Erudito perteneciente a una familia hidalga de la ciudad de
Guadalajara, de la cual se conserva aún su palacio, F. de Torres Pérez dedicó parte de
su vida a recopilar información para escribir una historia de esta ciudad. En ella indica
que sus padres fueron Nuño de Torres y Ana Pérez y que estaban enterrados en la capilla
de la Asunción, en la parroquia de San Andrés, así como su abuelo paterno Francisco
Pérez, el cual había sido regidor de la ciudad, privilegio que le concedió el rey
Felipe III por haber representado a la ciudad de Guadalajara en la jura de Felipe IV como
príncipe, cargo que heredarían primero su padre y después él.
En las Actas el Ayuntamiento de la ciudad aparece mencionado en
varias ocasiones Francisco de Torres. En una de ellas alude a su nombramiento como regidor
perpetuo de la ciudad el 26 de noviembre de 1635; muchos otros datos indican su
implicación diaria en la administración de la misma, así como la importancia de su
linaje. Su muerte debió de producirse entre el 30 de julio de 1649, última fecha en que
aparece su nombre en el Acta del Concejo, y el 17 de enero de 1655, fecha en que su hijo
Miguel Torres fuera nombrado regidor perpetuo de la ciudad, cargo que estaba en manos de
la familia desde su bisabuelo. Fue enterrado también en la capilla de la Asunción de la
parroquia de San Andrés, propiedad de la familia. Demolida esta iglesia en el siglo XIX,
su lápida sepulcral fue rescatada, a comienzos del siglo XX, de una acequia junto al
puente del río Henares, donde servía como pasarela, y hoy se conserva en el Instituto de
Enseñanza Secundaria Liceo Caracense.
Espoleado por su afición a la historia y el amor a su patria
chica, en 1642 empezó a componer una Historia de la mui nobilissima ciudad de
Guadalaxara. Dedicada a su illustrissimo Ayuntamiento, que fue terminada en 1647 y
nunca se editó. De esta obra, la única conocida de este autor, existen dos manuscritos
(Madrid, Biblioteca Nacional, ms. 1689 y 1690) uno de ellos, preparado para la imprenta,
lleva el título anterior; el otro, corregido y aumentado, se titula Historia de la muy
noble ciudad de Guadalaxara dirigida à su muy Ylustre Ayuntamiento, por Dn. Francisco de
Torres Alcayde, y Regidor perpetuo de la misma ziudad, y Capitan de Ynfanteria Española,
por su Magestad. A continuación el autor añade: "Este libro despues de acabado,
me parecio, que no estaba con la perfeccion que devia, y que tornè con mas atencion à
examinar la verdad en algunas opiniones y particularmente si fue Guadalajara ò no la
antigua Compluto, torne à trabaxar de nuevo, y hize los tres libros de la Historia de
Guadalaxara los quales se acabaron en el mes de Junio del año del Señor de mill y
seyscientos y quarenta y siete. Don Francisco de Torres".
En la cuestión sobre el sitio de Complutum, no niega lo
que afirman otros autores cuando la sitúan en Alcalá en el llano hacia el arroyo de
Camarmilla, donde él mismo dice haber visto ruinas y donde, además, los de Alcalá
decían "auer visto alli sus passados muchas veces en las visperas de los sanctos
niños luces celestiales en memoria que alli viuieron y nacieron". Aunque no da los
textos en latín de las inscripciones, ofrece la versión castellana de la dedicación a
Tutela (CIL II 3031)
encontrada en esa zona, a la sazón en la iglesia de los Mártires, y menciona la
inscripción sepulcral de Licinius Iulianus (CIL II 3036),
entonces en el convento de Santa Ursula. Gracias a F. de Torres se conoce otra
inscripción -no conocida por ningún otro autor-, quizá dedicada a la Fortuna (CIL II 3026), que se encontraba "en una esquina de las torres
de los muros de Alcalá de las que miran a los Capuchinos mas abajo de la muralla de las
monjas de S. Bernardo, en la parte que esta mas hacia Madrid". Además reporta
también, según Ambrosio de Morales, los dos miliarios que mencionan a Complutum,
el que se encontraba en la barca de los Santos (CIL II 4913) y el
que se halló en el despoblado de Valtierra (CIL II 4914) a media legua de Arganda.
Pero su interés por dar lustre a su ciudad, Guadalajara, le
impele a buscar también en ella vestigios romanos. Para ello utiliza los Anales de
Francisco Medina y Mendoza, la obra de Ambrosio de Morales, y los falsos cronicones, que acepta
como genuinos. En el primer libro de la obra relata la disposición de la ciudad, de sus
edificios, sus murallas, el alcázar, las torres y las puertas; tanto la canalización del
agua como la construcción del puente las atribuye a los romanos. Un hallazgo, en 1610, de
una vasija con monedas romanas en el derribo de una torre corrobora el pasado romano de la
ciudad que ya indicaban los otros edificios. A ello se suman las inscripciones romanas
recogidas por autores anteriores como F. de Medina y Mendoza (CIL
276*) más una que él mismo vio "en casa de Jacinto Dónez de la Torre, en
su patio ay un pedestal, de un sepulcro el qual se sacó de una ruina que esta mui bien
labrada la piedra, y sus letras muy claras contienen esto" que, sin embargo,
procede de Mérida (CIL II 3049 = 584), donde fue copiada ya en el siglo XVI. Curiosamente
no hay ninguna alusión a las dos inscripciones que A. Núñez de
Castro señalaba en la torre situada en medio del puente (CIL II 3047 y 3048), que M.
Accursio vio y copió en Alcocer (Guadalajara).
© H. Gimeno Pascual
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