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CORPVS INSCRIPTIONVM LATINARVM II
    
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MANUEL GÓMEZ-MORENO
(Granada, 1870 - Madrid, 1970)
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Hijo de Manuel Gómez-Moreno González (†1918), pintor granadino formado en la Academia de Bellas Artes de Madrid, a los ocho años se trasladó a Roma, donde su padre había sido pensionado por la Academia Española para una estancia de dos años (1878-1880). En las etapas de su viaje estuvo en Madrid, donde visitó sus Museos, Zaragoza, Barcelona, y Marsella. Instalado en Roma tuvo oportunidad de aprender italiano y conocer bien la ciudad en sus paseos arqueológicos y artísticos en los que muchas veces, además de su padre, le acompañaban amigos de éste como Orazio Marucchi, discípulo del arqueólogo G. Battista de Rossi, por entonces en contacto con A. Fernández-Guerra debido a sus comunes intereses por la epigrafía cristiana. Ya entonces, siendo un niño, M. Gómez-Moreno tomó la costumbre de dibujar cuanto le llamaba la atención. En el retorno a Granada, causas familiares provocaron un cambio de itinerario, que le permitió ampliar su conocimiento de Italia: Pompeya, Herculano y el Museo de Nápoles, donde se exhibían los hallazgos arqueológicos de las excavaciones de Carlos III; Pisa, Florencia, Bolonia, Venecia, Verona, Milán, Génova y de nuevo a Marsella para embarcar hacia Barcelona. De vuelta a Granada entre 1881 y 1886 realizó sus estudios de Bachillerato en el colegio de los Escolapios y, en este último año, comenzó la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad de Granada, que finalizó en 1889.

Su formación como arqueólogo y epigrafista se completó, desde muy joven, en los frecuentes viajes por la provincia de Granada realizados junto a su padre, el cual se veía obligado a ello por su cargo como Secretario de la Comisión Provincial de Monumentos, de la que era Presidente Manuel Oliver Hurtado. Por entonces Emil Hübner, se hallaba reuniendo materiales para el Supplementum, y por recomendación de M. Rodríguez de Berlanga se dirigió a Gómez-Moreno padre para recabar datos sobre las inscripciones granadinas, y cuál no sería su sorpresa cuando viajó a Granada en 1886 y supo que era el hijo, entonces un adolescente, quien se las enviaba. Si gracias a su padre, M. Gómez-Moreno Martínez había aprendido la técnica del dibujo, con Hübner aprendió Epigrafía; ambos le inculcaron la necesidad de comprobar in situ los monumentos, ello le convirtió en un incansable viajero en busca de inscripciones y vestigios arqueológicos. Hübner tenía plena confianza en él y le encomendaba la verificación de textos y otras misiones como la efectuada por Gómez-Moreno, en balde, en torno al conocimiento de la procedencia de algunas de las piezas que Manuel de Góngora había transmitido (cf. CIL II p. 883); sin embargo recibió otras informaciones muy útiles obtenidas de los papeles que se conservaban en la Comisión Provincial de Monumentos (CIL II2/5, 107), así como transcripciones, dibujos y calcos, algunos de ellos de piezas de la colección familiar, como el de una inscripción de Ilurco (CIL II2/5, 682). Hübner alude a la joven promesa que veía en Gómez-Moreno, cuando a propósito de la entonces discutida situación topográfica de Iliberris (cf. CIL II2/5, p. 164), se refiere a él como el que monumenta Granatensia nunc omnium optime novit y manifiesta la esperanza de que sea él quien fortasse aliquando suscipiet et absolvet (CIL II p. 883) la controvertida cuestión.

Cuando Gómez-Moreno cursaba los últimos años de carrera se fundó el Centro Artístico y Literario de Granada, del que los dos Gómez-Moreno, padre e hijo, fueron miembros. El Centro organizaba excursiones para visitar los monumentos de la provincia y publicaba un Boletín, que le sirvió al joven como vehículo de difusión de sus primeras investigaciones, gran parte de ellas fruto de su actividad como Secretario de la Sección de Excursiones. Padre e hijo publicaron juntos algunos trabajos como el estudio sobre Medina Elvira en 1888, una memoria de excavaciones de la primitiva capital musulmana, que Gómez-Moreno hijo ilustró con dibujos, entre ellos los de dos inscripciones latinas (CIL II2/5, 660. 678); pero fue en 1889 cuando publicó, él solo, más de treinta y cinco inscripciones, prácticamente todas de la capital, en sus Monumentos romanos y visigóticos de Granada (CIL II2/5, 619-640. 642-654. 658. 698. 705-706). Con su padre colaboró en una Guía de Granada (1892) y, aunque él no quiso aparecer en ella, fue en realidad una obra conjunta (quiso mi padre que yo apareciese de coautor, pero me resultaba ello ridículo, cuando en realidad todo lo mío dominaba de él y mi gusto artístico había ido formándose entre sugestiones suyas y reaccionar yo, más o menos de conformidad, con sus opiniones. Llegué a imponerme a veces, merced a sus benevolencias, resultando que acabábamos siempre conformes (Pita Andrade 1982, p. X).

En 1895 consiguió una plaza de profesor de Arqueología Sagrada y de Dibujo en el Seminario del Sacromonte y desde este año y hasta 1897 inició una serie de viajes por Almería, Málaga, Córdoba, Sevilla y Jaén viendo monumentos, ruinas arqueológicas e inscripciones de las que le habían dado noticia, como una de Abla (Almería) (probablemente corresponda a CIL II 3401, cuyo vaciado conoció Hübner por un calco realizado por Manuel de Góngora), que encontró casi borrada, o en Martos (Jaén), ciudad de la que le envió a Hübner varios textos (CIL II2/5, 120. 135. 140. 155), que éste publicaría en EE IX.

En 1898 se creó la primera cátedra de Historia del Arte en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid a la que Gómez-Moreno aspiraba; por ello se trasladó a la capital con vistas a prepararla, lo que le dio acceso a sus museos, bibliotecas y a entrar en contacto con personalidades del mundo intelectual madrileño, entre ellos Juan Facundo Riaño, yerno de Pascual Gayangos, Giner de los Ríos y su círculo de la Institución Libre de Enseñanza y del Ateneo, del que se hizo socio. La plaza nunca llegó a convocarse y decidió volver a Granada no sin antes viajar a Ávila, Segovia y Salamanca. De vuelta a su patria, en 1900 le fue comunicado el encargo de lo que sería un hito en su carrera, el Catálogo Monumental de Ávila. El nombramiento directo -aprobado en una comisión no oficial, aunque formada por miembros de las Academias para esta misión- por orden del Ministro no fue sin escándalo: a 11 de junio de 1900, la Academia de Bellas Artes elevó un escrito de protesta al Ministro recordándole que en el Real Decreto (1 de junio de 1900) para la formación de un catálogo general de los monumentos históricos y artísticos de España, se establecía que la persona o personas encargadas de la formación del catálogo monumental e histórico serían propuestas por la Academia de Bellas Artes, añadiendo que no habiendo precedido dicha propuesta, se dijera en la R. O. de su nombramiento "oído el parecer y propuesta de la Academia", que no había sido oída. Argumentaba también que si en el futuro esa persona no daba resultado la responsabilidad sería de la Academia, la cual, además, expresaba que no estaba de acuerdo en que fuese una única persona la que llevase a cabo todo el trabajo (Academia de Bellas Artes, BBAA 51-1/4).

El éxito obtenido con el primer catálogo le supuso tres nuevos encargos: el de Salamanca, cuyos trabajos preparatorios le ocuparon los años 1901-1902, el de según sus palabras (Rodríguez Mediano, 2002: 76), recorrió estas provincias, con escapadas a lugares limítrofes como Coimbra o el norte de Extremadura, acompañado siempre de su cámara fotográfica para, como él mismo decía, hacer partícipes a todos de la emoción estética y de los valores informativos que la realidad artística provoca (M. E. Gómez-Moreno 1995, 602). Particular interés le suscitaron los despoblados celtibéricos de Cogotas y Ulaca en Ávila, Yecla deYeltes, Las Merchanas, Irueña y La Hinojosa en Salamanca, y siguió ocupándose de las inscripciones romanas que encontraba a su paso. Ya entonces se enfrentó con unos textos escritos sobre tablillas de pizarra, cuyo desciframiento, en el futuro, sería uno de los grandes logros de su vida; otro le esperaba a 10 km de Zamora, camuflado entre edificaciones posteriores, la iglesia de San Pedro de la Nave, un edificio que fechó por la forma de las letras de las inscripciones en época visigoda, cronología que, hoy revisada (cf. L. Caballero Zoreda [coord.], La iglesia de S. Pedro de la Nave. Zamora, Zamora 2004), fue defendida y corroborada por algunos de sus discípulos, entre ellos J. M. de Navascués. La provincia de León fue para él una gran revelación de la arquitectura hispana prerrománica que él denominó "mozárabe", tema del que trató en su tesis doctoral, y publicó en Iglesias mozárabes. Arte español de los siglos IX al XI editado en 1919.

A partir de 1910 M. Gómez-Moreno se vincula para siempre a la institución que, en el futuro, sería el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. En dicho año, dependiente de la "Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas", se creó la Comisión de Estudios Históricos (más adelante Centro de Estudios Históricos) de la que fue designado director por la sección de Arte y Arqueología, en la cual impartió clases como también, entre otros, R. Menéndez Pidal. En ella ejerció una gran labor científica, tanto como jefe de los laboratorios y seminarios como por las publicaciones de variada temática (arqueológica, artística, lingüística, histórica, de arquitectura, numismática o epigráfica), de la que no sólo fue autor sino que fomentó y difundió a través la revista del Centro de Estudios Históricos, Archivo Español de Arte y Arqueología, creada en 1925, de la que fue fundador y codirector.

Un año después, en 1911 se iba a realizar una gran exposición en Roma en las termas de Diocleciano en la que iban a participar todos los países que tenían pasado romano, y la Junta decidió que fuese Gómez-Moreno el encargado por Arqueología; para la preparación Gómez-Moreno tuvo que recorrer de nuevo la Península -en especial Andalucía y Levante (menos Cataluña, donde se ocupaba Puig i Cadafalch)- en busca de fotos y seleccionando las piezas de las que fueran a realizarse vaciados: en Sevilla trabajó en el Museo Arqueológico, en la colección de los duques de Alcalá y en la casa de la condesa de Lebrija; visitó Itálica y a Jorge Bonsor, un "inglés andaluzado" (M. E. Gómez-Moreno 1995, 233), que le mostró la necrópolis de Carmona. En Extremadura documentó las ruinas del puente de Alconétar, después el museo de Cáceres y por último Mérida y Badajoz, para volver a la provincia de Sevilla, a Osuna, a continuación el teatro de Acinipo (Ronda la Vieja), Algeciras, Almuñécar, Granada, Guadix y Baza para alcanzar Almería y entrevistarse con Luis Siret; por último, el teatro de Sagunto y de vuelta a Madrid. Sus trabajos preparatorios se quedaron en las carpetas ya que finalmente España no contribuiría a dicha Exposición. Su disposición viajera no se frenó a partir de que en 1913 obtuviera la Cátedra de Arqueología Arábiga en la Universidad de Madrid; en 1914, poco antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, marchó a Londres para una estancia de investigación sobre códices mozárabes en el Museo Británico. Tres años más tarde, en 1917, ingresó en la Real Academia de la Historia siendo Fidel Fita su mentor y muy interesado en su elección por su experiencia en Epigrafía y Arqueología: yo vine traido por el P. Fita, como heredero suyo en epigrafía, abonado desde fecha casi remota por uno de mis descubridores, el benemérito maestro Emilio Hübner; y debo a la gran benevolencia del P. Fita el que me perdonase desvíos respecto de sus doctrinas y un gracioso juicio de mi discurso de entrada, diciendo que era cosa de poco ruido y muchas nueces (Gómez-Moreno 1953, 88).

En la década de los veinte Gómez-Moreno alternó sus investigaciones en el Centro de Estudios Históricos con las clases en la Universidad, en la que se impuso la costumbre de "los viajes de estudios". Así, además de recorrer algunos lugares de España, Gómez-Moreno estuvo con sus alumnos en Portugal en 1921, donde conoció a J. Leite de Vasconcelos, director del Museo Etnológico de Lisboa, luego en Francia en 1925; entre ambos, había viajado a Argentina y Uruguay para dar un ciclo de conferencias, y en ese mismo año visitó Tetuán, para elaborar un informe sobre descubrimientos arqueológicos, diez años después volvería a visitar Marruecos; en 1927 el viaje de la Universidad fue a Italia; intereses arqueológicos le llevaron en ese mismo año a Asturias y Galicia; pero ninguno de sus viajes dejó tan famoso recuerdo entre las siguientes generaciones de arqueólogos como el crucero del Mediterráneo de 1933 en el que se embarcaron estudiantes y profesores de Historia y Arquitectura de las distintas Universidades para visitar Túnez, Egipto, Jerusalén, Esmirna, Malta, Creta, Rodas, Grecia, Sicilia y Mallorca. Poco antes, en 1930, había sido nombrado Director General de Bellas Artes y un año después, por sus trabajos sobre arquitectura, académico de Bellas Artes. Su carrera docente, sin embargo, se truncó en 1935 cuando renunció a su cátedra en la Universidad por desavenencias con el Decano Manuel García Morente. Durante la Guerra Civil formó parte de la Junta de Incautación, Salvamento y Catalogación del Tesoro Artístico y tras ésta fue nombrado Director del Instituto Valencia de Don Juan y Director del Departamento de Arqueología del Centro de Estudios Históricos. También formó parte por España como vocal del Comité Internacional para la formación de la Carta del Imperio Romano (TIR) con José Ramón Mélida y Pere Bosch Gimpera entre otros (Academia de la Historia CAG/9/7980/972. CAG/9/7980/975; cf. Cepas, 2002, 341).

En 1942 ingresó en la Academia de la Lengua por sus méritos en abrir nuevas vías al conocimiento de la cultura y de la lengua de la época anterior a la presencia romana en la Península. Desde que en 1922 publicó en la Revista de Filología Española su estudio sobre el plomo de Alcoy, "donde se produjo el único salto adelante verdaderamente trascendental en el estudio del ibérico" (De Hoz 1998: 128) se dedicó a profundizar en el conocimiento de la lengua y la escritura prerromanas a través de la epigrafía y la numismática. De las escrituras paleohispánicas el desciframiento de la levantina quedó zanjado prácticamente por Gómez-Moreno, a diferencia de ésta el desciframiento de la escritura meridional es todavía muy precario aunque ya Gómez-Moreno indicó en parte un núcleo de valores seguros (cf. De Hoz 1998: 130-131). Sus resultados, algunos de ellos revisados y superados, los dio a conocer en su estudio publicado en el homenaje a Menéndez Pidal Sobre los iberos: el bronce de Ascoli (1925). Sobre estas cuestiones versaría su Discurso de Ingreso Las Lenguas Hispánicas, cuyos testimonios epigráficos manifiesta preferir a los romanos, según él mismo refiere al ensalzar la habilidad que para establecer contactos y conseguir epígrafes tuvo Fidel Fita: el se mantuvo durante muchos años cultivando con éxito y atrayendo corresponsales en la tarea de publicar inscripciones. Yo, pese a mi buen deseo, no he sabido fomentarlas; pues confieso que no me seducen los Dis manibus, votum solvit, in pace y demás fórmulas de la ‘canaglia epigraphica’; pero también es verdad que ninguna pieza clásica trascendental se me ha venido a las manos, y en cambio con lo ibérico he tenido y sigo teniendo suerte: valga como descargo (Gómez-Moreno 1953, 88).

Pero a Gómez-Moreno no sólo le cupo el mérito de descifrar el ibérico: otro enigma se cernía sobre unas tablillas de pizarra inscritas cuyos caracteres, desde los años 1876/77 en que fueron descubiertas las primeras y comunicadas a la Academia, se habían interpretado como caracteres ibéricos, incluyéndolas Hübner como ibéricas falsas en sus Monumenta Linguae Ibericae; en unas, las llamadas numéricas, fueron reconocidas las tres cifras romanas I, V, X en múltiples combinaciones por Eduardo Saavedra. Las otras, de texto, que se habían resistido tanto a Fidel Fita como a Jesús Muñoz Rivero, fueron interpretadas por Gómez-Moreno como inscripciones latinas en cursiva de época visigoda, aunque no las editó hasta 1966, sólo cuatro años antes de su muerte, y no sin advertir que el impreso aparecía tras una etapa de vicisitudes que no gusto de rememorar, por su esterilidad y asomos de personalismos (Gómez-Moreno 1966, 7); ese mismo año Manuel Díaz y Díaz (1966) publicaba algunas pizarras de Diego Álvaro, que también había editado Gómez-Moreno; no sólo las lecturas diferían ostensiblemente, sino que además Díaz y Díaz advertía del hecho de que las incisiones se habían repasado con un lápiz blanco, por lo que puso en entredicho la fiabilidad de los textos editados por Gómez-Moreno, provocando así la desconfianza de los historiadores hacia esa edición e invalidándola en la práctica.

Manuel Gómez-Moreno González en los últimos años de su vida fue nombrado Presidente Honorario del Instituto Diego Velázquez de Arte y Arqueología, Doctor honoris causa de las universidades de Oxford, Glasgow y Granada y le fueron concedidos numerosos premios y reconocimientos tanto nacionales como internacionales. Maestro de muchos, su experiencia "en la epigrafía y la arqueología de campo" se manifiesta en todos sus escritos; de su escuela fueron grandes especialistas españoles del siglo XX en Arqueología, Historia del Arte, Epigrafía y Numismática, pero además, gracias a su catalogación, algunos monumentos españoles se salvaron de la inevitable destrucción en beneficio del progreso.

 
 
Firma
 
Dibujos realizados por Gómez-Moreno
Dibujos realizados por Gómez-Moreno ilustrando la obra de su padre Medina Elvira, Granada 1888, lam. II
 
 
Retrato de Gómez-Moreno
Retrato de Gómez-Moreno
M. Almagro-Gorbea (ed.), El Gabinete de Antigüedades de la RAH, Madrid 1999, p.156.
 BIBLIOGRAFÍA: M. Gómez-Moreno, De epigrafía ibérica: El plomo de Alcoy, Revista de Filología Española 9, 1922, 342-366; M. Gómez-Moreno, Sobre los iberos y su lengua [en:] Homenaje a Menéndez Pidal, III. Madrid 1925, 475-499; M. Gómez-Moreno Martínez, Contestación a: El concepto de la Epigrafía. Consideraciones sobre la necesidad de su ampliación. Discursos leídos ante la Real Academia de la Historia por los señores D. Joaquín Mª de Navascués y de Juan y D. Manuel Gómez-Moreno y Martínez en la recepción pública del primero el día 18 de enero de 1953, Madrid 1953; M. Gómez-Moreno, Documentación goda en pizarra, Madrid 1966; M. Díaz y Díaz, Los documentos hispano-visigóticos sobre pizarra, Studi Medievali 7, 1966, 75-107; G. Barbe-Coquelin de Lisle, Manuel Gómez Moreno y el 98, Actas del Quinto Congreso Internacional de Hispanistas, Bordeaux 1974, 172-178; M. Gómez-Moreno González, Guía de Granada (ed. facs., M. Pita Andrade), Granada 1982; M. Gómez-Moreno, Medina Elvira (ed. fasc., M. Barrios Aguilera), Granada 1986; M. E. Gómez-Moreno, Manuel Gómez-Moreno Martínez, Madrid, 1995; J. de Hoz, La epigrafía ibérica de los noventa, Revista de Estudios Ibéricos 3, 1998, 127-151; I. Velázquez, Pizarras visigodas,[ en:] J. Abascal – H. Gimeno, Epigrafía Hispánica, Madrid 2000, 283-340; L. López-Ocón Cabrera, Manuel Gómez-Moreno en el taller del Centro de Estudios Históricos, La cultura ibérica a través de la fotografía de principios de siglo. Las colecciones madrileñas. Catálogo de Exposición, Madrid 2000; F. Rodríguez Mediano, Pidal, Gómez Moreno, Asín. Humanismo y Progreso. Romances, monumentos y arabismo, Madrid 2002, 71-112; A. Cepas, La Tabula Imperii Romani. Antecedentes de un proyecto científico de documentación arqueológica, Archivo Español de Arqueología 75, 2002, 333-348; J. Moya Morales (coord.), Dibujos arquitectónicos granadinos del Legado Gómez-Moreno, Granada 2004.
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