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CORPVS INSCRIPTIONVM LATINARVM II
    
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JUAN FRANCISCO MASDEU
(Palermo, 1744 - Valencia, 1817)
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Nacido en Italia por circunstancias de la vida profesional de su padre -tesorero general del ejército de Carlos de Borbón, rey de Nápoles y Sicilia por el Tratado de Viena-, J. F. Masdeu, el abate Masdeu, desde 1735 estudió en Barcelona en el colegio de Cordelles de la Compañía de Jesús, cuyo prestigio en los estudios de griego, latín y cultura clásica alcanzó las más altas cotas y por cuyas aulas pasaron muchos ilustrados españoles, entre ellos Gregorio Mayans. Su ingreso en la Compañía (1759) marcó su destino italiano al embarcar en 1767 hacia el exilio. Salvo en el intervalo de 1779-1780, en el que residió en España cuando Carlos IV permitió el regreso de los jesuitas, durante trece años vivió en distintas ciudades italianas: Ferrara, Bolonia (1775 y 1778), Ascoli Piceno (1779), hasta instalarse en Roma, su lugar habitual de residencia entre 1783 y 1815 (Mantelli 1987, 4 ss.); allí compuso su Historia Crítica de España en veinte volúmenes (1783-1805), cuyo fin principal, como el de otros ilustrados españoles, era defender a la Nación de la Leyenda Negra; era necesario subsanar y corregir los errores y ultrajes impresos por ingleses, franceses e italianos, especialmente tras la publicación del artículo sobre España de Masson de Morvilliers en la Encyclopédie Méthodique. Masdeu dedicó los volúmenes quinto y sexto de esta obra a la Epigrafía Romana (1788 y 1789), el noveno a las inscripciones cristianas (1791).

También la Epigrafía se había visto afectada: esos abusos, que se habían permitido, en particular, los epigrafistas italianos, espolearon a Masdeu a volver a tratar sobre la Historia de la España Romana y la autenticidad de sus testimonios epigráficos que, en el siglo que declinaba, habían estado en boca y pluma de historiadores y eruditos hispanos y extranjeros. Particularmente le incomodaban autores como Scipione Maffei, que en su Ars critica Lapidaria había dudado de un dios tan hispano como Endovellicus, de la presencia de la Dea Caelestis -sólo porque no conocía ejemplos de los mismos en su patria, Verona-, o por rechazar a Tutela de una inscripción de Tarragona (V, p. XI). También estaba en contra de Ludovico Muratori (V, p. XII) por incluir entre los dioses hispanos al emperador Aureliano, o a Evento, así como por haber equivocado en varias ocasiones las procedencias (V, p. XXIX). De forma general se quejaba de la negligencia con que los escritores extranjeros habían tratado las antigüedades de España, cuyos errores habían perjudicado a la investigación pues tendían a perpetuarse al ser esos repertorios de consulta ineludible, algo de lo que ni siquiera él se había librado. Incluso Gaetano Cenni, que había escrito entre 1739 y 1741 De antiquitate Ecclesiae Hispanae dissertationes (Roma 1741), había tratado con poca felicidad en cuestiones geográficas e históricas (t. I, nº 326) como cuando afirmó que la Lusitania fue provincia de la Hispania Citerior desde Augusto (V, p. XIV); errores geográficos semejantes se encontraban en Marcardo Gudio (Marquard Gude; Marquardus Gudius), "ilustrador" de J. Gruter, en Reinesio (Th. Reinesius) o R. Fabretti, que ni siquiera había sabido distinguir la Pollentia de España de la italiana (V, p. XVIII); a eso se unía el rechazo a la insistente acusación por parte de los eruditos italianos que, desde el siglo XVI, achacaban a los españoles la fabricación de monstruos epigráficos cuando fueron ellos quienes más los fabricaron (V, p. XXXI).

J. F. Masdeu, para remediarlo –cosa que, desde luego, no logró–, no sólo recurrió a las inscripciones editadas sino que procuró mantener contactos con personajes de cierta relevancia dentro y fuera del círculo de anticuarios, que le permitieron añadir en un Apéndice (VI, p. 49) una serie de inscripciones inéditas. Estos fueron, en sus propias palabras, Nicolás Rodríguez Lasso, que había sido profesor de Griego y Derecho Civil en Salamanca y era académico correspondiente de la Academia de la Historia, de la de Buenas Letras de Sevilla, además de Inquisidor en Barcelona (Jiménez - Pradells 1997, 381), el cual, muy interesado en conocer a los jesuitas expulsos, visitó a Masdeu en diciembre de 1788 en un viaje a Italia, en el que acompañaba a su hermano nombrado rector del colegio de S. Clemente de Bolonia; otro era don Bartolomé Pou (1727-1802), profesor del colegio de Nobles de Calatayud, que escribió Theses bilbilitanae institutionum historiae Philosophiae, libri XII (Bilbili 1763), la primera historia de la filosofía española, fue catedrático de Griego en el colegio de San Clemente de Bolonia, traductor de las Historias de Herodoto y latinista del cardenal Despuig en Roma; también Vicente Requeno (1743-1811), ex-jesuita que vivía en Roma, famoso por sus conocimientos de Arqueología y Numismática, que fue además conservador del Museo Numismático de la Real Sociedad Aragonesa y miembro de honor de la Academia de Bellas Artes de San Fernando; Benito María Moxó, monje de San Pau de Barcelona que realizó sus estudios mayores en Roma; también Ramón Foguet i Foraster, canónigo de Tarragona y arcediano de Villaseca, erudito local, recopilador de inscripciones, coleccionista de monedas y otras antigüedades y amigo de Bartolomé Pou, que había colaborado con E. Flórez en la España Sagrada y acompañó a A. Ponz en su visita a Tarragona (J. Massó 2003, 220-222). Además de los círculos de jesuitas residentes en Italia y vinculados al colegio de Bolonia, entre los anticuarios españoles contaba con la colaboración del Conde de Lumiares y de los académicos de Buenas Letras de Sevilla, J. Cid Carrascal y Antonio Santaella; asimismo mantenía buenas relaciones con académicos de la Historia como J. Cornide, que, en esta etapa, le enviaba sus publicaciones, además de los resultados de sus investigaciones, como consta en una carta de Masdeu a Cornide desde Roma (Academia de la Historia (= RAH) 9/79131), en la que le agradecía el envío de un mapa, y le comunicaba su discrepancia sobre alguna materia determinada que no consta en la misma; también fue corresponsal suyo el extremeño Benito Boxoyo y tuvo acceso a las inscripciones de F. Pérez Bayer, a través de los editores valencianos de la Historia del padre Juan de Mariana (p. 358). Pero, a pesar de sus informadores, las aportaciones epigráficas de Masdeu en su Historia (cf. CIL II p. XXIII n. 77) son poco relevantes, aunque no hay que pasar por alto que difundió un buen número de ejemplos romanos e itálicos de Hispani o alusiones a Hispania en inscripciones de Roma y de Italia, algunas de las cuales afirma haberlas copiado él mismo (vol. VI, p. 496). Pero sus propósitos iniciales y su crítica hacia los autores italianos se volvieron contra él: por un lado el exilio le obligaba a fiarse de sus informadores y por otro el recelo y la reticencia de los anticuarios españoles hacia Masdeu –especialmente los vinculados a la Academia como José Cornide- iba en aumento.

Esta actitud no era de extrañar en tanto en cuanto J. F. Masdeu, una vez publicada su Historia, se planteó la realización de un Corpus de inscripciones de Hispania, una empresa en la que se había embarcado la Academia de la Historia desde su fundación (cf. Almagro-Gorbea – Mayer 2003). Fue sobre todo a partir de 1803, fecha del fallecimiento de Cornide y de la concesión a dicha institución, por Carlos IV, de la Inspección General de Antigüedades (Maier 2003; id. 2004, 94 ss.) cuando la Academia, diplomáticamente, fue impidiendo a Masdeu el acceso a sus "cédulas epigráficas" (Academia de la Historia (= RAH) CAB 9/7946/3/1. CAB 9/7946/9/1; cf. Remesal – Aguilera – Pons 2000, 21 nota 55) y respondiendo negativamente a sus solicitudes; detrás de esta actitud estaba el firme propósito de la Academia de proseguir el proyecto de la Colección Litológica.

Todo ello está bien reflejado en la documentación, que se genera en la Academia de la Historia a partir de 1802 -año en el que Masdeu es nombrado académico correspondiente- en torno a su proyecto (RAH, CAEUI/9/7980): en dicho año también envió a Cornide una Real Orden por la que la Academia debía correr con los gastos de correo generados por las remisiones a Masdeu de las noticias referentes a antigüedades y, según se desprende de la documentación, también de la edición de su obra Colección Maxima de lapidas, monedas, sellos, barros, muros, pavimentos, puentes, arcaduces, arcos, estatuas, relieves, fragmentos y demás antigüedades españolas del tiempo de los romanos. Su generosidad no era pequeña pues consentía en que la Academia no sólo cambiase el título sino también en que desapareciese su nombre como autor si así convenía. En esta carta especificaba el plan de la obra comprometiéndose a publicar todas las inéditas que ya tenía y las que le llegasen a partir de entonces a través de sus corresponsales establecidos en las distintas provincias de España, los cuales se ocuparían de enviar los materiales con sus dibujos; solicitaba sobre todo la ayuda de la Academia para establecer contactos en Portugal. En carta de 15 de diciembre de 1802 (RAH, CAEUI/9/7980/13) le respondía Cornide comunicándole que en la Academia se había creado una Junta que ya trabajaba precisamente en esa obra y que por ello no podía desprenderse de los materiales que tenía recogidos, mientras que solicitaba a Masdeu, como miembro correspondiente, que le enviase los suyos. Masdeu volvió a intentarlo en sucesivas ocasiones, así el 1 de diciembre de 1805 elevó otra petición a Joaquín de Flórez (RAH, CAB 9/7946/91) sobre lo mismo. Pero siempre obtenía la misma respuesta por parte de la Academia insistiendo en que ella no había abandonado su proyecto de colección litológica, cuyo retraso se debía a la cantidad de textos poco fiables que había que revisar, y como excusa para impedirle el acceso a los materiales aducían su lejanía de Madrid. La Academia, por su parte, para controlar los movimientos de Masdeu intentaba averiguar quiénes eran sus corresponsales y qué materiales le enviaban, como se desprende de una carta enviada a J. Cid y Carrascal, académico de Buenas Letras de Sevilla (28/1/1804; RAH, CASE/9/7970/910). En este marco, se sitúa también la denuncia que se lleva a cabo contra el alcalde de Poza de la Sal en 1806 (RAH, CABU/9/3942/211), a propósito del descubrimiento de una necrópolis situada en sus alrededores, cuyos materiales se habían depositado en casa del alcalde de dicha localidad con el objeto de dirigirlos a manos de un sujeto residente en Roma por las de un religioso premostratense bien conocido en la Europa por su zelo y trabaxos literarios en honra y desagravio de la nación, injuriada por la ignorancia o enbidia de algunos escritores. El sujeto en cuestión era J. F. Masdeu (Maier 2003, 457) que, según el premostratense tenía ya muy adelantada su obra Colección Máxima de monumentos romanos de la Nación española e iba a publicarla en Italia.

Pero incluso algunos de sus amigos y colaboradores iniciales procuraron desprestigiarlo ante la Academia, en beneficio propio, como el mismo Lumiares (RAH, CAV 9/7978/32), que había compuesto un Tesoro de inscripciones españolas, que también ofrecía a la Academia para publicar. Acusaba a Masdeu de haber transcrito mal las inscripciones y al que no le dolían prendas cuando pedía informaciones sobre el proyecto del Abate a la Academia: El Abate Masdeu me escribe solicitando noticias lithologicas de España para una colección magna que dice va a imprimir con aprobación de la Academia. Le he contestado que estando en la actualidad encargada la misma Academia de la Historia de igual objeto no podía defraudar la obligación de contribuir a la empresa de un cuerpo al que tengo el honor de hallarme asociado: Seguramente el Sr. Masdeu no hará mas que confundir de nuevo nuestras antigüedades en el profundo caos de incertidumbre como le ha sucedido a su colección lapidaria por no poder examinar ocularmente las inscripciones que publicó sacadas de los colectores extranjeros manantiales abundantes de errores y equivocaciones. Ruego a V. M. tenga la bondad de informarme lo que sepa sobre el particular y en que términos ha aprobado nuestra Academia el proyecto de Masdeu (RAH, CAA 9/7944/13; carta de Lumiares a Diego Clemencín, 11/4/1803). La victoria fue para Lumiares que, a 18 de marzo de 1806, recibió de la Academia la decisión de editarle la obra que había escrito sobre las inscripciones del reino de Valencia cuando el Estado de sus fondos lo permitiera (RAH, CAA 9/7944/14; RAH, CAA 9/3929/47). De este modo la empresa de Masdeu se vio abocada al fracaso; a la Academia le llegaron tarde los fondos y Lumiares falleció sin ver su obra, que fue editada por Antonio Delgado, después de 1845, en las Memorias de la Real Academia de la Historia, con un texto ostensiblemente modificado.

Sin embargo no se puede negar y hay que reivindicar el trabajo del abate J. F. Masdeu en pro de la Epigrafía Cristiana de Hispania. Él fue el primero en establecer correctamente que el cómputo de la Era hispánica empezaba 38 años antes de Cristo: la era española precede a la cristiana 38 años cabales (Masdeu vol. IX, p. 1); a la Era dedicó una disertación, que compuso para ser admitido en la Academia y que en ella ha permanecido inédita (J.M. Abascal, La Era consular hispana y el final de la práctica epigráfica pagana, Lucentum XIX-XX, 2000-2001,269-292). Además en su volumen IX, publicado en 1791, y, también como reacción a la obra de Gaetano Cenni sobre la Iglesia Hispana, reivindicó la necesidad de realizar un corpus de las inscripciones cristianas que abarcase desde principio del siglo V hasta 1300 (IX p. XXIII). Sus motivos para ello los explica al comienzo del volumen noveno (p. I): aunque varios de nuestros Historiadores y anticuarios han esparcido muchas lápidas cristianas, nadie las ha recogido ni ordenado hasta ahora, ni aun el mismo Ambrosio de Morales, que lo hizo tan acertadamente con las gentílicas de los romanos. A ello siguen razones nacionalistas que le hacen llegar a decir que España poseía el patrimonio epigráfico cristiano más rico de Europa: si otras naciones lo hacen por qué no lo seguiremos nosotros que podemos hacerlo sin duda con mas acierto y mayor gloria, así por el número, como por la calidad de nuestras lápidas cristianas... Están escritas comúnmente con lenguaje menos bárbaro, y las mas de ellas tienen indicada su época, que es circunstancia que se halla muy pocas veces en las demás de Europa de los mismos tiempos, y no hay nación que tenga tantas... Bien conozco, que en la dura separación que vivo, de mi amada nación, no me es posible formar una colección cumplida, como yo desearía, siendo necesario para esto viajar por toda España, registrar sus iglesias y subterráneos, y visitar bibliotecas y museos, en que se conservan originales y copias de las que perecieron tanto en número como en calidad ... las mas de ellas tienen indicada su época (vol IX, p. II).

A pesar de haber sido denigrado por muchos, a Masdeu le cupo el mérito, como mínimo, de divulgar algunas inscripciones inéditas como la mesa de altar hallada en el Cortijo de la Higuera en Utrera, que había recibido de Cid Carrascal y Santaella (IHC 80; IX 152 n. 2 cf. p. 491). Sin embargo no dejan de sorprender, a veces, sus absurdas elucubraciones como considerar una estela (CIL II 2863) de Lara de los Infantes (Burgos) del tiempo de los godos, porque según la ilustración de fray Prudencio de Sandoval en su obra Los cinco Obispos (1615), el jinete se parecía a San Jorge (p. 428-429). Respecto a las inscripciones que incluye de Madrid (CIL II 3025. 3028. 3029. 3031. 3032. 3035. 3036. 3066. 3067. 4914), no ofrece ninguna novedad; las recoge en los volúmenes quinto, sexto y decimonoveno, de autores anteriores como Jan Gruter, Ambrosio de Morales, Antonio Ponz y repite los fallos que aquellos cometen como situar en Salamanca una dedicación a Marte de Complutum (CIL II 3028). No le faltaba pues razón a E. Hübner cuando, a pesar de reconocer que en su obra incluyó inscripciones comunicadas al autor por corresponsales de cierto valor, escribía que Masdeu compilavit non sine diligentia quidem, sed iudicio omnimo nullo (CIL II p. XXXIII-XXIV). Sin embargo, tras haber sufrido las críticas emitidas por algunos sobre sus inscripciones romanas, él mismo procuró enmendarse y se propuso, en sus inscripciones cristianas, poner especial cuidado en notar en cada una de las inscripciones los nombres de los autores en que pueden verse, o de los correspondientes de España que se han servido remitirme la copia de las inéditas, para satisfacer con esto a ciertos antiquarios italianos, que me han censurado gravemente por no haberlo hecho en la colección romana, y se han atrevido a sospechar, que pude haber callado los autores para alterar las palabras según me convenía. (IX, p. XXIV).

Ni en Italia ni en España la obra de J. F. Masdeu fue bien acogida: un nacionalismo exacerbado, la falta de tacto político y la defensa de la Iglesia independiente de España frente a la Sede de Roma le creó muchos enemigos (Alborg 2000, III, 902-906), hasta el punto de que su Historia llegó a ser incluida en la lista de libros prohibidos por la Inquisición (1826). Consecuencia de ello fue que Menéndez Pelayo la incluyera en los Heterodoxos. En 1814 murió Masdeu y con él el último esfuerzo por parte española de realización de un Corpus de inscripciones hispanas. Tuvieron que pasar más de 50 años hasta que, esta vez sí, la Academia de la Historia se implicara, a conciencia, en la realización del volumen de Hispania del Corpus Inscriptionum Latinarum (CIL II).

 
 
 
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Portada de la Historia Crítica de España
Portada de la Historia Crítica de España. Tomo V. España Romana
 
 
CIL II 2863. Dibujo de P. de Sandoval
CIL II 2863. Dibujo de P. de Sandoval (1615), [en:] M. L. Albertos – J.A. Abásolo, La epigrafía romana. Inscripciones de Briviesca, monasterio de Rodilla y Lara de los Infantes, Durius 4, 1976, 191-193, lám. II.
 BIBLIOGRAFíA: J. L. Alborg, Historia de la literatura española, Madrid 1972 (2000); R. Mantelli, The political, religious and historiographical ideas of J.F. Masdeu, S. J., 1744-1817, Nueva York-Londres 1987; E. Giménez López – E. Pradells Nadal, Los jesuitas expulsos en el viaje a Italia de Nicolás Rodríguez Lasso (1788-1789), [en:] Expulsión y exilio de los jesuitas españoles, E. Giménez López (ed.), Alicante 1997, 381-398; J. Remesal – A. Aguilera – Ll. Pons, Comisión de Antigüedades de la Real Academia de la Historia. Cataluña. Catálogo e índices, Madrid 2000; M. Almagro-Gorbea – J. Maier, La Real Academia de la Historia y la Arqueología española en el siglo XVIII, [en:] Illuminismo e Ilustración: le antichità; e i loro protagonisti in Spagna e in Italia nel XVIII secolo, J. Beltrán Fortes – B. Cacciotti – X. Dupré Raventós – B. Palma Venetucci (eds.), Roma 2003, 1-27; J. Maier Allende, II Centenario de la Real Cédula de 1803. La Real Academia de la Historia y el inicio de la legislación sobre el Patrimonio Arqueológico y Monumental en España, Boletín de la Real Academia de la Historia 200 (3), 2003, 439-473; J. Massó Carballido, La recuperación arqueológica de Tárraco en el siglo XVIII, [en:] Illuminismo e Ilustración: le antichità; e i loro protagonisti in Spagna e in Italia nel XVIII secolo, J. Beltrán Fortes – B. Cacciotti – X. Dupré Raventós – B. Palma Venetucci (eds.), Roma 2003, 215-229; J. Maier Allende, La Real Academia de la Historia y la Arqueología española en el siglo XIX, ERES Arqueología/Bioantropología 12, 2004, 91-121; H. Gimeno Pascual, Italia latens: la contribución italiana al desarrollo de la Epigrafía en España en el siglo XIX, en: Congreso Internacional Arqueología, Coleccionismo y Antigüedad. España e Italia en el siglo XIX, Sevilla. 18, 19 y 20 de noviembre de 2004 (en prensa).
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