Hijo del escultor de Baena José de los Ríos, obligado
a trasladarse a Córdoba en 1827 por razones políticas, José Amador de los Ríos inició
en dicha ciudad su formación en Humanidades y Filosofía en el Colegio de la Asunción y
en el Seminario Conciliar de San Pelagio. En 1832, instalada la familia en Madrid y
gracias a la protección que Fernando VII brindó a su padre, a quien empleó como
escultor en los Reales Sitios, pudo continuar sus estudios en el Colegio Imperial de San
Isidro. Pronto, además de matricularse en la Real Academia de Bellas Artes de San
Fernando para aprender Pintura con
Federico de Madrazo, Amador de los Ríos se inició en la Poesía; se dedicó al
aprendizaje de la Historia (con particular interés por las Crónicas españolas y la
Historia del Padre Mariana), de Lenguas Extranjeras y Literatura en el Ateneo madrileño
junto a José Madrazo y Alberto Lista, cuyas clases sobre teatro del curso de 1836/37
hicieron nacer en él la idea de elaborar una Historia de la Literatura Española, que
publicaría en 1841/42 traduciendo y ampliando la parte dedicada a España por J.-Ch. L.
Simon de Sismondi en Histoire de la Littérature du Midi (París 1813). La muerte
del Monarca en 1833 y causas políticas obligaron a su padre a trasladarse de nuevo en el
año 1837, esta vez a Sevilla. Allí Amador de los Ríos descubrió la riqueza de los
fondos de la Biblioteca Colombina y en ella desarrolló una actividad incesante dedicada
por un lado a la investigación y estudio de códices históricos, literarios,
arqueológicos y por otro a la organización de tertulias con artistas e intelectuales
sevillanos. En esta época publicó su primer libro de poemas, Colección de poesías
escogidas, cuya buena aceptación unida a la amistad que entabló con Manuel María
del Mármol, su maestro y mentor sevillano, hicieron posible su nombramiento como
Académico honorario de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras en 1839. Hombre
polifacético de dilatada obra tanto literaria (poeta, autor dramático, traductor y
ensayista) como artística (pintor), a partir de la década de los cuarenta desempeñó
diversos cargos en la Administración: en la universidad comenzó su carrera docente en
1848, año en el que consiguió la Cátedra de Literatura de la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad Central de Madrid, teniendo por discípulos a personajes de la
talla de Antonio Cánovas del Castillo, Emilio Castelar o Marcelino Menéndez Pelayo; en
1857 alcanzó el decanato y realizó algunos viajes por archivos y bibliotecas nacionales
y extranjeras; diez años después, el vicerrectorado y en 1868, el rectorado, cargo del que fue apartado con "La Gloriosa",
que le alejó de la universidad aunque por poco tiempo, pues a los dos años fue repuesto
en la cátedra. El último puesto que ocupó en relación con la Enseñanza fue el de
Inspector General de Instrucción Pública. Su autoridad como crítico literario le había
valido el nombramiento como censor de teatros en 1856, cargo que desempeñó hasta 1861.
En este año, y tras veintiocho de investigaciones, se publicó el primer volumen de su Historia
crítica de la literatura española, dedicado a la literatura latina y a la poesía de
época visigoda. Miembro del partido Unión Liberal, también participó en la política
activa como diputado a Cortes por Almería en 1863, aunque por breve espacio de tiempo.
Si gracias a sus investigaciones literarias Amador de
los Ríos disfrutó de una promoción que le procuró los más altos puestos de la
Instrucción Pública, no menos importante fue su carrera en el ámbito del Patrimonio
arqueológico y artístico. Ya en 1839 ejerció como representante de la Academia
Sevillana en las excavaciones de Itálica para lo que se instaló en Santiponce-,
que, con permiso oficial, dirigía otro miembro de la Academia, Ivo de la Cortina. Dichas
excavaciones se prolongaron durante cinco años hasta que éste fue destituido y Amador de
los Ríos pidió hacerse cargo de las mismas; por entonces publicó la obra Sevilla
pintoresca (1844), donde recogió los monumentos más importantes de dicha ciudad.
Además escribió una obra que se conserva manuscrita en el Museo Arqueológico de Sevilla Italica: Historia de esta ciudad famosa, desde su fundación hasta nuestros días, con
todos sus descubrimientos (1845). En 1846, dos años después de que fuera nombrado
Secretario de la Comisión Central de Monumentos, le concedieron la renovación del
permiso de excavación junto con su colaborador Javier Quinto y participó, además, en ellas como dibujante su hermano Demetrio de los
Ríos, por entonces recién licenciado en Arquitectura, que de 1860 a 1875 se haría cargo
de las excavaciones y publicaría una Memoria arqueológico-descriptiva del anfiteatro
de Itálica (1862), en la que incluyó también dibujos de los materiales de las
excavaciones de Ivo de la Cortina y de su hermano Amador de los Ríos, entre ellos varias
inscripciones.
En 1848, año en que ve la luz la obra de Amador de los
Ríos Estudios históricos, políticos y literarios sobre los judíos de España,
es también nombrado Académico de número de la Real Academia de la Historia. Desde esta
institución desarrolló una incansable actividad como miembro de la Comisión de
Antigüedades junto a Aureliano Fernández Guerra o Eduardo
Saavedra entre otros: visitas para verificación de hallazgos
arqueológicos, informes y dictámenes sobre yacimientos y monumentos así como sobre
proyectos de conservación y restauración de los mismos o sobre propuestas de compras.
Diez años después, en 1858, ingresó también en la Real Academia de Bellas Artes de San
Fernando con un discurso (De la arquitectura mudéjar) en cuyo título introdujo el
concepto mudéjar, definido previamente por él en su obra Toledo
pintoresca (1845), para designar el arte de los cristianos en tierras musulmanas.
Su intervención, en 1859 en los acontecimientos
relativos a las vicisitudes del tesoro visigodo de Guarrazar (Toledo) fue decisiva, no
sólo porque su informe sirvió de base legal al Ministro de Estado para reclamar a
Francia el tesoro expoliado, sino porque se ordenó practicar excavaciones en el lugar del
hallazgo por una comisión de la que él era presidente y en las que se descubrió la
inscripción funeraria en la que, con Aureliano Fernández-Guerra, identificó unos versos
de Eugenio de Toledo (IHC 158); además de ellas resultó su obra El arte latino-bizantino en España y las coronas
visigodas de Guarrazar: Ensayo histórico crítico (Madrid 1861), en parte como
reacción a la Description du Trésor de Guarrazar publicada un año antes por
Ferdinand de Lasteyrie en la que éste defendía que la técnica del cloisonné era
extraña a la Península; además, identificó con Pedro de Madrazo el nombre de Suintila
en una de las coronas (Monumentos Arquitectónicos de España 1879, p. 10).
En ese mismo año 1861, con la colaboración de J. A. de
la Rada y Delgado, J. Amador de los Ríos publicó una Historia de la Villa y Corte de
Madrid, cuyo primer tomo corresponde a la "Antigüedad Histórica" y en el
que se ocupa en primer lugar de la discusión sobre el emplazamiento antiguo de la
Capital, problema que conocía bien pues acerca de él trataba la Historia general y
natural de las Indias, islas y tierra firme del mar Océano de Gonzalo
Fernández de Oviedo (Siglo XVI), cuya editio princeps había realizado entre 1851
y 1855. En su obra, Amador incluye los epígrafes de Madrid referidos por este autor y
cita a otros autores que le sucedieron y que también aportaron inscripciones, como G.
González Dávila, de las que ya no quedaba ni rastro; ello le dio pie para reivindicar la
creación de un Museo Nacional de Antigüedades, ornamento muy propio de las naciones
cultas, puesto que los gabinetes de la Biblioteca Nacional y de la Real Academia de
la Historia ya no eran suficientes, para responder al movimiento de la ciencia y el
progresivo desarrollo de nuestra cultura (p. 68), y respaldar los pasos que, en este
sentido, estaba dando el Ministro de Fomento con vistas al año 1861. Transcurría todo
ello durante la primera estancia de E.
Hübner en España, quien apoyó y expresó su solidaridad con este
proyecto (cf. Stylow Gimeno, 2004, 334).
La inscripción, cuyo hallazgo los autores antiguos
situaban en dirección hacia Vaciamadrid (CIL II 3066), por donde se suponía que
discurría la vía que iba a Bayona de Tajuña (hoy Titulcia), le incitaron a reconocer y
recorrer el lugar en busca de vestigios de la misma, que no halló (p. 71 nota 2); acerca
de la lápida de Barajas (CIL II 3063), sobre la que se barajaban
distintas interpretaciones, consultó a Hübner, que le disuadió de la interpretación de
la T de la última línea como templum (p. 72 nota 2); reivindicó la autenticidad
de una inscripción que estaba grabada en una columna de la Puerta de Moros interpretándola como un pedestal de Sertorio (CIL II 3056), y
defendiendo que, aunque Ambrosio de
Morales no la hubiera mencionado entre los testimonios de las guerras de
Sertorio, su silencio no era prueba de que no hubiera existido. También las que se
conservaban en Madrid de otros lugares fueron objeto de su atención: una de ellas era una
urna que se encontraba en el jardín de Luciano Paz Membiela, fuera de la Puerta de
Fuencarral, junto a lo que fue Quemadero de Judíos. Antonio Delgado se encargó de
comprobarla; el texto muchas veces publicado en distintos repertorios (entre otros en la
antología de P. Burmann II, p. 294) era el mismo que presentaba una urna de una
colección romana y ello unido a algunas pequeñas diferencias en el de la urna
madrileña, les llevó a considerar que ésta era una copia de la romana. Otra cuestión
era la que enfrentaba a Amador con los que defendían una procedencia ajena de las
lápidas romanas halladas en la ciudad, en tanto en cuanto ésta tenía un origen árabe: las
lápidas que lo han sido (i. e. traidas de otras partes), entre las cuales
contamos muchas custodiadas en la Biblioteca Nacional y en las Reales Academias, de la
Historia y San Fernando ofrecen por ventura algún rasgo que no permite equivocarlas (p. 79). Alude aquí a la inscripción referida de una emeritense (CIL II
508) por González Dávila, que en 1618 había trasladado
desde Mérida un caballero de la orden de Alcántara. De época visigoda trae a colación
una inscripción que los autores antiguos decían que se encontraba en el claustro de
Santa María (IHC 397) y sobre cuyo texto, restituido con ingenio por algunos de ellos,
él prefería no pronunciarse (p. 99).
Aunque ninguna de esas inscripciones fue a parar al
Museo Arqueológico otras, como la hallada en el Puente de los Franceses -hoy depositada
en el Museo Arqueológico Regional en Alcalá de Henares- a principios del siglo XX, sí
ingresaron en el Museo Arqueológico Nacional (inv. n. 38313), por
fin creado en 1867. Un año después José Amador de los Ríos, tras tantos años de
campaña para que se institucionalizase, fue designado su director; pocos meses pudo
disfrutar del cargo, pues los acontecimientos políticos le obligaron a dimitir ese mismo
año. Sin embargo dejo huella pues, en respuesta a las peticiones de donaciones dirigidas
por él a instituciones y particulares, ingresaron en él diversas piezas y colecciones
arqueológicas procedentes de varias provincias, como las recibidas desde Córdoba y
donadas por Luis Maraver de sus excavaciones en el yacimiento ibérico de Almedinilla (cf.
Beltrán 1995, 33 nota 82).
© H. Gimeno Pascual E. Sánchez Medina
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Carta de Amador de los Ríos a su hermano Demetrio, 1866.
Fernández Gómez, F. (Coord.), Las Excavaciones de Itálica y D. Demetrio de los Ríos, a través de sus escritos, Córdoba 1998, p. 103. |
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Boceto para el mosaico de “las Musas” hallado en 1839, según D. José Amador de los Ríos y D. Ivo de la Cortina.
Fernández Gómez, F. (Coord.), Las Excavaciones de Itálica y D. Demetrio de los Ríos, a través de sus escritos, Córdoba 1998, p. 52. |
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Retrato de Amador de los Ríos
(Museo Arqueológico Nacional).
Pioneros de la Arqueología en España del siglo XVI a 1912, Alcalá de Henares 2004, (Zona Arqueológica 3), p.275. |
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los Ríos + Info |
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BIBLIOGRAFÍA: J. Amador de los Ríos, Historia de la Villa y Corte de Madrid, I, Madrid 1861 (ed. facs. 1978); F. Valverde y Perales, Historia de la Villa de Baena, Toledo 1903 (ed. facs. Córdoba 1982), 418-433; J. Gómez Crespo, José Amador de los Ríos en el panorama cultural del siglo XIX, Boletín de la Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes 48 (99), 1978, 29-49; J. M. Ocaña Vergara, Vida y obra de Amador de los Ríos, ibid., 65-93; J. Beltrán Fortes, Arqueología y configuración del patrimonio andaluz. Una perspectiva historiográfica, [en:] La Antigüedad como Argumento II. Historiografía de Arqueología e Historia Antigua en Andalucía (F. Gascó – J. Beltrán, eds.), Sevilla 1995, 13-55; M. Ayarzagüena Sanz, José Amador de los Ríos, Revista de Arqueología 17 núm. 180, 1996, 56-59; F. Fernández Gómez, Las excavaciones de Itálica y D. Demetrio de los Ríos a través de sus escritos, Córdoba 1998, 75-80; L. J. Balmaseda, José Amador de los Ríos y Serrano, [en:] Pioneros de la Arqueología en España del siglo XVI a 1912, Alcalá de Henares 2004 (Zona Arqueológica 3), 275-281; A. U. Stylow – H. Gimeno, Emil Hübner, [en:] Pioneros de la Arqueología en España del siglo XVI a 1912, Alcalá de Henares 2004 (Zona Arqueológica 3), 333-340; Jesús L. Serrano Reyes, “Amador del saber/el saber de Amador", www.juanalfonsodebaena.org/AMADORSABER.htm.; J. L. Serrano Reyes, Sobre Fechas y Nombres: Aportaciones para la biografía de José Amador de los Ríos, Ituci IV, 2014, 121-136. |
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