Nacido en Italia por
circunstancias de la vida profesional de su padre -tesorero general del ejército de
Carlos de Borbón, rey de Nápoles y Sicilia por el Tratado de Viena-, J. F. Masdeu, el
abate Masdeu, desde 1735 estudió en Barcelona en el colegio de Cordelles de la Compañía
de Jesús, cuyo prestigio en los estudios de griego, latín y cultura clásica alcanzó
las más altas cotas y por cuyas aulas pasaron muchos ilustrados españoles, entre ellos
Gregorio Mayans. Su ingreso en la Compañía (1759) marcó su destino italiano al embarcar
en 1767 hacia el exilio. Salvo en el intervalo de 1779-1780, en el que residió en España
cuando Carlos IV permitió el regreso de los jesuitas, durante trece años vivió en
distintas ciudades italianas: Ferrara, Bolonia (1775 y 1778), Ascoli Piceno
(1779), hasta instalarse en Roma, su lugar habitual de residencia entre 1783 y 1815 (Mantelli 1987, 4 ss.); allí
compuso su Historia Crítica de España en veinte volúmenes (1783-1805), cuyo fin
principal, como el de otros ilustrados españoles, era defender a la Nación de la Leyenda
Negra; era necesario subsanar y corregir los errores y ultrajes impresos por ingleses,
franceses e italianos, especialmente tras la publicación del artículo sobre España de
Masson de Morvilliers en la Encyclopédie Méthodique. Masdeu dedicó los
volúmenes quinto y sexto de esta obra a la Epigrafía Romana (1788 y 1789), el noveno a
las inscripciones cristianas (1791).
También la Epigrafía se había
visto afectada: esos abusos, que se habían permitido, en particular,
los epigrafistas italianos, espolearon a Masdeu a volver a tratar sobre la Historia de la
España Romana y la autenticidad de sus testimonios epigráficos que, en el siglo que
declinaba, habían estado en boca y pluma de historiadores y eruditos hispanos y
extranjeros. Particularmente le incomodaban autores como Scipione Maffei, que en su Ars
critica Lapidaria había dudado de un dios tan hispano como Endovellicus, de la
presencia de la Dea Caelestis -sólo porque no conocía ejemplos de los mismos en
su patria, Verona-, o por rechazar a Tutela de una inscripción de Tarragona (V, p.
XI). También estaba en contra de Ludovico Muratori (V, p. XII) por incluir entre los
dioses hispanos al emperador Aureliano, o a Evento, así como por haber equivocado en
varias ocasiones las procedencias (V, p. XXIX). De forma general se quejaba de la
negligencia con que los escritores extranjeros habían tratado las antigüedades de
España, cuyos errores habían perjudicado a la investigación pues tendían a perpetuarse
al ser esos repertorios de consulta ineludible, algo de lo que ni siquiera él se había
librado. Incluso Gaetano Cenni, que había escrito entre 1739 y 1741 De antiquitate
Ecclesiae Hispanae dissertationes (Roma 1741), había tratado con poca
felicidad en cuestiones geográficas e históricas (t. I, nº 326) como cuando afirmó que
la Lusitania fue provincia de la Hispania Citerior desde Augusto (V, p. XIV);
errores geográficos semejantes se encontraban en Marcardo Gudio (Marquard Gude;
Marquardus Gudius), "ilustrador" de J. Gruter,
en Reinesio (Th. Reinesius) o R. Fabretti, que ni siquiera había sabido distinguir la Pollentia de España de la italiana (V, p. XVIII); a eso se unía el
rechazo a la insistente acusación por parte de los eruditos italianos que, desde el siglo
XVI, achacaban a los españoles la fabricación de monstruos epigráficos cuando fueron
ellos quienes más los fabricaron (V, p. XXXI).
J. F. Masdeu, para remediarlo cosa que, desde luego,
no logró, no sólo recurrió a las inscripciones editadas sino que procuró
mantener contactos con personajes de cierta relevancia dentro y fuera del círculo de
anticuarios, que le permitieron añadir en un Apéndice (VI, p. 49) una serie de
inscripciones inéditas. Estos fueron, en sus propias palabras, Nicolás Rodríguez Lasso,
que había sido profesor de Griego y Derecho Civil en Salamanca y era académico
correspondiente de la Academia de la Historia, de la de Buenas
Letras de Sevilla, además de Inquisidor en Barcelona (Jiménez - Pradells 1997, 381), el
cual, muy interesado en conocer a los jesuitas expulsos, visitó a
Masdeu en diciembre de 1788 en un viaje a Italia, en el que acompañaba a su hermano
nombrado rector del colegio de S. Clemente de Bolonia; otro era don Bartolomé Pou
(1727-1802), profesor del colegio de Nobles de Calatayud, que escribió Theses
bilbilitanae institutionum historiae Philosophiae, libri XII (Bilbili 1763), la
primera historia de la filosofía española, fue catedrático de Griego en el colegio de
San Clemente de Bolonia, traductor de las Historias de Herodoto y latinista del cardenal
Despuig en Roma; también Vicente Requeno (1743-1811), ex-jesuita
que vivía en Roma, famoso por sus conocimientos de Arqueología y Numismática, que fue
además conservador del Museo Numismático de la Real Sociedad Aragonesa y miembro de
honor de la Academia de Bellas Artes de San Fernando; Benito María Moxó, monje de San
Pau de Barcelona que realizó sus estudios mayores en Roma; también Ramón Foguet i
Foraster, canónigo de Tarragona y arcediano de Villaseca, erudito
local, recopilador de inscripciones, coleccionista de monedas y otras antigüedades y
amigo de Bartolomé Pou, que había colaborado con E. Flórez en la España Sagrada y acompañó a A.
Ponz en su visita a Tarragona (J.
Massó 2003, 220-222). Además de los círculos de jesuitas residentes en Italia y
vinculados al colegio de Bolonia, entre los anticuarios españoles
contaba con la colaboración del Conde de Lumiares y de los académicos de Buenas Letras
de Sevilla, J. Cid Carrascal y Antonio Santaella; asimismo mantenía buenas relaciones con
académicos de la Historia como J. Cornide, que, en esta etapa, le
enviaba sus publicaciones, además de los resultados de sus investigaciones, como consta
en una carta de Masdeu a Cornide desde Roma (Academia de la Historia (= RAH) 9/79131), en
la que le agradecía el envío de un mapa, y le comunicaba su discrepancia sobre alguna
materia determinada que no consta en la misma; también fue corresponsal suyo el
extremeño Benito Boxoyo y tuvo acceso a las inscripciones de F.
Pérez Bayer, a través de los editores valencianos de la Historia del padre Juan de
Mariana (p. 358). Pero, a pesar de sus informadores, las aportaciones epigráficas de
Masdeu en su Historia (cf. CIL II p. XXIII n. 77) son poco relevantes, aunque no hay que
pasar por alto que difundió un buen número de ejemplos romanos e itálicos de Hispani o alusiones a Hispania en inscripciones de Roma y de Italia, algunas de las cuales
afirma haberlas copiado él mismo (vol. VI, p. 496). Pero sus propósitos iniciales y su
crítica hacia los autores italianos se volvieron contra él: por un lado el exilio le
obligaba a fiarse de sus informadores y por otro el recelo y la reticencia de los
anticuarios españoles hacia Masdeu especialmente los vinculados a la Academia como
José Cornide- iba en aumento.
Esta actitud no era de extrañar
en tanto en cuanto J. F. Masdeu, una vez publicada su Historia, se planteó la
realización de un Corpus de inscripciones de Hispania, una empresa en la
que se había embarcado la Academia de la Historia desde su fundación (cf. Almagro-Gorbea
Mayer 2003). Fue sobre todo a partir de 1803, fecha del fallecimiento de Cornide y
de la concesión a dicha institución, por Carlos IV, de la Inspección General de
Antigüedades (Maier 2003; id. 2004, 94 ss.) cuando la Academia, diplomáticamente,
fue impidiendo a Masdeu el acceso a sus "cédulas epigráficas" (Academia de la
Historia (= RAH) CAB 9/7946/3/1. CAB 9/7946/9/1; cf. Remesal Aguilera Pons
2000, 21 nota 55) y respondiendo negativamente a sus solicitudes; detrás de esta actitud
estaba el firme propósito de la Academia de proseguir el proyecto de la Colección
Litológica.
Todo ello está bien reflejado en
la documentación, que se genera en la Academia de la Historia a partir de 1802 -año en
el que Masdeu es nombrado académico correspondiente- en torno a su proyecto (RAH,
CAEUI/9/7980): en dicho año también envió a Cornide una Real Orden por la que la
Academia debía correr con los gastos de correo generados por las remisiones a Masdeu de
las noticias referentes a antigüedades y, según se desprende de la documentación,
también de la edición de su obra Colección Maxima de lapidas, monedas, sellos,
barros, muros, pavimentos, puentes, arcaduces, arcos, estatuas, relieves, fragmentos y
demás antigüedades españolas del tiempo de los romanos. Su generosidad no era
pequeña pues consentía en que la Academia no sólo cambiase el título sino también en
que desapareciese su nombre como autor si así convenía. En esta carta especificaba el
plan de la obra comprometiéndose a publicar todas las inéditas que ya tenía y las que
le llegasen a partir de entonces a través de sus corresponsales establecidos en las
distintas provincias de España, los cuales se ocuparían de enviar los materiales con sus
dibujos; solicitaba sobre todo la ayuda de la Academia para establecer contactos en
Portugal. En carta de 15 de diciembre de 1802 (RAH, CAEUI/9/7980/13) le respondía Cornide
comunicándole que en la Academia se había creado una Junta que ya trabajaba precisamente
en esa obra y que por ello no podía desprenderse de los materiales que tenía recogidos,
mientras que solicitaba a Masdeu, como miembro correspondiente, que le enviase los suyos.
Masdeu volvió a intentarlo en sucesivas ocasiones, así el 1 de diciembre de 1805 elevó
otra petición a Joaquín de Flórez (RAH, CAB 9/7946/91) sobre lo mismo. Pero siempre
obtenía la misma respuesta por parte de la Academia insistiendo en que ella no había
abandonado su proyecto de colección litológica, cuyo retraso se debía a la cantidad de
textos poco fiables que había que revisar, y como excusa para impedirle el acceso a los
materiales aducían su lejanía de Madrid. La Academia, por su parte, para controlar los
movimientos de Masdeu intentaba averiguar quiénes eran sus corresponsales y qué
materiales le enviaban, como se desprende de una carta enviada a J. Cid y Carrascal,
académico de Buenas Letras de Sevilla (28/1/1804; RAH, CASE/9/7970/910). En este marco,
se sitúa también la denuncia que se lleva a cabo contra el alcalde de Poza de la Sal en
1806 (RAH, CABU/9/3942/211), a propósito del descubrimiento de una necrópolis situada en
sus alrededores, cuyos materiales se habían depositado en casa del alcalde de dicha
localidad con el objeto de dirigirlos a manos de un sujeto residente en Roma por las de
un religioso premostratense bien conocido en la Europa por su zelo
y trabaxos literarios en honra y desagravio de la nación, injuriada por la ignorancia o
enbidia de algunos escritores. El sujeto en cuestión era J. F. Masdeu (Maier 2003,
457) que, según el premostratense tenía ya muy adelantada su obra Colección Máxima de monumentos romanos de la Nación española e iba a publicarla
en Italia.
Pero incluso algunos de sus
amigos y colaboradores iniciales procuraron desprestigiarlo ante la Academia, en beneficio
propio, como el mismo Lumiares (RAH, CAV 9/7978/32), que había compuesto un Tesoro de
inscripciones españolas, que también ofrecía a la Academia para publicar. Acusaba a
Masdeu de haber transcrito mal las inscripciones y al que no le dolían prendas cuando
pedía informaciones sobre el proyecto del Abate a la Academia: El Abate Masdeu me
escribe solicitando noticias lithologicas de España para una colección magna que dice va
a imprimir con aprobación de la Academia. Le he contestado que estando en la actualidad
encargada la misma Academia de la Historia de igual objeto no podía defraudar la
obligación de contribuir a la empresa de un cuerpo al que tengo el honor de hallarme
asociado: Seguramente el Sr. Masdeu no hará mas que confundir de nuevo nuestras
antigüedades en el profundo caos de incertidumbre como le ha sucedido a su colección
lapidaria por no poder examinar ocularmente las inscripciones que publicó sacadas de los
colectores extranjeros manantiales abundantes de errores y equivocaciones. Ruego a V. M.
tenga la bondad de informarme lo que sepa sobre el particular y en que términos ha
aprobado nuestra Academia el proyecto de Masdeu (RAH, CAA 9/7944/13; carta de Lumiares
a Diego Clemencín, 11/4/1803). La victoria fue para Lumiares que, a 18 de marzo de 1806,
recibió de la Academia la decisión de editarle la obra que había escrito sobre las
inscripciones del reino de Valencia cuando el Estado de sus fondos lo permitiera (RAH, CAA
9/7944/14; RAH, CAA 9/3929/47). De este modo la empresa de Masdeu se vio abocada al
fracaso; a la Academia le llegaron tarde los fondos y Lumiares falleció sin ver su obra,
que fue editada por Antonio Delgado, después de 1845, en las Memorias de la Real
Academia de la Historia, con un texto ostensiblemente modificado.
Sin embargo no se puede negar y
hay que reivindicar el trabajo del abate J. F. Masdeu en pro de la Epigrafía Cristiana de Hispania. Él fue el primero en establecer correctamente que el cómputo de la Era
hispánica empezaba 38 años antes de Cristo: la era española precede a la cristiana
38 años cabales (Masdeu vol. IX, p. 1); a la Era dedicó una disertación, que
compuso para ser admitido en la Academia y que en ella ha permanecido inédita (J.M.
Abascal, La Era consular hispana y el final de la práctica epigráfica pagana, Lucentum XIX-XX, 2000-2001,269-292). Además en su volumen IX, publicado en 1791, y, también como
reacción a la obra de Gaetano Cenni sobre la Iglesia Hispana, reivindicó la necesidad de
realizar un corpus de las inscripciones cristianas que abarcase desde principio del
siglo V hasta 1300 (IX p. XXIII). Sus motivos para ello los explica al comienzo del
volumen noveno (p. I): aunque varios de nuestros Historiadores y anticuarios han
esparcido muchas lápidas cristianas, nadie las ha recogido ni ordenado hasta ahora, ni
aun el mismo Ambrosio de Morales, que lo hizo tan acertadamente con las gentílicas de los
romanos. A ello siguen razones nacionalistas que le hacen llegar a decir que España
poseía el patrimonio epigráfico cristiano más rico de Europa: si otras naciones lo
hacen por qué no lo seguiremos nosotros que podemos hacerlo sin duda con mas acierto y
mayor gloria, así por el número, como por la calidad de nuestras lápidas cristianas... Están escritas comúnmente con lenguaje menos bárbaro, y las mas de ellas tienen
indicada su época, que es circunstancia que se halla muy pocas veces en las demás de
Europa de los mismos tiempos, y no hay nación que tenga tantas... Bien conozco,
que en la dura separación que vivo, de mi amada nación, no me es posible formar una
colección cumplida, como yo desearía, siendo necesario para esto viajar por toda
España, registrar sus iglesias y subterráneos, y visitar bibliotecas y museos, en que se
conservan originales y copias de las que perecieron tanto en número como en
calidad ... las mas de ellas tienen indicada su época (vol IX, p. II).
A pesar de haber sido denigrado
por muchos, a Masdeu le cupo el mérito, como mínimo, de divulgar algunas inscripciones
inéditas como la mesa de altar hallada en el Cortijo de la Higuera en Utrera, que había
recibido de Cid Carrascal y Santaella (IHC 80; IX 152 n. 2 cf. p. 491). Sin embargo no
dejan de sorprender, a veces, sus absurdas elucubraciones como considerar una estela (CIL
II 2863) de Lara de los Infantes (Burgos) del tiempo de los godos, porque según la
ilustración de fray Prudencio de Sandoval en su obra Los cinco Obispos (1615), el
jinete se parecía a San Jorge (p. 428-429). Respecto a las inscripciones que incluye de
Madrid (CIL II
3025.
3028.
3029.
3031.
3032.
3035.
3036.
3066.
3067.
4914), no
ofrece ninguna novedad; las recoge en los volúmenes quinto, sexto y decimonoveno, de
autores anteriores como Jan Gruter, Ambrosio
de Morales, Antonio Ponz y repite los fallos que aquellos cometen como situar en Salamanca una dedicación a Marte
de Complutum (CIL II 3028).
No le faltaba pues razón a E. Hübner cuando, a pesar de reconocer que en su obra incluyó inscripciones comunicadas al autor
por corresponsales de cierto valor, escribía que Masdeu compilavit non sine diligentia
quidem, sed iudicio omnimo nullo (CIL II p. XXXIII-XXIV). Sin embargo, tras haber
sufrido las críticas emitidas por algunos sobre sus inscripciones romanas, él mismo
procuró enmendarse y se propuso, en sus inscripciones cristianas, poner especial cuidado en
notar en cada una de las inscripciones los nombres de los autores en que pueden verse, o
de los correspondientes de España que se han servido remitirme la copia de las inéditas,
para satisfacer con esto a ciertos antiquarios italianos, que me han censurado gravemente
por no haberlo hecho en la colección romana, y se han atrevido a sospechar, que pude
haber callado los autores para alterar las palabras según me convenía. (IX, p.
XXIV).
Ni en Italia ni en España la
obra de J. F. Masdeu fue bien acogida: un nacionalismo exacerbado, la falta de tacto
político y la defensa de la Iglesia independiente de España frente a la Sede de Roma le
creó muchos enemigos (Alborg 2000, III, 902-906), hasta el punto de que su Historia
llegó a ser incluida en la lista de libros prohibidos por la Inquisición (1826).
Consecuencia de ello fue que Menéndez Pelayo la incluyera en los Heterodoxos. En 1814
murió Masdeu y con él el último esfuerzo por parte española de realización de un Corpus de inscripciones hispanas. Tuvieron que pasar más de 50 años hasta que, esta vez sí, la
Academia de la Historia se implicara, a conciencia, en la realización del volumen de Hispania del Corpus Inscriptionum Latinarum (CIL II).
© H. Gimeno Pascual. |
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Portada de la Historia Crítica de España. Tomo V. España Romana |
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CIL II 2863. Dibujo de P. de Sandoval (1615), [en:] M. L. Albertos – J.A. Abásolo, La epigrafía romana. Inscripciones de Briviesca, monasterio de Rodilla y Lara de los Infantes, Durius 4, 1976, 191-193, lám. II. |
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