Erudito e historiador perteneció a una de las ramas de la noble
familia de los Mendoza de Guadalajara. Su padre, el doctor Francisco Medina (1482?-
1538?), jurista de gran prestigio, poseyó una gran biblioteca que fue heredada por su
hijo, según estaba estipulado en su testamento. Francisco Medina y Mendoza residió en la
ciudad de Guadalajara, donde sirvió como caballero gentilhombre de los duques del
Infantado; aunque al final de su vida se quedó ciego, en su testamento, fechado el 31 de
diciembre de 1576, refiere que junto al duque fue su "animo leer y escrivir para
su señoria". La biblioteca heredada de su padre y sus escritos inéditos pasaron
tras su muerte a su primogénito y heredero legítimo, Pedro Medina. Varias cláusulas del
testamento aluden a sus libros y en él consta expresamente que permanezcan en su casa
inventariados.
Erudito investigador y conocedor de las antigüedades de su
ciudad, su obra no es demasiado amplia y está consagrada, fundamentalmente, a recoger
datos históricos sobre la ciudad y sobre los Mendoza, gracias al acceso que tuvo al gran
archivo familiar de los duques. Su obra capital, los Anales de la Ciudad de Guadalajara,
que nunca fue impresa, a pesar de la cláusula testamentaria, está perdida y las
noticias que de ella se conocen son a través de otros historiadores que la utilizaron
para confeccionar sus Historias de Guadalajara, como Hernando Pecha,
Francisco de Torres y Alonso
Nuñez de Castro.
De su pluma salieron también otros títulos que tampoco se
publicaron: Historia del rey Don Enrique IV; Genealogía de la Casa Mendoza;
Nobleza y títulos de la Casa Mendoza y la Vida del Cardenal D. Fray Francisco
Ximénez de Cisneros. Esta última fue traducida al latín por Alvar Gómez de Castro durante una estancia de éste,
en Guadalajara, en casa de Medina, en torno a 1550-1551, con quien le unía una gran
amistad y a la que el maestro añadió algunos datos. Medina también fue amigo e
informador de Ambrosio de Morales como consta en su obra
impresa en Alcalá, en 1576, sobre Las Antigüedades de España,
donde además aunque lamenta la pérdida de vista de Medina, elogia su gran memoria: algunas
de estas interpretaciones destos nombres arauigos, las noto muy bien, y me las comunico
Francisco de Medina de Mendoça hombre principal de Guadalajara, y que en la noticia de la
historia de Castilla desde el rey don Fernando primero aca, save tanto como otro
qualquiera, que con mucha curiosidad y particularidad la aya aprendido. De lo qual puedo
yo ser muy buen testigo, como quien cada dia lo goza y lo experimenta, en la mucha amistad
y comunicacion que con el tengo. Y como ha muchos años que cego, todo que le falta de la
vista, ha acrecentado en la memoria que tiene marauillosa (f. 26). Sólo una obra de
Medina, la Vida del Cardenal D. Pedro González de Mendoza, escrita por
encargo de la condesa de Saldaña, esposa del futuro duque del Infantado, tuvo la fortuna
de ser impresa.
El cronista A. Núñez de Castro en su historia de Guadalajara
utilizó el manuscrito de los Anales del cronista para el capítulo dedicado
a la discusión sobre la identificación del sitio antiguo de Complutum. Medina y
Mendoza afirmaba que Guadalajara era la antigua Complutum y que fue fundada por los
romanos. Para justificarlo recurría a los restos antiguos de la ciudad que él
identificaba como romanos: las murallas, el alcázar, el puente o las torres y entre ellos
dos inscripciones romanas. Ambas habrían estado situadas en una torre que se alzaba en
mitad del puente, una en alguna zona alta (CIL II 3047) y otra al pie de la misma (CIL II
3048). De la existencia de esta torre a principios del siglo XVI da fe el embajador veneciano Andrea Navaggiero (Andrés
Navagero), quien en 1525 la atravesó cuando pasaba el río: el dia 6, saliendo de
Guadalajara, pasamos el Henares por un hermoso puente de piedra con una torre en medio.
Seguramente estas dos inscripciones que Medina nos dice que
estaban en el puente, o bien son copias renacentistas añadidas en el siglo XVI, puesto
que las mismas inscripciones nos las encontramos en los manuscritos de M. Accursio como
procedentes de Alcocer (Guadalajara), donde este viajero estuvo en 1528, es decir mucho
antes de que Medina escribiera sus Anales, o bien nunca estuvieron, y, el propio
Medina, o los que utilizaron sus manuscritos las adjudicaron a Guadalajara para obtener
testimonios de un pasado romano difícil de justificar. Tampoco habría que desechar la
muy remota posibilidad de que el padre del cronista Francisco Medina, que sirvió siempre
a Iñigo López de Mendoza y Pimentel, cuarto duque del Infantado (1493-1566), ya desde
cuando éste era sólo conde de Saldaña, y con quien participó en la revuelta comunera,
lo que le valió a su patrón el destierro en Alcocer, hubiera conocido en esta localidad
las inscripciones. Una vez concedido el perdón del Emperador (1521) a los comuneros y
cuando el duque volvió a Guadalajara tras el destierro -no así Francisco de Medina,
activo comunero, que nunca obtuvo el perdón y tuvo que exiliarse a Portugal, donde
permaneció largo tiempo hasta que retornó a Guadalajara gracias a su protector- las
inscripciones pudieron haberse trasladado a dicha ciudad ubicándolas en la torre del
puente a imitación de otros puentes también con torres, que exhibían inscripciones
romanas como el de Alcántara (Cáceres). Aunque la existencia de un puente romano en el
lugar del puente actual es totalmente verosímil, su fábrica es medieval y en él se
distinguen aditamentos que lo cambiaron de aspecto en los siglos XV y XVI y
reconstrucciones de diferentes épocas (Pavón, 24).
No suficiente con
estas, Medina asegura que en 1550 había otras inscripciones romanas en la parte donde
desagua el río, que estaban tan gastadas que no se podía leer nada en ellas; otra más,
apócrifa (CIL II 276*), la sitúa en la puerta de Alvar Fañez o del Cristo de la Feria.
© H. Gimeno Pascual
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