Desde mediados del siglo XVI la Península Ibérica había conocido un incesante flujo de
viajeros de toda Europa: prioritariamente artistas, eruditos o diplomáticos fueron los
que, acompañando a lo séquitos de las cortes europeas, dejaron constancia en sus diarios
o libros de viaje sus descripciones y experiencias a lo largo del camino. Sin embargo,
también se emprendieron otros viajes cuyos protagonistas no coinciden con los prototipos
descritos, tal como el del alemán Jakob Cuelbis el cual, acompañado por un amigo Joel
Koris y un criado asturiano, comienza su recorrido por España en Irún en mayo de 1599 y
lo finaliza en Perpiñán en 1600. A diferencia de los otros viajeros, se trata
simplemente de dos estudiantes, que relatan desde costumbres e incidentes acaecidos en el
camino, hasta descripciones de ciudades, sus monumentos, los accidentes geográficos y una
finalidad de detalles muy valiosos para el conocimiento de España y Portugal a fines del
siglo XVI. Las escasas noticias biográficas de que disponemos sobre J. Cuelbis proceden
de su propio diario de viaje, por el cual sabemos que tenía veinticinco años en 1599, y
que dominaba el francés, el castellano y el latín. Su manuscrito autógrafo, el Thesoro
Chorographico de las Espannas, se conserva desde mediados del siglo XVIII en la
British Library (Harley, 3822). Fue descubierto en el siglo XIX por el arabista Pascual de
Gayangos con ocasión de la catalogación de los manuscritos hispánicos de dicha
institución y a él se debe también la copia que se conserva en al Biblioteca Nacional
de Madrid (ms. 18472), que si bien respeta la foliación original, le faltan los dibujos.
El viaje se inicia en el País Vasco y a continuación narra su recorrido a través de
Cantabria, Asturias, Navarra, Aragón, Castilla-León, Madrid, Castilla-La Mancha,
Galicia, Extremadura, Portugal, Andalucía, Murcia, Valencia y Cataluña. En su
trayectoria describe los testimonios de la Antigüedad por los que sentía particular
atractivo; así no sólo se refiere a monumentos como el acueducto de Segovia; en La
Coruña, la Torre de Hércules; en Mérida, la muralla, el puente, el llamado "Arco
de Trajano" y un acueducto, sino también a las inscripciones romanas. Sin embargo,
como la mayoría de los viajeros, compone su relato del viaje y, con posterioridad al
mismo, a partir de sus apuntes y recuerdos. De este modo, por lo que se refiere a la
epigrafía, parece realmente haber visto muy pocas inscripciones y, como se puede
comprobar también en otros viajeros de la época como J. Gundlach (1598-1599), para completar la información
sobre las inscripciones de las localidades por las que pasa, hace uso de Corpora y
ediciones conocidas en su época. Si no, no se explica de otra forma que aporte
inscripciones que el mismo Ambrosio de
Morales en sus Antigüedades de España afirma ya no haber visto (un
ejemplo concreto lo tendríamos en una urna de Tarragona, CIL II 4426), que incluya
lecturas interpoladas o ficciones epigráficas que nunca se materializaron en soportes
duraderos. Él mismo indica opiniones de algunos de los autores que maneja como A. Occo e incluso cita al botánico C. Clusius (f. 286 r.), el cual
en su viaje por España en 1564 también había recogido inscripciones.
Cuelbis incluyó en su diario solamente dos inscripciones de Complutum (CIL II 3031. 3036) y el miliario
que servia como poste de amarre a la maroma de la barca que cruzaba el río Henares a la
altura de los Santos de la Humosa (CIL II 4913). Su descripción de
Alcalá se centra en lo más representativo de la ciudad a finales del siglo XVI: su
Universidad y su teatro, destacando la figura de su fundador el Cardenal Cisneros. Además
describe la iglesia Mayor de San Justo y Pastor el Colegio Mayor, el Colegio de Teología
y Medicina, el Trilingüe; otros simplemente los menciona como el del Rey, el de Lugo, el
de León y el de don García.
© H. Gimeno Pascual |