Gil González Dávila, cronista de los reinos de Castilla y de Indias, pasó su primera
juventud en Roma junto al cardenal Pedro de Deza, ciudad en la que adquirió su
formación, hasta que en torno a los veinte años de edad regresó a Salamanca de donde
fue racionero de la iglesia. Los conocimientos anticuarios adquiridos en Italia pronto
darían sus frutos, pues ya en 1596 se ocupaba de una de las esculturas prerromanas más
emblemáticas de la ciudad en su Declaración de la antigüedad del toro del puente de
Salamanca. Pocos años después, hacia 1602-1603, comenzaría los trabajos
preparatorios para una obra de carácter más amplio sobre las antigüedades de la misma
que se imprimió en Salamanca, en el año 1606, con el título de Historia de las
antigüedades de la ciudad de Salamanca. Pero, en realidad, esta era un pequeño
ensayo para su gran proyecto histórico, el "teatro eclesiástico de las ciudades e
iglesias catedrales de España", del que se fueron editando volumenes
correspondientes a lugares concretos tanto en vida del autor como póstumos.
El correspondiente a Madrid salió de la imprenta en esta ciudad, en 1623 con el título Teatro
de las Grandezas de la Villa de Madrid Corte de los Reyes Católicos de España dedicado
a Felipe IV.
Bien relacionado con algunos de los eruditos de su época que se ocupaban de la epigrafía
como el aragonés Juan Francisco Andrés de Uztarroz, con quien mantiene corresponden cia,
González Dávila declara que, a imitación de los humanistas que le habían precedido
como Ambrosio de Morales,
Antonio Agustín, Benito Arias Montano, Andrés Resende, o
Juan Vaseo, los restos arqueológicos deben ser aportados para probar la antigüedad
romana de las localidades. Así en el volumen dedicado a Madrid en el capítulo cuarto se
ocupa De las memorias que se hallan en Madrid y su tierra del tiempo de los Romanos.
Fue testigo ocular de muy pocas inscripciones tanto de la propia ciudad como de sus
alrededores: las primeras se conservaban en la iglesia de Santa María, en la parroquia de
San Andrés, y en la Casa del Estudio. De las proximidades refiere una de Vaciamadrid y
otra de Barajas. No descuida, sin embargo, un monumento que, procedente de Mérida, en
1618 se había trasladado a Madrid y se conservaba en casa de un caballero de la orden de
Alcántara, dato que aunque insignificante muestra el interés de las clases altas de la
sociedad madrileña por las colecciones de antigüedades.
Sin embargo, la pericia epigráfica de González Dávila es escasa. Tanto lecturas como
interpretaciones son deficientes como ya manifestara G. Mayans al aludir a él como
"hombre de mayor probidad y diligencia que pericia y juicio sobre todo en este
estudio" (vir majori probitate et diligentia, quam peritia et judicio praesertim
in hoc studio, Mayans 1999: 72). Su aportación principal a la epigrafía del
territorio de Complutum es haber recogido y transmitido las inscripciones romanas que se
conservaban en su tiempo.
© H. Gimeno Pascual |