Gonzalo Fernández de Oviedo, historiador y cronista de Indias, desde niño fue
testigo de excepción de importantes acontecimientos políticos en la transición de un
mundo medieval que se apagaba frente a otro que emergía y en el que la monarquía hispana
estaba destinada a tener un papel protagonista con su respaldo financiero y su confianza
en la empresa americana. Su infancia transcurrió en la casa de Alonso de Aragón, segundo
duque de Villahermosa, la "casa de Minerva y Marte", como el mismo Fernández de
Oviedo la denominaba, una de las cortes literarias más fecundas del humanismo hispano en
la que residió hasta los trece años. Su formación humanística se completaría al
entrar como paje al servicio de don Juan de Aragón, hijo de los Reyes Católicos donde,
además de compartir la educación de un "príncipe" renacentista, en la que el
latín y los autores greco-latinos eran materia básica, el joven compañero del infante
asistió a sucesos y conoció figuras que transformarían la historia de España como la
toma de Granada o al mismo Cristóbal Colón. Sin embargo la muerte del infante en 1497
hizo que cambiara el rumbo de su vida viéndose obligado a abandonar la corte e iniciar
una serie de viajes por Italia: en 1498 estuvo en Milán al servicio de Ludovico Sforza,
"el Moro"; allí conoció a Leonardo da Vinci. En Mantua al pintor Andrea
Mantenga, ciudad en la que entraría en contacto con el círculo de los Borja a los que
acompañaría por diversas ciudades de Italia y del que formaron parte algunos de los más
tempranos compiladores de inscripciones de Hispania como Jeroni Pau. En 1500 se desplazó
a Roma; de aquí a Nápoles donde pasó a servir en la corte del rey don Fadrique. De
allí a Sicilia donde entabló amistad con Gonzalo Fernández de Córdoba, "el Gran
Capitán", que, en Tarento, su última conquista, había hecho prisionero al duque de
Calabria. En 1502 de regreso a España, residió unos años en Madrid, su ciudad natal -yema
y corazón de España según sus propias palabras (Ballesteros 1981, 144)-, por la que
sintió siempre especial predilección. Cuando un año después el duque de Calabria fuera
conducido a España, Fernández de Oviedo siguiendo la recomendación del rey Fernando y,
como hombre de confianza suyo, se puso de nuevo al servicio de la corte napolitana. Este
encargo sería decisivo para su formación clásica ya que el duque había heredado de su
antepasado, Alfonso V el Magnánimo, la "Biblioteca d Aragona" y en ella
Fernández de Oviedo pudo disponer de la mayoría de las obras de los autores antiguos que
se conocían en la época. Residió junto al duque hasta 1512, año en que éste fue hecho
prisionero y conducido al castillo de Játiva. Vuelto a Madrid, donde había sido nombrado
escribano público en 1507, desempeñó diversas funciones oficiales hasta que, en 1514,
abandonó la capital para ejercer de Veedor en las Indias, a las que dedicaría gran parte
de sus descripciones y donde acabaría su vida.
Escritor prolífico (yo escribo desde que tuve edad para ocuparme en semejante
materia, así de lo que pasó a España desde el año de 1490 hasta aquí...; Sumario
de la natural Historia, apud Ballesteros 1981, 58 nota 5) de formación
autodidacta, el referente para sus obras históricas serían los autores antiguos:
profundo conocedor de Plinio lo tomó como modelo incluso para el título de una de sus
obras más famosas la Natural Historia de las Indias (Sevilla 1535) al que
antepuso, en la más pura tradición medieval, el de Historia General; y así como
el historiador romano dedicara su Naturalis Historia al emperador Vespasiano, él
lo hizo al emperador Carlos V. En ella trató de explicar muchas de las manifestaciones
culturales de los indígenas americanos recurriendo a la comparación con los pueblos
antiguos descritos en la literatura greco-latina. Pero G. Fernández de Oviedo cabalgaba
entre el mundo medieval y el moderno y, mientras que a veces en el terreno de lo
geográfico se alinea con el pragmatismo y la realidad de la era de los descubrimientos
hasta el punto de que sus descripciones y datos sobre los mares del sur se utilizaron en
la discusión científica -en plena efervescencia en las más importantes universidades
europeas- sobre la medición de la tierra, otras se convierte en un defensor acérrimo de
la tradición medieval hasta el punto de querer encontrar antecedentes de las nuevas
tierras descubiertas en los autores clásicos o en el Antiguo y Nuevo Testamento. A pesar
de todo, sus descripciones etnográficas, antropológicas o arqueológicas sirvieron para
aumentar el interés por el Nuevo Mundo hasta el punto de que ya no iban a ser suficientes
las descripciones de los cronistas, sino que se sentía la necesidad de tener presencia
real de su cultura material. Así el afán por la colección de objetos procedentes de las
Indias fue en aumento. Prueba de ello son los ídolos americanos que, en 1547, se
expusieron en el Colegio de la Universidad Complutense, una de las primeras colecciones
etnográficas de España (Ortiz 1935, 67). La idea no caería en el olvido, pues en 1570,
Francisco de Toledo, virrey del Perú, sugirió a Felipe II que crease en Palacio un museo
para conservar los objetos traídos de las Indias (Alcina Franch 1995, 22).
Si bien el gran valor de la obra de Gonzalo Fernández de Oviedo es para los
americanistas, la razón por la cual se incluye entre los anticuarios complutenses es
porque también se ocupó del pasado romano de su patria chica a la que volvería en
diversas ocasiones. Madrid, aún no la capital del reino, todavía una ciudad como las
otras, pero a la que el cronista en su obra Quinquagenas de los Reyes, Duques,
Caballeros y personas notables de España o Quinquagenas de la nobleza de España
auguraba muy buen futuro: ... dejando aparte muchas e muy grandes particularidades, asi
como la sanidad e lindos aires, e los cielos menos que otras partes noblosos ..., los
aposentos de muchas particulares casas de caballeros hombres ricos, los templos e
monasterios sumptuosos ... e los alcazares e casa real la mejor e mayor de España por la
nueva reedificación que el emperador ali ha hecho...e de los pueblos principales es de
los que mas junto esta del punto e mitad de toda España, e donde es muy añeja ala corte
e morada de los reyes de Castilla, e asi como algunos pueblos pierden vecinos por algunas
causas e faltas, asi aquella villa los ira ganando e aumentando su población por los
respectos que ya he dicho ... y porque desde alli puede el rey casi con igual camino
ocurrir a proveer mas necesidades de todos los otros reinos e partes de España ... Y
digoos verdad, que como yo he sydo muy trabado y he discurrido por muchas partes del
mundo, nunca me vi en parte en Indias ni fuera de ellas apartado de España, que dejasse
de ver otro Madrid (apud Ballesteros 1981, 151). En dicha obra al referirse a
Las Grandezas de Madrid enumera las antigüedades romanas que él buscó por la
ciudad en su juventud porque no las había encontrado en los libros: Quando yo fuy
mancebo deseé saber e inquerir las antigüedades del fundamento de Madrid, e como no
hallé por su mucha antigüedad en "scritis", bolvíme a conjeturar e mirar si
en sus edificios toparía algún vestigio. E topé memorias de piedras esculpidas de
letreros que dan noticia del tiempo de los romanos, que poseyeron a España (Avalle -
Arce 1974, 350). El gran mérito de G. Fernández de Oviedo para la Historia Antigua es
haber sido el primero en interesarse por las inscripciones romanas de Madrid, en
transmitir los escasos testimonios romanos visibles en la ciudad, aunque sólo encontrara
tres: una en la puerta de Moros (CIL II 3056), una piedra tosca en
forma de columna redonda, más alta que un estado de un hombre que, puesta de través
en medio de la puerta, perdió el texto por el trasiego de las carretas; otra la encontró
en la iglesia de la Almudena (CIL II 3055) en posición invertida porque
los que fundaron aquélla iglesia debían ser moros y la hicieron mezquita (Avalle -
Arce 1974, 350); la tercera, de la que sólo quedaban las últimas líneas, en la puerta
de Guadalajara (CIL II 3059).
En ella la existencia de dos letras leídas como P y M habían dado lugar a que la
inscripción se atribuyese a Pompeyo Magno o Maximo, interpretación con la
que él no estaba de acuerdo: se puede tambien entender Publio o Paulo o Papirio, pero
por las ultimas letras S·T·T·L se interpreta que fue sepultura, e acostumbraban dezir
estos rromanos sit tibi terra levis ... asi que sepultura de algun rromano antiguo seria
donde estuvo aquella piedra puesta ... (Avalle - Arce 1974, 351). A partir de G.
Fernández de Oviedo las conocerían otros historiadores madrileños que ya las
describieron con sus textos como Jerónimo de la Quintana. Si
su pericia en la transmisión de textos fue sólo la de un aficionado, en realidad él
sólo pretendía dar a conocer que Madrid, su ciudad de origen, también tenía pruebas de
su pasado romano.
© H. Gimeno Pascual
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BIBLIOGRAFÍA: F. Ortiz, Historia de la arqueología indocubana [en]: Cuba Antes de Colón,
(Harrington), II, La Habana 1935, 23-458. M. Ballesteros Gaibrois, Vida del
madrileño Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, Madrid 1958. J. B. Avalle -
Arce, Las Memorias de Gonzalo Fernández de Oviedo, vol. I, Chapel Hill 1974
E. OGorman, Cuatro historiadores de Indias. Siglo XVI, Méjico 1979 M.
Ballesteros-Gaibrois, Gonzalo Fernández de Oviedo, Madrid 1981. G. Vázquez
Chamorro, Madrid en la obra de Fernández de Oviedo, Historia 16, año XI (1986),
119, 19-26. J. Alcina Franch, Arqueólogos o anticuarios. Historia antigua de la
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Biblioteca de Alfonso V de Aragón en Nápoles. Fondos valencianos, Valencia
2000 idem, La Biblioteca de Alfonso V de Aragón en Nápoles. Catálogo
descriptivo: fondos valencianos, Valencia 2000 Gonzalo Fernández
de Oviedo, De Grandezas de Madrid. Noticias de Madrid y sus familias (1514-1556) (F.
Gutiérrez Carbajo: estudio biográfico; F. Calero - M. J. Campos: texto modernizado y
notas; V. Moreno: Madrid en tiempos de Carlos I) 2 vol., Madrid 2000.
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