de los
miliarios de Córdoba hallados en 1532, a éste siguen siete inscripciones de Montemayor (Ulia),
una de ellas falsa (CIL II 139a*). Sorprende que a continuación intercale bajo el título
"quae in Veina pago 8 [miliaribus] a Corduba" dos epígrafes que otros
-como el humanista portugués Andres Resende- poco tiempo después vieran en Beja
(Portugal; CIL II 64 = 5188; CIL II 94). Si es cierto esto significaría, como ya indicó
Hübner, que Mameranus habría recibido también textos de lugares que no habría
visitado. Lo mismo ocurre con las inscripciones que recoge de Pinos Puente, localidad a la
que adjudica dos más, de las cuales una es de Medina Sidonia (CIL II 1324) y otra de
Guadix (CIL II 3397). Un texto singular, la carta de Vespasiano a los Saborenses,
una "tabula aerea inventa nuper a rustico in agro" hallada "in
Canente oppido" (CIL II 1423) lo recoge antes de los ocho que localiza en Écija,
y a continuación diez inscripciones de Sevilla, entre las cuales uno se encontraba en San
Salvador (CIL II 1178) que copió con mucho peligro (in lapide alto parieti transverse
litterarum capitibus terram spectantibus collocato acceptis scalis legi descripsique pene
meo magno cum periculo, nam vetustate corruptae ceciderunt). Continúa la relación
por Extremadura: dos inscripciones en Monasterio, donde nevaba mientras describía una,
otra en Calzadilla. En Mérida encontró dieciséis situadas en distintos lugares de la
ciudad. Después Llerena, de donde reporta cinco, entre ellas dos falsas (CIL II 106* y
107*, = CIL II2/7, 33* y 34*] que curiosamente también son atribuidas a Xanten
en Alemania (CIL XIII 1315*a-c; cf. Wiegels). No podían faltar, entre sus inscripciones
extremeñas, las inscripciones del puente más famoso de España, el puente de Trajano, en
Alcántara. Pero el episodio más impactante de su viaje epigráfico transcurrió en
Galisteo en el monasterio de los dominicos. Allí se enteró de que en un palomar se
guardaban más de diez inscripciones y estatuas de mármol emeritenses. Sin dudarlo,
subió y se metió dentro con una lámpara encendida. Mientras anotaba las inscripciones,
las aves aterrorizadas volaban en todas direcciones. Pronto apareció el monje que las
cuidaba y se quejó al intruso por su mala conducta ya que había conseguido que los
pájaros hubieran dejado de empollar. Mameranus le dijo al dominicano que era inútil
discutir y el fraile en un arrebato de rabia le rompió folio y lámpara en las manos.
Finaliza su colección con algunos miliarios de la Via de la Plata, una inscripción de
Cápara y tres de Salamanca.
Su itinerario hispano le había llevado a las tres capitales de
las antiguas provincias, Tarraco, Corduba y Augusta Emerita y a otros
lugares famosos ya entonces por los vestigios que conservaban como Barcino, Dertosa,
Saguntum o Italica. No pudo Mameranus, el poeta laureado, resistir la
tentación de dedicar epigramas a algunas de ellas: De Barcenona, De Sagunto,
De Dertosa, De Tarracone o De amphiteatro quod fuit in veteri Hispali (i. e.
Itálica) cantan el pasado romano de algunas de las urbes o ruinas de uno de los estados
modernos que, como una nueva Roma, había puesto en manos de su protector Carlos V un
imperio que alcanzaba más allá del océano.
© H. Gimeno Pascual.
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