Historiador "oficial" y protegido del monarca ilustrado
Fernando VI, el "Padre Flórez", de la orden
de San Agustín, fue autor de la España Sagrada (ES), obra histórica que sirvió de
referente y marcó las pautas a varias generaciones de historiadores. Tras realizar
estudios de Artes y Filosofía en Valladolid, y Teología, Cánones y Escrituras en
Salamanca, obtuvo los grados de bachiller y licenciado en la Universidad de Santo Tomás
de Ávila y el de doctor en la de Alcalá de Henares en 1729. Fue esta localidad -en la
que transcurrió gran parte de su vida (1725-1750)- un hito importante en su carrera pues
no sólo residió en ella como alumno sino que durante varios años se presentó a la
cátedra de Teología de su Universidad; le unía también a esta ciudad el desempeño del
cargo de Rector en el Colegio de los Agustinos de Alcalá, en 1739, al que renunció en
1743, cuando fue elegido para él por segunda vez, alegando que le distraía tiempo de la
investigación pues ya entonces había comenzado la redacción de la ES. Cuando después
de siete intentos frustrados por fin, en marzo de 1751, fue nombrado por el rey
catedrático de Teología en Alcalá, su dedicación en Madrid, por real orden, a la ES le
impidió ocuparla por lo que renunció a ella en mayo de 1758: "El Mtro. Fr. Enrique
Florez, del órden de S. Agustin, puesto con el mas profundo rendimiento á los pies de
V.M., dice: Que en el año de 1751 se sirvió V.M., con consulta del Consejo, nombrarle
catedrático de teologia de la universidad de Alcalá, cuya cátedra no ha podido regentar
personalmente, á causa de hallarse ocupado en esta córte de órden de V.M. en la
formación de otra obra; y haciendo falta á dicha Universidad la persona del
catedrático, y que al suplicante le basta el honor con que V.M. se sirvió condecorarle,
pone á sus Reales pies el nombramiento, haciendo dejacion de la cátedra, considerando
será de su Real agrado. Asi lo espera de la benignidad de V. M. S. Felipe el Real de
Madrid y abril 2 de 1758" (Méndez 1860, 51), lo que, en el fondo, debió suponer un
alivio para Flórez pues no era precisamente de su agrado la ciudad -a pesar de que sólo
residía en ella en invierno-, a juzgar por como la califica de "eremitorio
complutense" (Campos 2002, 14); tampoco parece haber gozado de la simpatía de sus
compañeros según se desprende de sus propias palabras: "hállome en una Universidad
llena de Colegios y Doctores, pero tan solo que es preciso salir fuera para hallar
compañía" (carta a G. Mayans, 4 de marzo de 1743, cf. Campos 2000, XVIII). En el
mismo sentido se expresa su ayudante y continuador en la redacción de la España Sagrada,
el también agustino Francisco Méndez, al indicar que la universidad complutense "le
fue siempre contraria con capa de amiga" (apud Campos 2000, XVII).
Si al principio de su carrera estuvo volcado en el estudio de la
Teología hasta el punto de que en 1730 su Orden le encomendó la elaboración de un
manual sobre esta materia para los estudiantes del Colegio de Alcalá, su interés se
iría decantando hacia los estudios históricos, especialmente a partir de 1740, año en
que fue nombrado, por la Inquisición, revisor y visitador de librerías conventuales,
cargo que puso en sus manos un inmenso caudal de información. Poco a poco la Historia
Eclesiástica Primitiva de la Península se convirtió en el eje central de la
investigación de Flórez; sobre él pivotarían el resto de sus actividades encaminadas a
la obtención de documentación fidedigna y, a ser posible, coetánea a los períodos a
historiar, para poder escribir la tan deseada historia libre de ficciones que todavía y,
a pesar de todos los intentos llevados a cabo por sus predecesores y por la Academia de la
Historia, no se había logrado. Sin duda es meritorio el esfuerzo autodidacta realizado
por Flórez para adquirir la formación que no había recibido en la Universidad: "en
las horas que me dexa la atención a los estudios Theológicos, en seguimiento de las
Cátedras de esta Universidad he procurado actuarme en el importante culto de la venerable
Antigüedad, y en especial de la ciencia Numismática" (carta a P. Leonardo de
Villacevallos, 25 de diciembre de 1744, apud Campos 2002, 13). Sin embargo para el
objetivo que perseguía sí suponían una gran ventaja sus conocimientos de griego y
latín, así como de algunas lenguas vivas que dominaba, como francés, italiano y
portugués, de algunas de las cuales incluso realizó traducciones al castellano.
Experto conocedor de la documentación, la consulta tanto personal
como de sus obras fue obligada para todos aquellos que trabajaban sobre aspectos
históricos en el sentido más amplio pues, como afirma Salvador y Barrera, "en una
nación como la nuestra donde no hay gloria nacional que no sea a la vez gloria
religiosa..., escribir su historia religiosa llevaba consigo el gigantesco empeño de
escribir su historia social, política, militar, científica y literaria..." (1914,
32 apud Mora 1998, 85). Buen reflejo de ello son tanto las numerosas respuestas que
se editaron a sus obras, que él, muchas veces, replicaba, como la ingente correspondencia
literaria y científica cruzada con numerosos eruditos e intelectuales ilustrados, entre
los que se contaban todos aquellos que se dedicaban al estudio de las Antigüedades, la
Epigrafía y la Numismática, y los que se ocupaban también de la Historia Antigua y
Tardoantigua de la Península Ibérica, estuvieran o no de acuerdo con su capacidad como
historiador. Entre ellos los anticuarios Miguel de Espinosa, conde del Águila; Andrés Burriel; Patricio Gutiérrez Bravo; Luis José Velázquez
de Velasco, márques de Valdeflores; Gregorio Mayans i Siscar; Francisco Pérez Bayer; o
los hermanos Mohedano por citar algunos nombres. De unos obtenía materiales e
informaciones -dibujos y transcripciones de objetos, monedas y epígrafes, copias de
códices-, con otros intercambiaba opiniones sobre temas concretos y, la mayoría de las
veces, no exentos de polémica, como, entre otros, el de la Historia Compostelana, contra
la que se levantó la voz del jesuita Juan Francisco Masdeu, o su definición de los
límites de la antigua Cantabria, que originó la réplica de Hipólito Ozatea y la
contrarréplica de Manuel Risco. Pero su gran adversario fue Mayans, el historiador
ilustrado más requerido y consultado allende los Pirineos, quién, particularmente
interesado en sacar a la Historia de España del oscurantismo a la que se había visto
sometida desde Felipe II por las esferas católicas más recalcitrantes, se convirtió en
la "bestia negra" de la historiografía oficial del siglo XVIII a pesar de que,
en ocasiones, su hipercriticismo le llevó a condenar documentos genuinos, trampa en la
que también caería, sin embargo, el propio Flórez (cf. Vallejo 1997). Si bien su
intercambio de informaciones y opiniones era fluido y con el respeto debido a las normas
elementales de la cortesía, no coincidían en las conclusiones de muchas materia
abordadas por ambos y que resultaban en posturas encontradas tales como la venida de
Santiago a España o la era Hispánica. Mayans se mostraba tajantemente intolerante con
Flórez ante su debilidad en aquéllas cuestiones en las que el componente religioso
tradicional interfería y le impedía calificar tradiciones o documentos como apócrifos
utilizando un doble argumento que, por nebuloso, dejaba la puerta abierta a las
especulaciones: "las tradiciones particulares de las iglesias no se deben despreciar
por no ser generales; pero tampoco se deben calificar de tradiciones, las que solo se
conocen por la voz, o el empeño de tal, o qual moderno ... Mi intento es, esforzar las
que pudiere, con tal que a la que se dice tradición no contrapesen mayores fundamentos.
Por tanto dejo passar algunas cosas, en que quisiera descubrir mas firmeza; pero por ser
sagradas, y no hallar convencimiento en contra, mas quiero exponerme a la censura de los
críticos, que desayrar la reputación de la piedad (ES III, prólogo)". También la
impericia epigráfica de Flórez exacerbaba a Mayans, sobre todo cuando se atrevía a
despreciar el trabajo de calidad de otros como el de su amigo Josep Finestres: "Si VS
me habla de las inscripciones de Cataluña del gran Finestres, mi amigo, digo que son unas
instituciones admirables para el estudio de las inscripciones romanas. Contra las cuales
escribió con mucha ignorancia y desvergüenza el maestro Flórez, que las disfrutó en su
España Sagrada, cuyos vergonzosos disparates corrigió D. Ramón Lázaro Dou, discípulo
de Finestres" (carta de Mayans al Conde del Aguila, Valencia 25/12/1778; apud
Mestre 1990, 65 nº 80). Aunque no explícitamente, en su Historia de la Epigrafía
Hispana Mayans hace evidente muestra de su poca consideración de Flórez como
epigrafista, pues sólo hay un breve comentario a su utilización de las inscripciones en
la ES (Henricus Florez, monachus Augustinianus, anno 1747, edere coepit Hispaniam
Sacram, ubi multae occurrunt Inscriptiones, Mayans Introductio, p. 92). Tampoco
apreciaba en demasía su trabajo el Marqués de Valdeflores, quien le auguraba a Flórez
su propio descrédito "dejemos a Florez, que él tendrá cuidado de desacreditarse
con sus libros... " (carta a A. Montiano B.N. ms. 17546, apud Munianin 2000,
242 nota 108). A esta opinión desfavorable de gran parte de sus contemporáneos por su
crítica selectiva hay que añadir la circunstancia de que no le faltaban escrúpulos a la
hora de destruir documentación cuando consideraba que no debía ser leída porque
infamaba a la Nación, como aconteció en el caso de unos folios de un manuscrito
escurialense escritos por un presbítero cordobés: "en dichas hojas llevaba el dicho
presbítero una opinión nada favorable al honor de esta Nación ... el P. Rábago y yo lo
entregamos al fuego, a fin de que no perseverase vestigio; y quiera Dios que no se
descubra en otra parte..." (apud Campos 1996, 56, nota 175).
Las dificultades con las que se había
topado en su camino como aprendiz de historiador incitaron a Flórez a componer dos obras
dedicadas a la instrucción de los jóvenes; una impresa en Madrid en 1743, la Clave
Historial, le sirvió de guía en la ES. La otra -aunque editada en 1769 de forma
independiente-, la Clave Geographica para aprender Geographia los que no tienen maestro,
fue incluida en el primer tomo de la España Sagrada, su opus magnum.
La ES, cuyo título completo es España Sagrada. Theatro
Geográphico-Histórico de la Iglesia de España. Origen, Divisiones y Términos de todas
sus Provincias. Antigüedades, Traslaciones y Estudio antiguo y presente de sus Sillas, en
todos los Dominios de España y Portugal. Con varias Dissertaciones críticas, para
ilustrar la Historia Eclesiástica de España, fue una de las mayores empresas
historiográficas del siglo XVIII español, que contó con el apoyo del rey Fernando VI y
de la Orden de San Agustín, todavía está inconclusa. La parte realizada por Flórez son
29 volúmenes, de los cuales, entre los años 1747 y 1750, se editaron los cinco primeros
tomos y el resto fueron saliendo hasta 1775, dos de ellos con posterioridad a su muerte.
La obra fue continuada por los agustinos: Manuel Risco se ocupó de la edición de los
tomos 30 al 42; Antolín Merino y José de la Canal se ocuparon de los tomos 43-46. Como
consecuencia de los acontecimientos históricos que se desarrollaron en España en 1836
con la desamortización de las órdenes religiosas, la obra se interrumpió hasta su
reanudación bajo los auspicios de la Academia de la Historia: en 1850 se editaría el
tomo 47 por Pedro Sáinz de Baranda que también preparó el 48; Vicente de la Fuente se
ocupó de los tomos 49 y 50 publicados en 1865 y 1866, y Carlos Ramón Fort, del 51
editado en 1879. Tras otro lapso el volumen 52, encargado a Eduardo Jusué, apareció en
1917, y finalmente Angel Custodio Vega compuso los dos siguientes -últimos publicados-,
que aparecieron en 1957.
Aunque en un principio la ES iba a consistir en una serie
cronológica en la que iban a tener cabida papas, emperadores, reyes, concilios, santos y
herejes, ese objetivo inicial experimentó un cambio convirtiéndose en una geografía
eclesiástica de España con la descripción de sus sedes episcopales, que pretendía
ampliarse a una Historia General de la Iglesia de España. En su obra Flórez, imbuido del
espíritu ilustrado, utilizaba un método de rigor sistemático basado, en la medida de lo
posible, en el uso y consulta de las fuentes documentales directas. Por ello no escatimó
ni tiempo ni dinero en la revisión de documentos en archivos y librerías, su copia,
comprobación y cotejo de lecturas de los distintos códices. Indispensables para su
investigación sería la Numismática, instrumento esencial para la localización de cecas
y ciudades; de ahí su preocupación por la procedencia exacta de las piezas, a la que
dedicaría una de sus obras publicada en dos partes en 1757 y 1758 (Medallas de las
Colonias, municipios y pueblos antiguos de España), completada con una tercera, que
saldría en 1773 con nuevas inéditas más las visigodas. Lo mismo ocurría con la
Epigrafía para la que se sirvió de las ya abundantes ediciones que existían y de su red
de colaboradores. A pesar de todo, él mismo procuraba verificar las lecturas dudosas
tanto de las monedas como de las lápidas que conocía de antemano, y a ello le ayudaron,
naturalmente, los múltiples viajes que realizó, entre 1757 y 1772, por toda la
geografía española acompañado de su ayudante F. Méndez, en los que además de los
archivos visitaba las colecciones de antigüedades y los monetarios más famosos del
momento y los lugares en que se podían encontrar monedas o inscripciones. De la
importancia que para Flórez tuvieron estos viajes de documentación da prueba también
que él mismo se preocupase de dar a la luz, en 1765, aquel que dos siglos antes realizara
Ambrosio de Morales a León, Galicia y Asturias por motivos y con fines similares a los
suyos.
Poco antes de su muerte, en uno de estos viajes (del 12 al 18 de
octubre de 1772) y con motivo de la revisión de las monedas visigodas del monetario del
colegio de San Ildefonso se reencontraría, otra vez, con la ciudad de Alcalá de Henares.
A su época antigua (La Iglesia de Compluto hoy Alcalá de Henares) no le
había quedado más remedio que dedicar ya en el tomo VII de la ES, editado en 1751, seis
capítulos: el primero versa sobre el nombre, la antigüedad y el sitio de la villa y en
él hace mención al miliario de Valtierra ya recogido por Ambrosio
de Morales (CIL II 4914); el segundo
titulado De la región y menciones antiguas de Compluto está dedicado al debate
sobre el sitio de Complutum siguiendo también en ello a Ambrosio de Morales. El
resto de los capítulos versan sobre sus mártires y la cristianización y obispado de Complutum:
La Antigüedad del Evangelio en Compluto y del martirio de San Justo y Pastor; Del
principio del obispado en Alcalá y su primer obispo, Asturio; De las traslaciones
de los cuerpos de los santos niños y Santos de Alcalá.
La ubicación de Complutum, en su época, estaba lo
suficientemente asegurada como para que la epigrafía complutense le despertara otros
intereses además del geográfico; sólo "por servir para Osma" incluyó la
inscripción del uxamensis Licinius Iulianus (ES VII, 167). Quizá por ello le
prestó menor atención que a la de otros lugares de Hispania, cuyas inscripciones
están diseminadas por toda su obra hasta el punto de que su labor epigráfica se vio
recompensada por su nombramiento, en1761, como individuo de la Academia de Inscripciones
de París. No en vano la ES le fue muy útil a Hübner que la elogia tanto por su
concisión como por el juicio sano y prudente de E. Flórez al abordar cuestiones de
epigrafía.
© H. Gimeno Pascual
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