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CORPVS INSCRIPTIONVM LATINARVM II
    
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E.W. EMIL HÜBNER
(Düsseldorf, 1834 - Berlín, 1901)
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Texto publicado en: A. U. Stylow - H. Gimeno Pascual, Emil Hübner, Pioneros de la arqueología en España del siglo XVI a 1912, Alcalá de Henares 2004 (Zona Arqueológica 3), 333-340.

[Pág. 333]

Ernst Willibald Emil Hübner nació en Düsseldorf el 7 de julio de 1834 en el seno de una familia de la alta burguesía ligada a la enseñanza de las Bellas Artes; su padre fue el pintor y poeta Rudolph Julius Benno Hübner, profesor de la Academia de Düsseldorf y director de la Galería Real. En 1864 Emil Hübner contrajo matrimonio con María hija del historiador Gustav Droysen. Murió el 21 de febrero de 1901 en Berlín1.

Su formación clásica comenzó en el Gymnasium de Dresde. En 1851 ingresó en la Universidad de Berlín donde impartían clases historiadores y filólogos como Ernst Curtius, August Boeckh o Karl Lipsius. En 1854 obtuvo el grado de doctor en la Universidad de Bonn por su tesis Quaestiones onomatologicae latinae dirigida por el filólogo Friedrich Ritschl (1806-1876). Entre 1856 y 1858 completó su formación en Italia y Sicilia donde adquiriría una gran experiencia epigráfica con Bartolomeo Borghesi (1781-1860) que ya había sido maestro de Theodor Mommsen. A su vuelta, en 1858, Mommsen, en nombre de la Academia Prusiana, le encomendó la edición de la obra más importante de su carrera, el volumen correspondiente a Hispania del Corpus Inscriptionum Latinarum (CIL II). Un año después Hübner presentó su tesis de Habilitación, De senatus populique Romani actis, y comenzó los trabajos bibliográficos preparativos básicos para el Corpus.

El volumen de Hispania, siguiendo la metodología establecida por Mommsen, debía contener todas las inscripciones latinas antiguas de Hispania -excepto las cristianas- clasificadas según la división administrativa antigua. Para ello, entre 1858 y 1861, antes de su viaje a España y Portugal, Hübner inició su proyecto en diferentes Bibliotecas de Alemania, Francia e Italia, confeccionando una colección de schedae tanto de los epígrafes publicados como de aquéllos todavía inéditos en manuscritos2. La etapa siguiente de su labor ya se desarrolló en España y Portugal. El objetivo de sus viajes epigráficos era no sólo comprobar la lectura de inscripciones conservadas, sino también revisar manuscritos e impresos en Bibliotecas y Archivos y establecer una red de corresponsales locales que le mantuvieran al corriente de nuevos hallazgos. Sus excelentes conocimientos de las descripciones sobre la Península de los geógrafos antiguos así como la cantidad [Pág. 334] o, calidad, de los materiales ya conocidos le impelieron a la realización de un viaje selectivo dedicando especial atención a aquellos lugares que él denominó como ciudades "primarias" sin descuidar, por supuesto, otras no menos importantes, mencionadas en las fuentes. Aureliano Fernández Guerra (RB 1861: 532), buen conocedor de la geografía antigua y medieval de Hispania, le ayudaría en la reconstrucción de los límites de los conventus iuridici, y de las provincias y en la localización de los pueblos. Su primer viaje, en 1860-1861: transcurrió en una España monárquica y conservadora, aunque con una reina bastante sensible hacia la Arqueología3, y en la que ya se infiltraban aires para la renovación; cuando volvió en la década de los 70, la Gloriosa había dado paso al periodo constitucional en el que el concepto público de patrimonio era una realidad. Además de un Museo Arqueológico Nacional que reunió fondos de colecciones dispersas, -proyecto que, entre otros, Hübner había impulsado4-, había Museos casi en cada provincia.

El primer viaje

Desde marzo de 18605 hasta octubre de 1861 Hübner realizó su primer gran viaje arqueológico-epigráfico por España y Portugal. Los progresos de su trabajo se vertían en unos informes que periódicamente enviaba a la Academia de Berlín y que serían publicados en los Reiseberichte y, en italiano, en el Bolletino dell'Istituto di Corrispondenza Archeologica. Visitó primero Cataluña, donde comprobó inscripciones de Barcelona, Tarragona y su provincia; después Madrid, donde trabajó en las Bibliotecas, fundamentalmente en la Academia de la Historia, en la cual sería recibido y especialmente ayudado por Antonio Delgado, Aureliano Fernández Guerra y Pascual de Gayangos.

Desde Madrid viajó a Segovia y escribió sus reflexiones sobre el acueducto y su cronología6. En su viaje por el área levantina fue a comprobar inscripciones, entre otros sitios, de Murviedro (Sagunto) y sus alrededores, pero a penas encontró veinte de las 130 inscripciones que buscaba7. Después de revisar en la Alcudia la colección de sellos de cerámica de Aureliano Ibarra, embarcó hacia Baleares, donde en Porto Pi pudo copiar la inscripción de un pontifex (RB 1860: 438). De vuelta a la Península recorrió la provincia de Murcia (RB 1860: 440). Cartagena (RB 1860: 444) le sorprendería por la cantidad de inscripciones que conservaba (noch über die Hälfte der gedruckten Inschriften vorhanden); además encontró 18 nuevas, bien que algunas del Castillo de la Concepción le resultaron inalcanzables8 (RB 1860: 445). En Málaga conoció a uno de sus colaboradores más activos, Manuel Rodríguez de Berlanga, con quien fijaría los textos de las leyes municipales de Malaca y Salpensa (RB 1860: 595), y a los hermanos José y Manuel Oliver Hurtado, que acababan de realizar su estudio sobre el sitio de Munda, tema sobre el que se había vertido mucha tinta hasta entonces (fast über nichts ist von spanischen Antiquaren mehr und verkehrteres geschrieben worden). En Antequera describió el Arco de los Gigantes (RB 1860: 607) refiriéndose extensamente a la problemática de sus inscripciones y esculturas empotradas y la tradición anticuaria, y visitó además Cartama, Aratispi, Arunda y Acinipo (RB 1860: 598, 604, 621 ss.). La provincia de Cádiz resultó menos productiva, entre otras cosas porque algunas de sus inscripciones habían ido a parar a colecciones inglesas (RB 1860: 635), y poco interesante (zu den im ganzen uninteressantesten von Spanien; RB 1860: 640), pues la mayoría eran simples funerarias. En Belo la magnitud de las ruinas prometían, [Pág. 335] pero no encontró ninguna inscripción. En Granada, aparte de comprobar inscripciones de Archidona, Loja, Íllora, Pinos Puente, y Guadix (RB 1861: 30), se fijó especialmente en las inscripciones halladas en las excavaciones de la Alcazaba promovidas por los falsarios Juan Flores de Odduz, José de Echevarría y Cristóbal de Medina Conde (RB 1861: 17 ss.). Sobre Jaén y su provincia había trabajado ya en Madrid con los vaciados en yeso de Manuel de Góngora. Particularmente interesantes encontró las inscripciones de Castulo por la riqueza de datos de sus textos. Comprobó además inscripciones de La Guardia, Baeza, Toya, Mancha Real y Jimena, Santisteban del Puerto, Mengíbar, Andújar, y Martos, der epigraphisch wichtigste Punkt (RB 1861: 44), donde sólo pudo encontrar 15 de las 30 inscripciones que tenía recogidas, con la fatalidad de que justo ocho días antes de su llegada las habían ocultado bajo la cal; sin embargo insistió hasta que las desencalaron y pudo estudiarlas (CIL II 222; RB 1861: 44). No tuvo la misma suerte en Porcuna, donde die moderne Barbarei die Steine auch hier wieder so dick mit Kalk bedeckt [hat], dass kaum noch einiges zu lesen war (CIL II 2131). En Córdoba revisó los fondos de la Biblioteca Provincial, donde encontró los manuscritos de José Vázquez Venegas, y todavía pudo copiar y sacar calcos de lo que quedaba de la colección de Pedro Leonardo de Villacevallos (RB 1861: 52). Además de diversas inscripciones, estudió los miliarios de la Via Augusta (RB 1861: 61). Después visitó el Sur de la provincia, donde en Lucena, en la casa de Francisco de Bruna, todavía existían varias. Pero no todo era fácil, pues supo que en Espejo le habían ocultado algunas inscripciones por orden de Benito Vilá, un profesor de matemáticas de Málaga, que las había reservado, nicht sowohl zur Herausgabe, als für seine Sammlung, die hauptsächlich mercantilische Zwecke hat (RB 1861: 82)9. En Sevilla, una afición multisecular al coleccionismo había salvaguardado bastantes inscripciones en uno de los primeros museos arqueológicos del país, instalado en el convento de la Merced. Pero no sólo carecía de inventario sino que además las piezas no se habían identificado en ediciones o manuscritos y, arbitrariamente, se les atribuía a casi todas una procedencia italicense. Describió además la colección de la Casa de Pilatos, pero no consiguió ver muchas más en la ciudad de Sevilla salvo las que se encontraban en impresos y manuscritos de la biblioteca Colombina, de otras bibliotecas privadas y de la recién estrenada de la Universidad. Más que Sevilla le impresionó Itálica, ohne Zweifel die bedeutendste und interessanteste [Stadt] (RB 1861: 91), por los restos arqueológicos que se habían encontrado. En la provincia encaminó sus pasos a localidades como Lora del Río, Alcalá del Río, Alcalá de Guadaira, Utrera, Carmona, Écija, Estepa, Lora de Estepa, Osuna y Morón. A 8 de marzo de 1861 informaba Hübner sobre su viaje a Extremadura, la provincia de España cuyos monumentos romanos, según su parecer, habían sido mejor investigados. Realizó el trayecto desde Sevilla a caballo, en el que invirtió unos 25 días. En la Beturia Céltica, encontró por casualidad la inscripción CIL II 1040 que le permitiría afirmar que Monasterio era Curiga. En Mérida se llevó cierta decepción, pues las inscripciones le parecieron de poco interés ya que la mayoría eran funerarias (RB 1861: 387). Controló miliarios de la Vía de la Plata, muchos de ellos casi ilegibles a causa de la fragilidad del granito (RB 1861: 389), y en Cáceres encontró más inscripciones aus dem schlechten Granit des Landes. Después, el puente de Alcántara, Coria, las inscripciones del palacio de Mirabel en Plasencia (ohne barbarische Namen und mit den üblichen römischen Formeln) y de Santa Cruz de la Sierra.

Volvió a Madrid para revisar importantes manuscritos epigráficos: en la Biblioteca Nacional, los de Antonio Agustín que Gruter citaba como Adversaria; en la Academia de la Historia, manuscritos de Juan Fernández Franco, del Luis José Velázquez de Velasco marqués de Valdeflores, de José Cornide, de Ramón de la Higuera; en la biblioteca de los duques de Osuna, la de San Isidro, la de Medinaceli. En cuanto a colecciones arqueológicas, trabajó en el Museo Real de Escultura, el Gabinete numismático de la Biblioteca Nacional, el Museo de Historia Natural y la colección de la Academia de la Historia, donde sobre todo había instrumentum domesticum.

Las obras que se estaban llevando a cabo para el ferrocarril de Madrid-Córdoba fueron decisivas para el conocimiento de la época romana en Castilla-La Mancha, pues descubrieron nuevas inscripciones. Sin embargo Hübner se tuvo que conformar con las informaciones, vaciados y calcos que le proporcionaron sus contactos. Así se pudo determinar que la Mentesa de los Oretanos estaba en Villanueva de la Fuente, se descubrieron nuevos municipia citados en los epígrafes, [Pág. 336] como Baesucci (CIL II 3251) y otros. En el mes de abril fue a Toledo, pero apenas encontró nada, ni siquiera las coronas de Guarrazar, que habían sido llevadas a París. Sus pasos se encaminaron a continuación a Portugal, donde permanecio hasta agosto. Después Galicia, región en la que le llamó la atención la costumbre de las mujeres de cultivar los campos more antiquissimo, mientras que los hombres en gran parte emigraban a Madrid y Lisboa para el servicio doméstico. En Santiago (RB 1861: 807) y Padrón no consiguió ver ninguna inscripción; en La Coruña describió la del arquitecto C. Sevius Lupus grabada en la roca junto a la torre de Hércules. Lugo le brindaría varias inscripciones pero, algunas de ellas, encaladas, no las consiguió leer, nam domina ut meo sumptu et labore eos purgarem passa non est (CIL II 359). Su siguiente destino fue Astorga, de las pocas ciudades que, en palabras de Hübner, a falsis libera mansit. En León, visitó la Biblioteca Provincial, donde se conservaban algunas inscripciones (RB 1861: 826), y el Colegio de San Marcos, donde ya pudo ver el pedestal con la dedicación a Diana (CIL II 2660) y otras inscripciones más. En Valladolid, en el Museo de Santa Cruz, pudo estudiar la inscripción de León (CIL II 2661) referente a un legado de la provincia Hispania Nova Citerior Antoniniana. En Oviedo, donde estuvo en julio de 1861, no encontró ningún epígrafe anterior al 711, salvo el díptico consular de la catedral (CIL II 2699). En Castilla la Vieja, se limitó a visitar Burgos, donde tuvo ocasión de ver, en la casa del gobernador, una inscripción de Clunia (CIL II 2780) y la estatuita de Isis que se había encontrado junto a ella en el año 1853. Para este yacimiento Hübner auguraba muy buenos resultados si se practicaban en él excavaciones perite (CIL II p. 383), pues en él debían subyacer muchos más materiales semejantes a los que él había visto en el museo de Burgos: estatuas, mosaicos, gran número de gemas labradas e inscripciones. En Zaragoza intentó, en vano, ver las cañerías de plomo que se habían descubierto en 1804 al reparar el puente de piedra (CIL II 2992). Respecto al Valle del Ebro y en general a Aragón, le sorprendía el escaso número de inscripciones existentes frente a las numerosas acuñaciones autónomas con leyendas ibéricas de cecas que más tarde acuñaron también moneda romana en mayor cantidad que las ciudades de la Ulterior (RB 1861: 957). En Barcelona se entrevistó con Esteban Paluzie, que le proporcionaría textos y dibujos de algunas de las inscripciones de Isona. Después de Tarrasa visitaría Tortosa, donde tuvo que conformarse con ver las inscripciones que estaban en el pueblo, porque las del castillo aquél día estaban inaccesibles, nam imminebat eo ipso die tumultus aliquis militaris, quales non raro perpeti solet Hispania (CIL II p. 536).

Los viajes para el Supplementum

En los años 1881, 1886 y 1889, Hübner de nuevo volvió a España, pues desde la edición del Corpus en 1869 el número de inscripciones había aumentado mucho, gracias entre otras cosas a que se habían practicado nuevas excavaciones (CIL II, p. LXI), y a que inscripciones ya publicadas se habían vuelto a reencontrar. Pero un hecho clave que reclamaba su presencia era la fundación de los museos provinciales (él mismo había hecho mucho proselitismo a favor de la creación de los mismos) en los que se habían recogido cantidad de inscripciones que antes se encontraban dispersas. Así muchas de las que había editado a partir de envíos de colaboradores, las pudo comprobar en esos nuevos museos arqueológicos que ya existían casi en cada provincia, amén de muchas piezas nuevas.

En 1881 se dirigió a tierra lusitana y a Galicia: La Coruña, Santiago, Padrón, Pontevedra, Vigo, Lugo y Astorga. En León se había fundado en 1866 el Museo Arqueológico y Epigráfico de San Marcos y en el se conservaban en 1881 unas 60 inscripciones. Luego el Museo de Burgos con [Pág. 337] nuevas inscripciones de Clunia y Lara de los Infantes. Volvió a Mérida (CIL II p. 820) donde veinte años después de su primer viaje encontró un puente restaurado y un teatro y anfiteatro cada vez más arruinado. En Madrid, por fin se había creado el Museo Arqueológico Nacional donde pudo comprobar ya muchos textos. En Sevilla, además de la colección de Francisco Mateos Gago10 con inscripciones de lugares diversos, trabajó con todo lo nuevo que había ingresado en el museo provincial: entre ellas algunas ya editadas de Itálica, aunque varias de ellas también habían ido a parar al Museo Arqueológico Nacional, mientras que otras las vio en León en casa de Demetrio de los Ríos. En 1881, además del museo de Córdoba -ciudad a la que añadió unos 16 nuevos textos-, visitó el de Tarragona, al que volvería dos veces más en 1886 y 1889.

En 1886 era el Museo Arqueológico Nacional la institución que más piezas había ingresado y -como en cada viaje- reclamaba su presencia. También en Málaga, las de la Hacienda de la Concepción (con los fondos de la colección cordobesa de P. L. de Villacevallos) y las que poseía Tomas Heredia en la Hacienda de San José11. En Valencia, aunque se había fundado el museo provincial, Hübner no pudo inspeccionar las inscripciones pues el personal del museo no estaba; pero su viaje no sería en vano ya que vió la colección de Francisco de Paula Caballero Infante (cf. II 5417). En Sagunto estudió las inscripciones que se habían recogido de varios sitios y se conservaban en el teatro. Visitó otra vez Cartagena, pero la mayoría de sus inscripciones ya estaban en el Museo Arqueológico Nacional. En Palma de Mallorca se había constituido una colección arqueológica por la Sociedad Arqueológica Luliana, y en Mahón pudo ver algunas inscripciones. En 1889 volvió a Valencia y a Tarragona (cf. CIL II 965), locum in re epigraphica Hispaniae primarium, asi como a Barcelona12, donde su director Antonio Elías de Molins era gran colaborador suyo. En 1886 describió las inscripciones de Ampurias, que se encontraban en el museo de Gerona. En 1889 en Sevilla volvió a controlar la colección de Francisco Mateos Gago y la de Antonio María Ariza, que, entre sus piezas, tenía el senado consulto de Itálica descubierto en octubre de 188813; junto con Manuel Rodríguez de Berlanga estableció su texto en octubre de 1889 cuando ya había ingresado en el Museo Arqueológico Nacional a ruego de Hübner y con la intervención de Antonio Cánovas del Castillo, uno de los pocos hombres de estado del siglo XIX español que, desde su posición de historiador, pudo comprender la transcedencia de semejante documento14. Si bien Hübner parece haber realizado un viaje más a España a principios de la década de los 9015, las nuevas inscripciones o textos revisados que incluye en EE VIII y IX le fueron enviados por sus amigos y colaboradores.

Los contactos de Hübner en España

Los círculos anticuarios de Barcelona, Madrid, Málaga y Sevilla acogieron con gran entusiasmo un proyecto que por fin veían materializarse tras los frustrados intentos realizados con el mismo objetivo por parte de la Academia de la Historia desde su fundación16. Oficialmente, la obra de Hübner sería respaldada, además de por esta institución, por el resto de Academias interesadas en la materia. Hübner estableció unos primeros contactos con sus responsables que, poco a poco, se convirtieron en vínculos de amistad, así como con otros intelectuales, algunos de ellos también pertenecientes a la esfera política17. Entre sus más queridos colaboradores se cuentan Antonio Delgado18, Aureliano Fernández Guerra19, Eduardo Saavedra, Pascual de Gayangos, Vicente Carderera, Joaquín Costa, Eduardo de Hinojosa, José Ramón Mélida todos ellos en Madrid; Manuel Rodríguez de Berlanga20, los Loring o los hermanos Oliver en Málaga; Manuel Gómez Moreno padre e hijo21 y Manuel de Góngora en Granada; Esteban Paluzie, Buenaventura Hernández Sanahuja, Antonio Elias de Molins22 en Cataluña; Demetrio de los Ríos y Francisco Mateos Gago en Sevilla; Gabriel Llabrès23 en Palma de Mallorca; Antonio Chabret en el país valenciano; Federico Baraibar en Álava24; Mario Roso de Luna o el Marqués de Monsalud en Extremadura25, una nómina que se podría alargar mucho más pero entre la que destaca sin duda Fidel Fita26, el cual dedicó gran parte de su obra científica a la edición de inscripciones en el Boletín de la Academia, a partir de las noticias que le enviaban los miembros correspondientes. La mayoría de las inscripciones de CIL II y Ephemeris Epigraphica fueron conocidas y editadas por Hübner a través de las informaciones, [Pág. 338] textos, dibujos, calcos, y, en mucha menor medida, fotografías (CIL II 2632), manuscritos y libros impresos antiguos que le enviaron sus colaboradores y amigos de España. Muchas de ellas, sin embargo, serían comprobadas directamente por Hübner, viéndose obligado a modificar algunas de esas lecturas ya editadas. Pero la colaboración no terminaba ahí: si Hübner formó escuela enseñando una nueva forma del tratamiento y estudio de los textos epigráficos, sin los conocimientos de sus colaboradores tanto en materia histórica, geográfica o hermeneutica, el trabajo de Hübner habría sido casi impracticable.

El Corpus Inscriptionum Latinarum II: Inscriptiones Hispaniae Latinae

Hasta la publicación de este opus magnum de E. Hübner, no había habido ninguna obra similar en la Península Ibérica a pesar de las empresas que, en España, desde la Academia de la Historia, se habían concebido y confiado a algunos de sus talentos ilustrados, entre ellos Luis Jose Velázquez de Velasco o Thomas de Gússeme, las cuales se vieron frustradas, generalmente, por la situación política y sus azarosas intrigas.

El Corpus (1869) con su Supplementum (1892) contiene 6350 inscripciones latinas antiguas no cristianas, estructuradas geográficamente según la división administrativa romana establecida por Augusto en tres provincias Lusitania, Baetica e Hispania Citerior y, dentro de las mismas, en sus respectivos conventus jurídicos, Pacensis, Scallabitanus y Emeritensis en Lusitania; Hispalensis, Astigitanus, Gaditanus, Cordubensis, en Baetica, y, Bracaraugustanus, Lucensis, Asturum, Cluniensis, Caesaraugustanus, Carthaginiensis y Tarraconensis en la Hispania Citerior. Cada civitas - o, a falta de esta, la región moderna- va precedida de una introducción en la que se recogen todos los datos conocidos sobre ella en las fuentes antiguas y a continuación los autores modernos que trataron sobre ella y su epigrafía. El orden en que se disponen las inscripciones dentro de una unidad es temático: votivas, imperiales, orden senatorio, orden ecuestre, militares, municipales, inscripciones que mencionan origo, funerarias; dentro de los apartados el orden es alfabético, excepción hecha de las imperiales donde es cronológico. Tanto los miliarios, organizados por vias antiguas, como el instrumentum domesticum (inscripciones grabadas en objetos de uso cotidiano sobre los materiales más diversos, así como los númerosos sellos y grafitos sobre cerámica) constituyen capítulos propios. La obra se completa con el conspectus auctorum, bibliografía comentada en los casos de autores e instituciones mas relevantes por su contribución a la epigrafía de Hispania; con unos extensos índices al final del volumen, así como con unos mapas de geografía antigua de la Península Ibérica que fueron confeccionados por H. Kiepert para el Supplementum. El Corpus ofrecía, por vez primera, a la comunidad científica todos los textos epigráficos de la Hispania romana en una edición crítica y ponía al servicio de la Arqueología hispánica un caudal inmenso de informaciones que iban a permitir no sólo la localización de ciudades hasta entonces desconocidos al ofrecer nuevos topónimos inéditos, sino reconsiderar muchas localizaciones falsas que habían arraigado entre los historiadores españoles y portugueses por erróneas tradiciones historiográficas. La obra se iba poniendo al día mediante addenda publicados en Ephemeris Epigraphica VIII (1899) y IX (1903, después de la muerte de Hübner).

La importancia que concedía Hübner a la paleografía para la datación de las inscripciones le condujo a la edición de los Exempla scripturae epigraphicae latinae a Caesaris dictatoris morte ad aetatem Iustiniani (Berlin 1885), un muestrario y estudio de tipos de letra de inscripciones, con los dibujos correspondientes, de todo el imperio, entre las que se encuentran muchas hispanas. Por otra parte, como filólogo y en consonancia con las corrientes de su época, al dar primacía a los textos sobre los soportes, dejó un campo abierto desde el punto de vista de la arqueología que todavía hoy está, en gran parte, por trabajar. Pero la contribución de E. Hübner a la arqueología no se limitó a la mera confección de una obra: no sólo la misma elaboración del Corpus despertó el interés por las inscripciones y por los estudios de epigrafía en la Península sino que además alentó la conservación de éstas en Museos por parte del Estado español27, especialmente de los bronces con textos jurídicos. Pero además E. Hübner nos legó el primer corpus de inscripciones cristianas antiguas y medievales Inscriptiones Hispaniae Christianae (Berlin 1871), Supplementum [Pág. 339] (Berlin 1900), el primero de inscripciones prerromanas (Monumenta Linguae Ibericae, Berlin 1893), así como un buen número de estudios monográficos que fueron publicados tanto en revistas alemanas como italianas, portuguesas o españolas28.

Además su interés por la antigüedad clásica en la Península sobrepasó con creces lo estrictamente filológico, legándonos una obra sobre las colecciones de antigüedades de la Península, Die antiken Bildwerke in Spanien und Portugal (Berlin 1862). Más tarde editó, La Arqueología en España (1888), donde presenta un panorama de la arqueología, epigrafía y numismática en España a fines del siglo XIX, de sus protagonistas y las perspectivas de futuro. Por este libro obtendría el premio Martorell en Barcelona, sin duda bien merecido por su firme apoyo a los esfuerzos realizados por los arqueólogos españoles de su época29, que gracias a él se pusieron en contacto con las nuevas corrientes científicas europeas30. Hasta tal punto la Arqueología española le consideraba necesario que le fue ofrecida una cátedra de Arqueología, que él rehusó (Saavedra 1901: 415). Entre otros muchos, es mérito de Hübner haber sido uno de los primeros en dudar de la autenticidad de las inscripciones de las esculturas del Cerro de los Santos a las que dedicó un artículo en la Jenaer Literaturzeitung (1876), tras su publicación por Juan de Dios de la Rada y Delgado31.

Aún más encomiable es el hecho de que E. Hübner compaginara su estudio y edición de las inscripciones latinas de Hispania con la edición de la epigrafía latina de Britannia (Inscriptiones Britanniae Latinae, Berolini 1873 = CIL VII), donde incluso consiguió estudiar algunas inscripciones de Tarraco que en el siglo XVIII habían sido llevadas a Inglaterra por el Conde de Stanhope, el cual había venido con el contingente inglés a España con motivo de la guerra de Sucesión32 (CIL II p. 545). Esta obra sería de referencia y consulta obligada durante muchas décadas -lo mismo que el volumen de Hispania- para los estudiosos de la Britannia romana, hasta que fue suplantada por The Roman Inscriptions of Britain (Oxford 1965) de R.G. Collingwood (et al.).

Maestro de epigrafía para muchos, "concienzudo arqueólogo"33 y pionero de la arqueología, Emil Hübner fue calificado de "fundador de la moderna arqueología hispánica"34, pero no por sus contemporáneos sino casi cincuenta años después de su muerte. Pronto sus Monumenta Linguae Ibericae quedaron desfasados tras el progreso del conocimiento de esta cultura, su lengua y su signario35. Sin embargo, su obra sobre las Inscriptiones Hispaniae Latinae renovada más de un siglo después con la nueva edición de CIL II36, sigue estando vigente para aquellas zonas que todavía no han sido publicadas, y en muchas ocasiones sus observaciones no han sido superadas.

 
 
portada
CIL II, editado por E. Hübner en 1892  
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Retrato
 
 
escrito y firma
 Corpus Inscriptionum Latinarum II, XXV-XXVI
  Notas:

[1] Para datos biográficos más extensos vid.: Rodríguez de Berlanga 1901; Le Roux, 1984; García González - Martínez Herranz - Ayarzagüena Sanz,1997. Existe una autobiografía manuscrita de Hübner en posesión de un descendiente suyo, que por desgracia termina antes de emprender el primer viaje a España y Portugal.

[2] CIL II p. XXV

[3] De hecho Isabel II se preocupó por la conservación y restauración de muchos monumentos, entre ellos el Puente de Alcántara, cf. Rodríguez Pulgar, 1992. 

[4] Cf. Baquedano-Caballero 2000: 21.

[5] Mélida,1897: 90.

[6] Selbst der berühmte Aquäduct, welcher, wie er das heutige Stadtwappen bildet, so merkwürdiger Weise schon auf 3 alten Grabsteinen gleichsam als Wahrzeichen der Heimath des Verstorbenen abgebildet ist, verdankt seine Erhaltung nur dem Umstand, dass er die Stadt, noch heute allein mit Wasser versorgt. Dessen massive Quadern und Verhältnisse weisen eher auf die Zeit der julischen Kaiser hin, als auf die Trajans, in die er gewöhnlich gesetzt wird. Dies hängt vielleicht zusammen mit einer Beobachtung, welche sich späterhin im weiteren Umfang wird machen lassen: dass nämlich der unter den ersten Kaisern begünstigte und mit aller lei civilisatorischen Einrichtungen versehene Norden und Westen der Halbinsel seit Vespasian, vielleicht in Folge der damaligen Bürgerkriege, gegen den Süden entschieden zurücktritt (RB 1860: 331).

[7] Sin embargo le satisfizo particularmente el hallazgo de CIL II214, 329 (= CIL II 3837 = 6020) en las obras del castillo, pues en ella se mencionaba la segunda guerra púnica.

[8] Como CIL II 3434 = 5927: Eine der obigen an Grösse und Inhalt ganz entsprechende, leider verkehrt und so hoch eingemauerte Inschrift, dass sie nur sehr mühsam mit Hülfe eines Glases gelesen werden kann, mit Leitern aber, um einen Abdruck zu nehmen, vollkommen unerreichbar ist.

[9] Según G. Mora -a quien agradecemos las información- B. Vilá era un coleccionista de antigüedades y monedas relativamente importante. Además de algunos trabajos sobre álgebra y aritmética, escribió un trabajo sobre monedas de Murgis, así como una guía de viaje de Málaga (cf. Vilá 1861 y 1863).

[10] Una breve relación de la colección fue publicada en Ariza - Caballero-Infante 1891.

[11]  Sobre esta estancia vid. Rodríguez de Berlanga 1901, 195 ss.

[12] Barcelona, afirma Hübner, se disputa con Madrid la palma en asunto de estudios históricos: ut Barcino urbs primaria est paeninsulae cum Matrito ipso capite de palma certans, ita etiam studia historica ibi maxime effloruerunt (CIL II p. 983).

[13] Rodríguez de Berlanga conoció el bronce gracias a Hübner, el cual había vuelto a España en 1889 para examinarlo cuando aún estaba en Sevilla. Allí también acudió Rodríguez de Berlanga a quien, sin embargo, su poseedor no se lo facilitó (cf. Rodríguez de Berlanga 1901, 197).

[14] Sobre A. Cánovas, historiador, vid. Yllán Calderón, 1985.

[15] En 1893 según Rodríguez de Berlanga (1901: 198) realizó su última visita a la Península.

[16] Sobre los proyectos epigráficos emprendidos por la Academia de la Historia véase Abascal - Gimeno 2000: 13 ss.

[17] Sobre el ambiente intelectual a la llegada de Hübner a la Península  y su opinión acerca del estado de la ciencia arqueológica en España vid. Luzón, 1995: 3 ss.

[18] Se conserva correspondencia en la Biblioteca de Berlin Staatsbibliothek (Berlin) - Preussischer Kulturbesitz. Handschriftenabteilung Signatur Delgado y Hernández, Antonio. Nachl. Hübner, 1-2. Para su biografía vid. Almagro 1999: 139 y más recientemente Delgado y Hernández 2001, XXXVII-XLII. donde se reproduce la biografía realizada por F. Belmonte a su fallecimiento.

[19] Para su biografía cf. Almagro Gorbea 1999:142 ss.

[20] Sobre esta amistad vid. Rodríguez de Berlanga  (1864) 2000: 64 ss y sobre todo idem (1901), donde el autor describe el talante de Hübner en los siguientes términos: «Era una persona franca, sencilla, ilustradísima y modesta que muy pronto se hacía simpática, dejando conocer sin vanos alardes sus vastos conocimientos con la mayor naturalidad y parsimonia»; vid. además Oliva, 1991.

[21] Era Gómez Moreno hijo, todavía adolescente, quien proporcionaba los textos a Hübner y, a cuyo lado se formó en epigrafía (cf. Gómez - Moreno 1995: 44).

[22] Sobre Hernández Sanahuja y la anticuaria en Cataluña en el siglo XIX y principios del XX véase Remesal - Aguilera - Pons 2000: 18-47

[23] Sobre G. Llabrés cf. Gimeno - Stylow 1994: 151 nota 79.

[24] Sobre F. Baraibar y la epigrafía vid. Albertos, 1970 y Ortiz de Urbina Montoya - Pérez Olmedo 1991: 115.

[25] Sobre los contactos de Hübner en Extremadura cf. Celestino  -  Celestino  2000: 21

[26] Para la relación de F. Fita con Hübner vid.  Abascal 1999: 57 ss.

[27] Mélida 1897: 89

[28] Rodríguez de Berlanga (1901) dedicó un pormenorizado comentario sobre su obra; para una selección de su bibliografía cf. Le Roux 1984.

[29] Cf. León 1993: 56 a propósito de la valoración de Hübner sobre Demetrio de los Ríos e Itálica.

[30] Baquedano - Caballero 2000: 21.

[31] Para su biografía y obra cf. Ayarzagüena Sanz 2001.

[32] Cf. CIL II p. 545.

[33] Así lo denomina P. León cf. loc. cit..

[34] Tormo, 1947.

[35] Cf. Blech 1999: 33 ss.

[36] Sobre este proyecto vid. Stylow 1995, Mayer 1995, Schmidt 2001.

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